Pensando un poco en la amistad y −por sugerencia de un amigo− he decidido
escribir sobre ella. Solemos ser personas sociables (yo por lo menos) y
sí, podemos decir que tenemos varios amigos, pero, ¿qué tanto
entendemos de amistad?, ¿qué tan maduras suelen ser nuestras amistades?
Considero que eres amigo de alguien cuando has conquistado su interior,
y me refiero a conquistar no en la forma que entendemos de “enamorar”. Significa
que para ti, en el alma de la otra persona no hay ningún muro que tengas que
trepar, no hay ninguna barrera que sortear… simplemente puedes pasear por su
interior como en un patio amplio y espacioso. Te das cuenta que el otro es
tu amigo cuando ha depositado en ti su confianza y se presenta tal cuál es.
Ésta es la experiencia de la amistad auténtica, pero ella también
presenta sus dificultades. ¿Cuántas veces nos pasa que le tenemos mucho
cariño a un amigo, y por esto se nos hace difícil ser maduros
afectivamente? ¿A qué me refiero?, nos ponemos celosos, nos resentimos con
facilidad, nos cuesta tener filtros (en nuestros modos de reaccionar o de
comportarnos) y terminamos tergiversando un poco la cercanía que nos ha sido
dada como don. Los amigos son tesoros que debemos cuidar, querer mucho y evitar que
se desgasten, no por el paso del tiempo, sino por el polvo y la
herrumbre de nuestras propias inmadureces.
Para hacer este breve comentario me he inspirado en algunos textos que
hablan por sí mismos y de los que he querido sacar tres reflexiones fundamentales:
1. El dos, lejos de ser el número requerido para la amistad, ni siquiera
es el mejor, y por una razón muy importante
«[…]Lamb dice en alguna parte que si de
tres amigos (A, B y C), A muriera, B perdería entonces no solamente a A, sino
“la parte de A que hay en C”; y C pierde no solo a A, sino también “la parte de
A que hay en B”. En cada uno de mis amigos hay algo que solo otro amigo puede
mostrar plenamente. Por mí mismo no soy lo bastante completo como para poner en
funcionamiento al hombre total; necesito otras luces, además de las mías, para
mostrar todas sus facetas. Ahora que Carlos ha muerto, nunca volveré a
ver la reacción de Ronaldo ante una broma típica de Carlos. Lejos de tener más
de Ronaldo al tenerle solo “para mí”, ahora que Carlos ha muerto, tengo menos
de él […]. En esto la amistad muestra una gloriosa “aproximación por semejanza’ al
cielo, donde la misma multitud de bienaventurados (que ningún hombre puede
contar) aumenta el goce que cada uno tiene de Dios, porque al verlo cada alma a
su manera, comunica sin duda esa visión suya, única, a todo el resto de los
bienaventurados […]. Así, mientras más compartamos el pan celestial entre
nosotros, tanto más tendremos de él». Los cuatro amores, C.
S. Lewis.
Como he dicho anteriormente, el corazón de un amigo es un patio amplio. En él
vive el espacio interior del amor, donde todos caben. Un amigo es un alma que
se ha abierto a otra alma, que se ha comprometido, ¡es un alma que ama! y el
amor siempre encuentra espacio para acoger a muchos y aunque hayan
muchos, cada uno ocupa un lugar único y necesario.
2. La amistad: una participación sensible en el amor de Dios
Un monje cisterciense que vivió en el siglo
XII, Elredo de Rieval, dedicó a la amistad un pequeño tratado que tuvo un gran
éxito en la Edad Media y que aún hoy conserva intacta toda su frescura y
actualidad:
«En las cosas humanas, en efecto, nada podemos desear de más santo, nada se
puede buscar de más útil, nada es más difícil de encontrar, nada se puede
experimentar de más dulce, nada es más rico en frutos. La amistad, de hecho, da
sus frutos en la vida presente y en la futura […] Un hombre sin amigos es como
un animal, puesto que no tiene quien se alegre con él cuando las cosas le van
bien o cuando comparte su tristeza en los momentos de dolor; le falta alguien
con quien desahogarse cuando la mente está angustiada por alguna preocupación,
alguien a quien poder comunicar alguna intuición genial o más luminosa que de
costumbre. Desgraciado el que está solo, porque, si cae, no tiene quien lo
levante. Está en la soledad más total aquel que no tiene amigos […]. Un amigo,
dice el sabio, es una medicina para la vida (Eclo 6,16)… No hay, en efecto, en
todo cuanto puede acontecernos en esta vida, medicina mejor, más válida o más
eficaz para nuestras heridas que el tener un amigo que venga a compartir con
nosotros los momentos de sufrimiento y los momentos de alegría, así que,
espalda con espalda, como dice el apóstol, llevemos los unos las cargas de los
otros (Gal 6,2); o, mejor, uno soporta más fácilmente sus propios males que los
del amigo… La amistad, por lo tanto, es la gloria de quien es rico, la patria de quien
está en el exilio, la riqueza de quien es pobre, la medicina de quien está
enfermo, la vida de quien ha muerto, la gracia de quien está sano, la fuerza de
quien es débil, el premio de quien es fuerte…» Elredo de Rieval, La amistad
espiritual.
En la amistad no se busca la «utilidad» -aunque no pocas “pseudoamistades”
se entienden como un negocio-. A ella se va más para dar que para recibir. Nada
nos perfecciona tanto que dar a otro lo mejor de nosotros mismos. Una
verdadera amistad es solo en la que se enriquece a los amigos, aquella en la
que damos lo que tenemos, lo que hacemos y, sobre todo, lo que somos.
La persona afectivamente madura
tiende a buscar lo que puede hacer feliz al otro, aunque conlleve un sacrificio
personal; la amistad, vivida en autenticidad de espíritu y de fines, ayuda a la
persona a abrir sus horizontes y a leer en el corazón del otro.
-Giovanni
Cucci, La fuerza que nace de la debilidad
3.
Una amistad supone la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos
generosidades
Ser un buen
amigo o encontrar un buen amigo quizá sean las dos cosas más difíciles del
mundo: porque suponen la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos
generosidades.
-José Luis Martín Descalzo
Y es
que la amistad es generosidad, que tiene que ver con el don de compartir con
naturalidad lo que se es y lo que se tiene. En la amistad, más que en
otras situaciones de la vida, la mano izquierda no debe saber lo que hace
la derecha. En ella podemos aceptar los errores y las fragilidades con amor y
paciencia. Los amigos que se pasan la vida discutiendo por cualquier cosa a
todas horas, descontentos por las características del otro; tal vez sean buenos
compañeros, pero, difícilmente serán auténticos amigos. ¡Cuánto llenan
nuestros corazones esas amistades que maduran con los años y en la que nos
sentimos libres y sostenidos, aceptados tal y cómo somos y delicadamente
empujados hacia lo que deberíamos llegar a ser! ¡Tesoros como
este son como para vender todo lo demás y comprarlos!
Autor:
Lisa Restrepo
www.catholic-link.com