"Nada es más práctico al encontrar a Dios, que enamorarte de una manera tranquila, final. De quien estás enamorado, lo que captura tu imaginación, afectará todo. Hará que decidas lo que te mueva a levantarte en la mañana, lo que harás con tus tardes, cómo pasarás los fines de semana, lo que lees, a quiénes conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sorprende con gozo y gratitud. Enamorarse, seguir enamorado, y eso decidirá todo.” Pedro Arrupe
Veamos, entonces, estas 5 características que normalmente
descubrimos cuando dos personas se enamoran y considerar cómo se pueden aplicar
también a nuestra relación diaria con Dios.
Recuerda a alguna de las personas que te gustaban cuando estabas en preparatoria. Aunque naturalmente todos buscamos agradar a todos, es diferente cuando nos gusta alguien… de repente la atención de esa persona importa más que la de cualquier otra. Recuerdo estar en el salón, haciendo mi mayor esfuerzo por decir algo inteligente o gracioso. No me importaba mucho lo que el otro 99% de la clase pensara, solamente me importaba ella, no porque los demás no fueran importantes sino porque descubrí en ella algo especial.
No se trata de la cantidad de relaciones que uno tenga, sino de la calidad: No recuerdo haberme sentido más solo que cuando estuve en un vagón del metro atestado de gente o un aeropuerto. No se trata del número de “likes” o “vistos”, sino de quién le da “me gusta” y lo ve. De la misma manera, a medida que uno se acerca más a Dios empieza a descubrir un amor único que responde a nuestros deseos internos de una manera particular y el vivir de acuerdo a Su mirada se convierte en algo más y más natural. Mientras mayor es nuestra conciencia de Su mirada, menos necesitamos impresionar o sujetarnos al mundo a nuestro alrededor.
¿Has
escuchado alguna vez la historia del periodista que se encontró a la Madre
Teresa? Mientras la pequeña religiosa albanesa estaba hincada limpiando las
heridas de una persona muy enferma y físicamente repugnante, el periodista
comentó: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares”. A lo que ella respondió
conmovida: “ni yo tampoco”.
A
ella no le importaba el premio que el mundo podría darle; estaba completamente
feliz sabiendo que El que la amaba la veía y estaba complacido con lo que ella
estaba haciendo.
Una vez que he descubierto esta mirada, ¿qué otra necesidad tengo de actuar por cualquier otra razón que su amor? ¿Qué necesidad tengo de usar “Instagram” para cualquier cosa buena e interesante que hago? ¿Qué necesidad tengo de un flujo constante de “me gusta” que frecuentemente recibo de aquellos que apenas me conocen o les importo muy poco?
2. Me libera del miedo de ser yo mismo.
La idea de
los libros de “auto-ayuda” y seminarios “para construir autoestima” siempre me
ha dado un poco de desconfianza. En mi opinión, una autoestima sana es un don,
no un premio o un objetivo. Para bien o para mal, nos vemos a nosotros
mismos de muchas maneras de acuerdo a cómo a otros nos ven.
El descubrir
a una muchacha hermosa por primera vez sucede de manera espontánea, muchas
veces por casualidad. Nadie, sin embargo, busca una segunda mirada sin la
esperanza de que ella también devuelva la mirada. Si lo hace, la experiencia es
maravillosa: con esa mirada, uno se ve a uno mismo diferente en el espejo al
siguiente día. Incluso si uno no se considera extraordinariamente atractivo, la
mirada de otros nos anima a mirar de nuevo, afirma que en realidad hay algo
valioso allí. El día que uno pronuncia sus votos matrimoniales, el que me ama
dice: “Yo quiero estar contigo, verte, porque
eres maravilloso y digno de ser amado, exclusivamente, por el resto de mi
vida”. ¡Aquí es donde encuentro la confianza para ser yo mismo!
De manera
similar, nuestro tiempo en oración con Dios debe convertirse en momentos en los
que Dios nos enseña a amarnos a nosotros mismos. Él, más que nadie, desea
ardientemente que nos transformemos precisamente en lo que se supone debemos
ser. Envueltos
en su mirada, nos encontramos con una fuente de confianza, de “orgullo
humilde”. Bajo esta esta mirada, el temor a ser rechazado, de ser abandonado o
dominado, desaparece.
