La fiesta de hoy nos ayuda a mirar el misterio del Dios en
quien creemos y que celebramos: La maravilla de Dios Padre, como fuente y
origen de la salvación; el amor admirable de Jesucristo, revelado en su Pascua;
y, la obra permanente del Espíritu, conduciendo a su Iglesia, a través de los
tiempos, hacia la verdad entera de
Cristo. Este domingo, por tanto, dentro del tiempo ordinario es como una
especie de visión sintética y retrospectiva
de la Cincuentena
pascual.
Nuestro texto pertenece al testamento o despedida de Jesús,
se alude cuatro veces a vocablos como
“decir, “anunciar”, “comunicar”. El elemento básico de esta perícopa es
la comunicación
entre Dios (Trino) y los hombres. Es comunicación centrada en la persona de
Jesucristo. En él, en efecto, Dios se ha comunicado personalmente con el
hombre. Porque él mismo es comunicación. El origen está en el Padre, que se
vale del Hijo hecho hombre, pero ahora que ha regresado al lugar desde donde había
salido, se vale del Espíritu para continuar su obra de amor. Del Padre arranca
la revelación, que la da toda entera al Hijo hecho hombre y perdura por la
acción del Espíritu en quienes han acogido y continúan acogiendo, ahora y aquí,
a la Palabra
de verdad de Jesucristo. Es más, hoy, en el Espíritu y por Él, la Iglesia conoce la
revelación que Jesucristo ha traído del Padre, penetra en ella y profundiza en
ella (Cf. 14,26; 15,26)
¿Cuándo estuvieron los discípulos más cerca del maestro,
cuando escuchando directamente su palabra no la comprendía o cuando ya no
estando Jesús entre ellos comprendieron lo que su Maestro les había
comunicado?. Es el Espíritu el que conduce a la verdad “completa” no se
refiere cuantitativamente sino cualitativamente, o sea, que el Espíritu nos
conduce a una comprensión en profundidad, a una penetración del misterio de la
persona de Cristo y de su obra, del sentido de la muerte, del sentido
universalista de su misión salvadora... Todo esto no podía ser comprendido por
los discípulos. Es el Espíritu Santo que engendra en el creyente una nueva
inteligencia; es la inteligencia de la fe, que es capaz de percibir el misterio
de Dios y descubrir el sentido que tienen el mundo y los acontecimientos de la
historia. Quien descubre a Dios en la historia propia y en la de la humanidad
se ve guiado por el Espíritu, porque Dios se ha manifestado en el
acontecimiento principal de la historia, el de Jesús.
El Espíritu será quien glorifique a Jesús, porque gracias a
la luz del Espíritu, los discípulos podrán comprender que la humillación de
Cristo, su muerte, fue el principio de la exaltación, de la “elevación” hacia
el Padre. Les llevaría a la comprensión total de lo que, durante el ministerio
terreno de Jesús permaneció oculto.
El Espíritu les recordará lo que Jesús ha enseñado. Pero no
se trata el Espíritu de la memoria literal. Les hará comprender el anuncio de
Jesús de forma nueva a la luz de los nuevos acontecimientos y situaciones. Les
ayudará a sacar de aquel anuncio nuevas riquezas y significados. Y esto, con el
fin de que el Evangelio sea no un texto venerable y arqueológico, sino una luz
para el presente. No será sólo Espíritu del recuerdo y de la nueva comprensión,
sino también el Espíritu de la intervención. Él nos sugiere lo que debemos
decir y vivir. Los discípulos no hemos recibido el Evangelio como si fuese una
cualidad estática cual joya o regalo de cumpleaños. Poseemos, en cambio, una
especie de código genético según el cual él va creciendo en nosotros de forma
que seamos espirituales, esto es, creyentes que asumen y ordenan todo en la
caridad hasta alcanzar la estatura de Cristo.
Para escuchar la
Palabra
Jesús dice que el Espíritu vendrá a continuar la labor y la
enseñanza suya. Ha de continuar hablando donde Jesús optó callar y abriéndoles
a la verdad, les guiará hacia ella. El Espíritu es viático y guía, compañero de
camino y líder de la Iglesia
hasta que el Señor vuelva. ¿Cómo es mi atención y reconocimiento a la presencia
del Espíritu?, ¿Crezco en el conocimiento de Jesús en mi vida por mi docilidad
a su acción en mí? Jesús ha puesto a nuestra disposición la prueba de ese amor
de Dios, su Espíritu que es todo lo que de Dios nos ha dejado, para que,
dejándonos conducir por él, nos guíe hacia Dios. De nada nos vale creer en Dios,
Padre, Hijo y Espíritu, si no nos reconocemos hijos, hermanos y templos de ese
Dios Trino por la fuerza del Espíritu.
Conoceremos mejor a nuestro Dios, cuanto más nos
reconozcamos amados por Él: quien sabe que su entraña es el Amor, quien se
siente entrañablemente querido por Dios, desentraña el ser de Dios. No hay otra
forma honrada de situarse ante el misterio más que respetarlo y admirarlo en el
silencio y la adoración. ¿Con cuál Dios me dirijo cuando realizo mi oración?, ¿En
qué Dios me confío? ¿Qué tipo de familia o comunidad me invita a construir la
fe en la Trinidad? ¿He quedado admirado y agradecido de la naturaleza
tripersonal de Dios?
Para orar con la
Palabra
¡Qué gran regalo nos comunicaste Señor!, ¡Qué magnífico
forma de invitarnos y posibilitarnos vivir en comunión por siempre contigo y tu
Padre Dios! Nuestras palabras estarán pobres ante la grandeza de tu don. Tú
fuiste quien, ante nuestra limitación en la comprensión de la verdad que nos
revelaste, pensaste en que fuéramos introducidos mejor en ella, siendo guiados
a la verdad plena; tú fuiste quien quisiste que conozcamos tus íntimos
secretos; tú, que previste que se nos anunciará las cosas que van a suceder; tú,
que deseabas ser glorificado (manifestado); tú, quien posibilitaste la comunión
al compartirnos lo tuyo y lo del Padre.
¡De verás, qué amor tan grande manifestado! ¡Y qué
compromiso tan especial! Señor, que no abuse de tu amor; que no lo relativice y
desaproveche, que no sea indiferente o duro contra de él. Que sabiéndome agraciado
viva agradeciéndote; que sabiéndome guiado sepa guiar; habiéndome dado lo más
propio tuyo, me apropie viviendo en comunión contigo y tu Padre.
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