Nuestro texto se ubica entre la pregunta de
Herodes sobre Jesús (Lc 9, 7-9) y la respuesta de Pedro reconociéndolo como
Mesías (Lc 9, 18-21). Es como si, entre ambas, Jesús actuara revelando quién
es, manifestando su identidad más profunda. Jesús enseña, cura y da de comer.
Es la manifestación visible de la Palabra, el poder y la presencia de Dios.
El episodio de la multiplicación de los panes
aparece con diversos matices también en los otros evangelios (dos veces en
Marcos), lo que demuestra no sólo que el evento posee un alto grado de
historicidad, sino que también la comunidad cristiana primitiva lo consideró
fundamental para comprender la misión de Jesús.
Jesús está rodeado de gente pobre, enferma y
hambrienta. Les instruye sobre el Reino de Dios y cura a quienes tenían
necesidad de ser sanados (v. 11). Lucas añade que “caía la tarde” (v. 12). El
detalle evoca a los dos peregrinos de Emaús que invitan a Jesús: “Quédate con
nosotros porque ya es tarde y pronto va a oscurecer” (Lc 24, 29). En los dos
episodios la bendición del pan acaece al caer el día. Lucas da también una
indicación espacial, todo está ocurriendo en un lugar “solitario” (lugar
desértico), que evoca el don del maná y las resistencias e incredulidades de
Israel en el camino por el desierto (Ex 16, 3-4).
El diálogo entre Jesús y los Doce pone en
evidencia dos perspectivas. Los apóstoles quieren enviar a la gente a los
pueblos vecinos para que se compren comida, proponen una solución “realista”;
la perspectiva de Jesús es distinta, representa la iniciativa del amor, de la
gratuidad total, y la prueba incuestionable de que el anuncio del Reino abarca
también la solución a las necesidades materiales de la gente: “Denles ustedes
de comer”.
Después de que los discípulos acomodaron a la
gente, Jesús “tomó en su manos los cinco panes y los dos pescados, y levantando
su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los
partió y los fue dando a sus discípulos, para que ellos los distribuyeran entre
la gente” (v. 16). El levantar su mirada
al cielo revela la actitud orante de Jesús, que vive en permanente comunión
con Dios; la bendición expresa
gratitud y alabanza por el don que se ha recibido o se está por recibir. El
gesto de partir el pan y distribuirlo,
recuerda la última cena. Con los dos primeros gestos, Jesús vive el momento con
actitud agradecida y filial delante de Dios su Padre; con el último, expresa su
sensibilidad y solidaridad delante de los hombres.
Al final todos quedan saciados y sobran doce
canastos (v. 17). El tema de la “saciedad” es típico del tiempo mesiánico (Sal
22, 27; 78, 29; Jer 31, 14). Jesús es el gran profeta de los últimos tiempos,
que recapitula en sí las grandes acciones de Dios que alimentó a su pueblo en
el pasado (2 Re 4, 42-44). Los doce canastos que sobran, no sólo resalta el
exceso del don, sino que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como
mediadores en la obra de la salvación. Los Doce representan a la Iglesia, llamada
a colaborar activamente a fin de que el don del Reino pueda llegar a todos los
hombres.
Para escuchar la
Palabra
Durante su ministerio público Jesús fue, a
menudo, huésped y comensal: compartió el hambre del hombre y su sed de
convivencia. Dando de comer a la muchedumbre que le había escuchado, multiplicó
el pan escaso y sació la necesidad de cuantos le creyeron. ¿Atiendo a Jesús?
¿Me sé atendido por Él? ¿Qué significa para mí celebrar la Eucaristía y
“comulgar” en ella con Jesucristo? Como aquella muchedumbre que dejó para más
tarde su propia necesidad por saciarse de su Dios, ¿sacio mi hambre de Dios en
la escucha de su Palabra? ¿Me la paso satisfaciendo mis pequeñas necesidades
sin alimentar mi hambre de Dios?
Los discípulos, siendo realistas por la
escasez de medios, advirtieron a Jesús para que despidiera a la muchedumbre
necesitada. Pero Jesús los responsabiliza: “Denles ustedes de comer”; y, para
obrar el portento, Jesús acudió a la ayuda, pequeña pero no insignificante de
sus discípulos, por poner a su disposición lo poco de que disponían, vieron
cómo Jesús lograba satisfacer a una muchedumbre. ¿Soy sensible a las
necesidades de los demás? ¿Confío en que sumando mi pobreza Jesús podrá saciar
el hombre de muchos? Quien tiene a Dios por alimento, tiene al hambriento por
alimentar. Olvidarlo sería menospreciar el cuerpo de Cristo que recibimos.
Para orar la Palabra
Reconozco, Señor, que estás interesado en
saciar mi necesidad. Aquella muchedumbre que fue para saciar su Hambre de Dios
se olvidó de su hambre. Retrasó el comer para escucharte tu mensaje del Reino.
Y yo, Señor, pierdo mi tiempo satisfaciendo mis pequeñas necesidades sin saciar
esa hambre más profunda y radical de ti. No me siento atendido porque tampoco
te he atendido. Despreocupado de ti no te sé implicado en mis cosas.
Ayúdame, Señor, a no anteponer ninguna
necesidad a tu querer. A no estar centrado en lo que me hace falta sino en ti
que quieres ser respuesta a mi necesidad.
Me vuelvo roñoso porque tengo poco siendo
pobre. Pero no estoy escaso de bienes sino de fe. No confío en que abriendo mi
existencia a ti, por muy pobre que sea tengo que aprender a compartir desde mi
pobreza con los demás. No quiero, Señor, vivir insensible, por razones
humanamente justificadas de mi escasez, a la necesidad de pan que sienten
tantos hermanos hoy. Desde mi escasez de recursos, Señor, interviene para
saciar el hambre de muchos. Que recibiéndote sacramentalmente ponga a
disposición la pobreza de mis recursos para que tú seas providente para los
demás.