domingo, 18 de mayo de 2008

Estar Cerca y Lejos (2)


Hace unas semanas perdí a mi madre. En medio de tantas emociones mezcladas, me acuerdo con especial cariño de mi relación con ella durante el tiempo que estuve fuera de mi casa.

Una vez que se me presentó de una manera tan inesperada la oportunidad de participar en el voluntariado Salesiano en otro país, tuve la dificultad de convencer a mis papás que me dejaran ir. Al ser la hija menor de una familia numerosa, con poca experiencia de viajes y acostumbrada a los grupos juveniles de la iglesia, la idea de dejarme ir a una ciudad grande, lejana y peligrosa no era lo que ellos tenían exactamente en sus planes para mí. Solamente a base de entusiasmo, la amabilidad de la Comunidad Salesiana y muchas oraciones, milagrosamente obtuve el permiso para irme. Silenciosamente me hice el firme propósito de estar en continuo contacto con mi familia a través de mi mamá, como una manera de hacerle saber que la decisión de dejarme ir fue la correcta, que el lugar donde vivía era seguro y que yo estaba contenta y feliz trabajando en el voluntariado.

Vivir en la gran ciudad fue una experiencia difícil y emocionante a la vez. Otra cultura, otras creencias, otros valores, diferentes formas de pensar y de ver la vida. Todo para mí era nuevo. Como el correo era lento en ese tiempo, mi mamá y yo acordamos escribirnos todos los fines de semana aunque no hubiera un orden cronológico al recibir las cartas. Muchas veces se cruzaron en el camino, pero siempre llegaron. Cada fin de semana escribía una carta para mi mamá en la que le platicaba sobre la gente que había conocido, los lugares que había visitado, lo que había aprendido de ellos, lo que me llamaba la atención en cada experiencia compartida. Enviaba fotos, postales, mapas, dibujos, diagramas, boletos de tren, todo lo que pudiera ser interesante para ella. Como sabía que iba a preguntarme sobre lo que me pasaba, yo ponía especial atención cuando iba a un lugar o emprendía una actividad diferente, por más ordinaria que fuera. Cada persona se convertía en protagonista de una historia, de una reflexión, un mensaje qué transmitir. Por su parte mi mamá me contaba lo difícil que era para ella el tenerme lejos, las cosas que le preocupaban en mi familia, lo que le daba alegría, sus tristezas... todos esos aspectos de su vida que para ella eran importantes pero que comúnmente nunca me decía cuando la veía todos los días. Nunca estuve tan cerca de ella como cuando estuve lejos. El papel y la distancia nos daba la libertad de ser nosotras mismas y centrarnos en lo que nos era más significativo, por lo que estábamos pasando en ese momento.

Entonces algo curioso sucedió: que todo lo que yo escribía "para reportar" se convirtió en una gran carta y mensaje para mí misma. Empecé a ser consciente de mis propios anhelos, sueños y alegrías. Descubrí cómo Dios me hablaba en esos pequeños aspectos de mi vida que compartía con mi mamá. Ese año que viví lo tengo registrado con increíble detalle debido a que mi necesidad de tranquilizar a mi mamá me motivó a abrir mis sentidos a nuevas experiencias, me dió el valor para salir de mi timidez y hablar con desconocidos, interesarme por cosas nuevas, aprender de otros y descubrir detalles que fácilmente me hubieran pasado desapercibidos si no hubiera tenido el propósito de compartirlos. Yo creía que le estaba haciendo algo así como un favor, y a final de cuentas la que salió ganando fui yo. Cada carta se convirtió en una muestra material y verdadera de nuestro mutuo cariño.

Todavía conservo esas cartas, que me dieron consuelo, alegría y fortaleza en los momentos de soledad y nostalgia. Ahora que mi mamá se me ha adelantado en el viaje final que todos hemos de emprender algún día, como una persona de fe seguiré escribiéndole cartas en mi corazón para tener presente que ahora que está lejos, en realidad está más cerca.