Esto los lleva a mirarlo con desconfianza y recelo, apartarse de Él, sentirse ofendidos porque se sienten maltratados por Dios. Por tanto, no se sienten obligados a rendirle culto, ni amarlo: es como si pensaran que Dios los ha odiado primero…
No niegan su existencia, sino que la rechazan de su vida; saben que existe, pero no quieren saber nada con Él. Es como si pusieran a Dios en penitencia… Le exigen explicaciones y que los trate mejor.
Pero… hay más de un problema… Con esta actitud inmadura –caprichosa– se perjudican a sí mismos. Es como el chiquito que enojado con sus padres, les dice ofendido “y ahora no como”, como si el no cenar causara un daño a sus progenitores… Así se impiden a sí mismo encontrar el sentido del sufrimiento que los agobia y conseguir la paz; y se alejan de quien puede hacerlos felices.
Analicemos en cuatro pasos la respuesta a estos enojos:
- Dios no tiene la culpa… de las enfermedades, de la maldad de los hombres, de los desastres naturales…
Dios ha hecho al hombre libre. Y eso es bueno, ya que sólo así podemos amar y alcanzar la plenitud, aunque suponga un riesgo… El mal uso que el hombre haga de su libertad no es culpa de Dios.
- Dios no es ajeno a nuestro dolor: quiso asumir el sufrimiento.
En el problema del dolor más que el por qué, lo que interesa, lo esencial, es el para qué…
Quien sufre no está solo, Dios está cerca de él. Su cercanía supone un gran consuelo y llena de paz. El enojo con Él, sólo nos priva de esta liberación.
- El sufrimiento tiene sentido y valor.
Mucho depende de cómo se viva el dolor: si se lo vive con bronca y resentimiento, resulta destructivo. Si se lo vive con sentido y amor, es liberador.
La esperanza hace una gran diferencia: un dolor cerrado en mí mismo, sin salida, se hace insoportable; un dolor con sentido, lleva más allá de nosotros mismos, se sabe fecundo; entonces, es posible sufrirlo serenamente, llenos de paz.
En el Calvario había tres cruces. En el medio, la de Jesús, que fue a ella voluntariamente: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo” (Jn 10,18). A su lado, dos condenados. A la derecha, uno alcanza el paraíso (gracias a la cruz resultó ser un condenado muy poco condenado…, allí encontró la liberación definitiva). A la izquierda, otro se muere de asco y odio… Dos cruces junto a Jesús, el mismo sufrimiento físico, dos actitudes distintas, dos modos de vivir el dolor, dos resultados diametralmente opuestos. Cada uno elige qué actitud tomar…
El sufrimiento tiene sentido: hay que encontrarlo. Cuesta… ya que el dolor obnubila la mente y oscurece la visión. No es fácil, pero Dios está más cerca del que sufre: quien lo busca, lo encuentra.
Como enseña el Papa Francisco:
“La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”. (Enc. Lumen Fidei, n. 57).
- Enojarse con Dios no solo carece de sentido sino que es muy contraproducente…
Es entendible que una persona que sufre esté shockeada, y que sienta una gran rebeldía. Pero debería serenarse y procurar manejar razonablemente esa rebeldía. Y buscar en la luz de la fe, la luz para encontrar su sentido.
¿Cómo superar estos enojos…?
Buscar en la luz de la fe, la luz para encontrar su sentido. Por ese camino –marcado por la humildad– encontrará primero resignación (paso fundamental); entonces la esperanza despertará la aceptación, que llevará a ofrecer el dolor y ofrecerse a uno mismo en él. Y entonces, brillará el amor: encontrará el amor de Dios, que siempre estuvo a tu lado, también cuando nosotros procurábamos espantarlo con nuestro enojo…
No parece que nos convenga enfrentarnos con quien puede dar sentido y valor a nuestro sufrimiento, con quien puede darnos la fortaleza para llevarlo y con quien nos promete la felicidad absoluta si lo vivimos con amor.
P. Eduardo María Volpacchio
Buenos Aires, 24 de agosto de 2014
Buenos Aires, 24 de agosto de 2014
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