El ejercicio
diario de examen de conciencia no es nada más sino el colocarse bajo la mirada
de Dios, observando la propia vida como Él lo hace, lamentando esos momentos en
los que permitimos que nuestro temor obscureciera la gloria que Dios nos da;
alegrándonos en esos momentos en los que reflejamos la luz del Hijo. La oración
no es otra cosa que la constante caricia de misericordia que suaviza todos los
temores de ser rechazado y el descubrimiento de la propia valía y belleza
incalculable a los ojos de Dios.
3. Me vuelve realmente único y me capacita para amarme a mí mismo.
Nada
“ordinario” es digno de ser amado, solamente lo que es único. Aún sí,
¿qué es lo que nos hace únicos? ¿Nuestros talentos? ¿Nuestra creatividad?
¿Nuestra voluntad? ¿Nuestro apellido? ¿Nuestra riqueza? ¿Nuestro cuerpo?
¿Nuestra ropa?
Cuando uno
se enamora, todo toma un nuevo significado, no tanto por el objeto en sí mismo,
sino por lo que representa para el otro. Lo que define su valor es la capacidad
que tiene para dirigirnos hacia el amado. Una canción, una fotografía, una
pulsera, un árbol, un sueño… todo se vuelve valioso porque nos recuerda a aquel
que amamos, porque enriqueció nuestro tiempo juntos. Incluso el lugar más feo,
el sueño más simple se vuelve fantástico cuando se inserta en una relación de
amor.
A un nivel
más profundo, también descubrimos un nuevo “ser único” en nosotros mismos.
Seamos talentosos o no, lo que más nos importa es el gozo que podemos darle a
la persona que amamos. Aunque nuestra manera de cantar inspire admiración o
carcajadas, importa muy poco.
Lo que importa, lo que nos hace únicos es, de nuevo, esa mirada,
esa relación con el amado.
Lo
importante es por qué canto: canto para ella. En verdad, al final, los actos de
amor son los auténticamente únicos. Todo lo demás es meramente ordinario.
En una forma
similar, los encuentros diarios con Dios nos enseñan y revelan lo que nos hace
únicos. Lo que frecuentemente luchamos por exhibir ante el mundo es, en
realidad, un don: Dios es un experto y amante de lo que nos hace únicos. Él es
la fuente de todo eso. Bajo Su mirada, descubro que por El yo soy realmente
único, que Él moriría y en realidad ha muerto no solamente por todos nosotros,
sino solamente por mí. Él conoce el número de cabellos en mi cabeza y ama cada
uno de ellos. ¿Por qué, entonces, presumir? Los medios sociales son excelentes,
pero si yo busco lo que me hace único en el número de “me gusta” que recibo,
ciertamente obtendré como heredad nada más que frustración.
¿Cuál es
punto de resaltar en la multitud si nadie me está viendo? Nadie al que
realmente le importes, de todos modos. Aquí no estoy prescribiendo conformidad,
sino más bien interioridad. Lo que nos hace únicos se descubre bajo la mirada
de Dios.
4. Una presencia interior constante.
La mayoría de las personas que
encontramos en nuestro camino están presentes mientras nuestros ojos los puedan
ver. Incluso cuando alguien nos agrada, él o ella son comúnmente uno “mas” de
los que atrapan nuestra atención mientras se encuentren a nuestro alrededor.
Cuando una
relación se vuelve más profunda y empieza a surgir el amor, sucede algo
interesante: uno parece percibir una presencia interior más anhelante. Incluso
cuando la presencia pareciera ir desapareciendo, muchas personas llevan consigo
una fotografía de su amado en todo momento, usualmente en un ángulo facial que
les recuerda su mirada. Cuando uno se encuentra tentado a traicionar o
coquetear con alguien más, este tipo de presencia interior ofrece una fortaleza
sorprendente. O incluso en situaciones extremas, tales como irse lejos por una
misión militar, largas separaciones o incluso el desaparecer totalmente – como
en la película “Náufrago” de Tom Hanks – un simple pensamiento o recuerdo de la
persona amada nos da esperanza, fortaleza y hasta el coraje para actuar
virtuosamente. Incluso a un océano de distancia, esa presencia amorosa tiene su
efecto: “No puedo hacer eso, ella no querría que yo lo hiciera”.
