Para comprender la Palabra
La
narración de la Ascensión
de Jesús a los cielos es, para san Lucas, el culmen del itinerario de Jesús y
el paso entre el “tiempo de Jesús” y el “tiempo de la Iglesia ”, inaugurada con
el don prometido por el Resucitado. La Ascensión significa la exaltación de Jesús a la
derecha del Padre, verdad confesada en el símbolo apostólico. Este misterio
señala la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos: una tensión
entre la ausencia del Señor y, al mismo tiempo, su presencia. Con la Ascensión se cierra el
tiempo de las apariciones y se muestra la hondura de la pascua. Jesús, que ha
caminado con los hombres, se ha convertido en meta de la marcha de la historia.
Su mensaje ha trascendido los caminos de la tierra y se presenta como un don
que sobrepasa todas nuestras ansias... Desde Dios, la realidad de Jesús se
presenta como hondura y raíz, fundamento, verdad y meta de la vida de los
hombres.
Hay
semejanzas y diferencias entre la primera lectura Hech 1, 1-11 y nuestro texto
evangélico (se repiten temas como: la enseñanza, el Espíritu, la permanencia en
Jerusalén, el testimonio, la subida al cielo). Y es que estos textos son como
una “bisagra” que une el final del evangelio de Lucas con el principio de
Hechos de los Apóstoles. La última instrucción del Señor resucitado a sus
discípulos vuelve a insistir en la explicación de lo acontecido a la luz de las
Escrituras, la misión al mundo para predicar la conversión y la renovación de
la promesa del Espíritu. Antes de dejarlos, Jesús deja amaestrados a sus
discípulos y les deja lo que daba sentido a su vida: su propio espíritu y la
misión universal. Al poner estas instrucciones, Lucas, prepara al lector para
leer y comprender la segunda parte de su obra – Hechos de los Apóstoles -, a la
vez que conecta la historia de las primeras comunidades cristianas con
Jesucristo.
La
comunidad mira al Señor que asciende (evoca pasajes de Elías y Eliseo), como
comunidad profética que hereda el Espíritu de Jesús para continuar su misión.
“Aquello que fue visible en nuestro Redentor, ha pasado ahora a los sacramentos
(León Magno). La imagen para describir la Ascensión no puede ser entendida
literalmente. Se basa en unas coordenadas espaciales que, como lo sabemos hoy,
no responden a planteamientos científicos (el cielo, morada de Dios, está
arriba). En realidad, Jesús resucitado no ocupa un lugar físico ni se encuentra
en ninguna de las dimensiones que nosotros conocemos. Utilizando una forma de
escribir propia del lenguaje religioso de la época, el evangelista nos quiere
decir que Jesús está con el Padre, que vive la misma vida de Dios. Culminada su
tarea en este mundo, ha entrado en la “gloria” e inaugura un nuevo modo de
presencia entre los suyos.
Jesús
se presenta como sumo sacerdote que ofrece la bendición sobre el pueblo (inspirada
en Eclo 50,20-24, aunque con la diferencia de que es fuera del templo, en
Betania), produciendo en éste, alegría y paz. El lugar a donde regresan y se
reúnen será Jerusalén, desde donde partirá el anuncio de la muerte y resurrección
del Señor. Los discípulos se postran ante el Resucitado. Es la forma de decir
que lo reconocen como Dios y Señor, que lo adoran como tal. Luego vuelven a
Jerusalén, el lugar donde han de esperar al Espíritu, y lo hacen “rebosantes de
alegría”, un sentimiento que para Lucas es signo de la llegada definitiva de la
salvación. Por último, los discípulos en espera del Espíritu se mantienen
unidos en la oración.
Para escuchar la
Palabra
¿He
caído en la cuenta de que con la
Ascensión de Jesús celebro su ausencia física en nuestro
mundo? Subiendo al cielo Jesús culminó su paso por la tierra: tras nacer y
crecer como un hombre, tras convivir con los hombres y predicarles el reino de
Dios, tras morir por todos los hombres y dejarse ver de algunos elegidos, Jesús
se separó de ellos dejándolos solos en el mundo. Pero antes los instruyó desde
la palabra y les dijo: “Ustedes son mis testigos”. Él me ha dejado la
encomienda de representarlo. No tengo derecho a creerme abandonado ni puedo
soportar que a nuestro alrededor se le dé por perdido. Estoy llamado al
testimonio. Recibí una encomienda muy específica. ¿Hasta qué punto soy memoria
viva de su presencia y de su intervención en favor de la humanidad? ¿Soy capaz
de iluminar desde la
Escritura el misterio de mi Señor, siendo testigo de su amor?
La
ausencia física de Jesús no supone la privación de su Espíritu: quienes tienen
la tarea de representarlo en el mundo tendrán también la asistencia de su
fuerza interior. Alejándose de los discípulos, el Señor dejó una misión difícil
y su fuerza interior. La alegría de vivir y una vida ocupada en el testimonio y
la oración son los frutos de quienes esperan el Espíritu de Jesús. No estoy
solo: tengo una tarea y cuento con su mismo Espíritu. Y el mundo me espera,
aunque no lo diga, porque espera una razón para vivir y la fuerza. Ambas las ha
dejado el Señor antes de partir. ¿Cómo he respondido a ello? Por mi forma de
vivir mi vida de discípulo, ¿Dejo entrever que gozo de la presencia del Espíritu
y el compromiso de ser su testigo en el mundo?, ¿Qué aporte realizo en el mundo
que el Señor me confió?
Para orar con la
Palabra
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