sábado, 22 de enero de 2011

La alegría de Don Bosco


Los muchachos de la calle lo llamaban: ‘Ese es el Padre que siempre está alegre. El Padre de los cuentos bonitos’. Su sonrisa era de siempre. Nadie lo encontraba jamás de mal humor y nunca se le escuchaba una palabra dura o humillante. Hablar con él la primera vez era quedar ya de amigo suyo para toda la vida. El Señor le concedió también el don de consejo: Un consejo suyo cambiaba a las personas. Y lo que decía eran cosas ordinarias.

Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios en casa de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar sus estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos indispensables.

El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la chaqueta, uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.

San José Cafasso, sacerdote de la parroquia anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras: "Desempaca tus bártulos --le dijo--, y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti".

El mismo Don Cafasso le puso en contacto con los ricos que podían ayudarle con limosnas para su obra, y le mostró las prisiones y los barrios bajos en los que encontraría suficientes clientes para aprovechar los donativos de los ricos.

El primer puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar en una casa de refugio para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola, la rica y caritativa mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la prisión. Los domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de sus chicos, a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y centro de recreo, que él llamó "Oratorio Festivo".

Pero muy pronto, la marquesa le negó el permiso de reunir a los niños en sus terrenos, porque hacían ruido y destruían las flores. Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron de "Herodes a Pilatos", porque nadie quería aceptar ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos muchachos.

Cuando Don Bosco consiguió, por fin, alquilar un viejo granero, y todo empezaba a arreglarse, la marquesa, que a pesar de su generosidad tenía algo de autócrata, le exigió que escogiera entre quedarse con su tropa o con su puesto en el refugio para muchachas. El santo escogió a sus chicos.

Para nosotros la base de toda santidad consiste en estar siempre alegres. (VI, 356).


Alegría, estudio y piedad: es el mejor programa para hacerte feliz y que más beneficiará tu alma. (VII, 494).

Muéstrate siempre alegre, pero que tu sonrisa sea sincera. (VI, 697).

Para ser bueno basta practicar tres cosas y todo te resultará a pedir de boca. ¿Cuáles son estas tres cosas?: Alegría, estudio y piedad. (VII, 494).

¡Mi mayor satisfacción es verte alegre!. (IX, 627).

Estando siempre alegres, ni cuenta nos daremos qué pronto pasa el tiempo (I, 374).

Es imposible pretender cosas extraordinarias de la juventud, ya es bastante lograr simplemente que sean buenos y que estén siempre alegres. (II, 566).

Dios favorece al hombre alegre. (IX, 819).

El demonio no puede resistir a la gente alegre. (X, 648).

Alegría, oración y comunión son el secreto de nuestra resistencia. (X, 1178).

Si quieres una vida alegre y tranquila, procura estar siempre en gracia de Dios. (XII, 133).

Para ejercer una influencia benéfica entre los niños, es indispensable participar de sus alegrías. (XII, 207).

¿Queréis estar siempre satisfechos y risueños?. Es la obediencia la que nos lleva a esa alegría. (XIII, 210).

Vuestras plegarias y alabanzas para que sean agradables a Dios, hacedlo no solamente con recogimiento de espíritu, sino con gozo y alegría de corazón. (BAC, 679).

Lo que alegra y halaga al cuerpo, ha de beneficiar también al espíritu, para que así todo se disponga a la mayor gloria de Dios. (XII, 143).

Al Señor le agrada que le sirvan con gusto, porque haciéndolo con alegría y de corazón, se ama más a Dios. (XII, 610).

Mientras los alumnos se dejen guiar por la obediencia, como una madre lleva de la mano a su hijo, reinará la paz y la alegría en nuestro Oratorio. (XVII, 111).

Mientras conservéis vuestra alegría, os alejaréis del pecado. (III, 603).

Tus pensamientos, palabras y obras, todo ha de convertirse en beneficio de tu alma. (VI, 442).

¡Hijo!, tienes una sola alma; es preciso que la salves. (III, 608).

Si yo sintiese tanta solicitud por el bien de mi alma, como la tengo por el bien del alma de otros, estaría seguro de salvarme. Con gusto sacrificaría todo, con tal de poder ganar el corazón de los jóvenes y ofrecérselos al Señor. (II, 250).

No pienses que vives en el mundo únicamente para divertirte, enriquecerte, comer, beber y dormir, como los animales privados de razón; pues el fin para el que has sido creado es infinitamente superior y más sublime; esto es: amar y servir a Dios en esta vida y salvar tu alma en la otra. (BAC, 686).

Tengo una alma sola: si la pierdo, ¿de qué me servirá haber vivido?. (IV, 55).

La mejor obra que se puede hacer en este mundo es atraer las almas perdidas al buen sendero, a la virtud. (I, 475).

AMDG