De manera similar, a medida que uno crece en su vida spiritual,
este anhelo y presencia interior de Dios también crece y florece. No hay mejor remedio para
el moralismo, para ese ejercicio legalista de la ley moral cristiana, que vivir
la propia vida en la presencia de Dios. Ya no vivimos de acuerdo a lo que está
“bien” o “mal”, sino de acuerdo a lo que haría a nuestro amado feliz o triste.
El cristianismo empieza, crece y depende en un encuentro día a día. La ética es
como un epílogo de una historia de amor, y no al contrario.
Cada parte
de nuestras vidas, incluso nuestros fracasos y pecados – especialmente nuestros
pecados – deben insertarse en la presencia de Dios. Hasta que descubrimos que
Él está con nosotros, nunca podremos cambiar y vivir como Él quiere que
vivamos. Nunca subestimes esta presencia mística. Frecuentemente tendemos a
enfocarnos más en lo que hacemos, en nuestras virtudes y vicios, lo que lleva
un gran peligro: olvidarnos de Cristo. Olvidamos que Él está con nosotros,
amándonos, enseñándonos, abrazándonos en nuestra vida diaria… ¿Cómo podemos
ignorar un amor así?
5. Nos da una misión
¿Cuál es la diferencia entre una actividad cotidiana y una misión o vocación? En el primer caso, lo más importante es lo que se necesita que se haga. En el segundo, lo más importante es quién te llama o te envía. Imagina si antes de cada acción recibiéramos una llamada de esa persona a la que tanto amamos, pidiéndonos que hagamos este favor para ellas.
Cuando uno
hace algo por amor, todas las actividades diarias se transforman de meras
obligaciones o necesidades rutinarias en oportunidades de expresar mi amor por
el otro y estar más cerca de él o de ella. La pregunta central ya no es: “¿Qué
hacer?”, sino que se convierte en “¿Cómo amar?” (Y no “cómo amar” en general,
sino en cómo amar a esta
persona en
particular).
Cuando nos
enamoramos, un trabajo que me ofrece prestigio y seguridad financiera se
convierte en un medio que me permite sostener (comprar necesidades diarias),
proteger (por ejemplo, con un seguro de vida), y patrocinar (sueños) a aquel
que amo. Hasta el más grande de los sacrificios se convierte en un regalo
hermosamente envuelto que puedo ofrecerle. No hay anda como esa
experiencia de gratitud cuando la persona que amas se da cuenta de lo que has
hecho por ella.
Mientras
más profundamente se enamora uno, más importante se vuelve la razón de por qué
uno trabaja, más que el trabajo en sí.
El esposo
que innecesariamente pasa todo su tiempo en el trabajo y solo una pequeña parte
del tiempo no ha entendido el punto, y probablemente ha perdido la experiencia
de una misión asignada por amor. Trabajamos para amar y estar con los que
amamos; si nuestro trabajo no nos lleva a una mayor comunión, entonces
necesitamos encontrar un nuevo trabajo.
De manera
similar, a medida que le permitimos al amor de Dios abrazar nuestras vidas cada
vez más, empezamos a percibir cada tarea, incluso los sacrificios o actos de
caridad más insignificantes, como una misión dada a nosotros por aquél que nos
ama.
Éstos
son unos signos de que estás viviendo esta dinámica de la misión:
· Siempre pones en primer lugar al que dio la misión: esto significa darle prioridad a la oración en tu vida y evitar caer en un flujo ininterrumpido de actividades apostólicas que no dejan espacio para pasar tiempo a solas.
· Aquél que define la misión es Dios, no tú. Vivir la propia vida de manera vocacional significa dejar que Dios tome el control y poner todo tu esfuerzo para seguir su voz y colaborar con Él.
· No consideras tu proyecto como simplemente “tuyo”. Siempre hay un llamado de Dios y una parte del llamado general de Dios por medio de la iglesia. Esto significa que estás abierto a la crítica y no te consideras “el superapóstol” de la parroquia.
· No basas tu valor de acuerdo a los resultados. Cuando las cosas van bien, le das gracias a Dios por permitirme colaborar en tal proyecto. Cuando van mal, te sientes decepcionado pero sigues adelante, mejorando lo que puedas porque estás seguro que es lo que Dios te está pidiendo que hagas.
Foto:
@ Roberto Trombetta/Flickr
Autor: Garrett Johnson
Image: Kim Seng
Fuente: www.catholic-link.com
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