martes, 25 de noviembre de 2014

¿Qué es la Navidad?

Papa Francisco expresa:


"La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendria bien un poco de silencio, para oir la voz del Amor."
Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma. El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida. La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir. Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, alegría y la generosidad. Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor. La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien. La música de Navidad eres tú cuando conquistas la armonía dentro de ti. El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano. La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos. La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y reestableces la paz, aun cuando sufras. La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado. Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti. Una muy Feliz Navidad para todos los que se parecen a la Navidad.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Cristo Rey, el Amor y la Eternidad

Evangelio según san Mateo 25,31-46
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me dieron hospedaje, estuve desnudo y ustedes me vistieron, enfermo y me visitaron, estuve en la cárcel y vinieron a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apártense de mí, malditos, váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y ustedes no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron”. Entonces éstos también contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y él entonces les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».

Con la Solemnidad de Cristo Rey que celebramos este Domingo llegamos al final del año litúrgico. El Evangelio nos propone un pasaje que es a la vez estremecedor y decisivo. El Señor Jesús nos explica qué es lo que sucederá al final de los tiempos cuando Él vuelva “en su gloria” y reúna ante sí a todas las naciones de la tierra. El gran pintor italiano Giotto inmortalizó esta escena en un admirable fresco que se encuentra en la Capilla de los Scrovegni, en Padua. El fresco, terminado hacia el año 1306, representa a Cristo rodeado de los coros angélicos con la mano derecha abierta en signo de acogida y la mirada dirigida hacia aquellos benditos que han alcanzado la bienaventuranza. La mano izquierda está en postura de rechazo hacia aquellos que por sus obras se han hecho merecedores —como dice el Evangelio— del «castigo eterno».
Este pasaje del Evangelio puede hoy no ser muy popular. Afirma con claridad que el destino del ser humano es eterno. Tanto el premio como el castigo son para siempre. Luego de ese juicio final, no hay otra oportunidad, ya no hay lugar al arrepentimiento ni al “ahora sí”. Esto implica, como nos enseña la Iglesia, que lo que hagamos en esta vida, las decisiones que tomemos, el rumbo que elijamos desde nuestra libertad para nuestra existencia, tiene resonancias y consecuencias para la eternidad. No se trata de “meter miedo” sino de sopesar con madurez y libertad, a la luz del Evangelio, el sentido y las opciones que uno hace. En este pasaje «las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados» (Benedicto XVI). Hace varios siglos que el poeta Jorge Manrique expresó esta realidad en un verso que vale la pena recordar:
«Este mundo es el camino para el otro,
que es morada sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada sin errar».
Por otro lado, el Evangelio cuestiona fuertemente la difundida visión de un Jesús que, por ser bueno y misericordioso, al final todo lo perdonará. El acento quizá no esté tanto en proponer la imagen de un juez caprichoso e inmisericorde frente al cual más te vale llegar con los deberes bien hechos. Habrá un juicio donde ciertamente primará el amor y la justicia, pero en el que Cristo Rey juzgará en base a nuestros actos. Y justamente porque Jesús es todo amor y verdad, porque es un rey justo y misericordioso, dará a cada uno según sus obras.

Como se ve claramente en las palabras del Señor, el amor será la medida fundamental con la que seremos juzgados. En base a si hemos amado como Él nos enseña, juzgará a unos y les dirá «vengan, benditos de mi Padre»; y juzgará a otros y les dirá «apártense de mí, malditos, váyanse al fuego eterno». Hoy tampoco es muy popular hablar del infierno. Y, sin embargo, el Señor lo revela en este y otros pasajes del Evangelio y es saludable espiritualmente recordarlo y tenerlo presente. «Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”» nos enseña el Catecismo. Esa autoexclusión definitiva se da, una vez más, en relación a lo esencial: la comunión en el amor.
Considerar la eternidad nos impulsa a comprometernos con el aquí y ahora que vivimos. Y sobre todo nos impulsa a poner al Señor en el centro de nuestra vida y a hacer como Él nos dice, amando al prójimo como Él nos ha amado. El Reino de Cristo tiene su ley: Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo o visitar al enfermo; amar al hermano que pasa cualquiera de esas necesidades; descubrir y amar en ellos el Rostro de Cristo. ¡Cuánto dista de la ley del egoísmo, del individualismo, del poder, el placer y el tener! ¿Bajo cuál se rige nuestra vida?

Por: Ignacio Blanco.
www.mividaenxto.com

sábado, 22 de noviembre de 2014

Sobre la Misericordia de Dios

La misericordia parece ser un tema recurrente en mis oraciones. Pero, ¿qué es realmente la misericordia? ¿Qué queremos decir con la frase “Dios es misericordioso? ¿Cómo soy llamada/o a ser misericordiosa/o? Pienso que hay dos palabras que describen lo que la misericordia de Dios significa: perdón y transformación.

Perdón: Dios es un Dios que nos perdona. Su amor por nosotras/os es incondicional, y fundamenta el hecho que nos perdone. No importa lo que hemos hecho, ni por cuanto tiempo lo hemos abandonado, Dios nos dará la bienvenida con sus brazos abiertos y amorosamente. Al sentirnos mal por nuestros pecados y reconocer que somos pecadoras/es, volvemos a Dios una y otra vez. Y al hacerlo, decidimos permitir una transformación profunda en nuestra vida.

Transformación: el perdón de Dios y su amor por nosotras/os, no son para recibir una grata sensación de calor y una pizarra limpia de pecados. Dios nos invita a ser transformadas/os, a través de ser perdonadas/os. Luego, Dios nos da una tarea: no sólo evitar el mal, sino que trabajar para sobreponerse al mal por medio de obras de bien. 


Fuente: Becky Eldredge. www.espaciosagrado.com

Santa Cecilia

ROMA, 22 Nov. 14 / 12:04 am (ACI).- Santa Cecilia es una de las mártires de los primeros siglos más venerada por los cristianos. Se dice que el día de su matrimonio, mientras los músicos tocaban, ella cantaba a Dios en su corazón. Su fiesta se celebra el 22 de noviembre y es representada tocando un instrumento musical y cantando.
Las “actas” de la santa la presentan como integrante de una familia noble de Roma. Solía hacer penitencias y consagró su virginidad a Dios. Sin embargo, su padre la casó con un joven llamado Valeriano.
Cuando los recién casados se encontraban en la habitación, Cecilia le dijo a Valeriano: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí”.
El esposo le pidió que le mostrara al ángel y que haría lo que ella le pidiera por lo que Cecilia le dijo que si él creía en el Dios vivo y verdadero y recibía el bautismo, entonces vería al ángel. Valeriano fue a buscar al Obispo Urbano, quien lo instruyó en la fe y lo bautizó.
La Tradición señala que cuando el esposo regresó a ver a su amada, vio a un ángel de pie junto a Cecilia y el ser celestial puso una guirnalda de rosas y lirios sobre la cabeza de ambos. Más adelante, Valeriano y su hermano Tiburcio serían martirizados.
Cecilia fue llamada para que demostrara su fe en los dioses paganos, pero convirtió a sus detractores. El Papa Urbano la visitó en su casa y bautizó ahí a 400 personas. Posteriormente, la Santa fue llevada a juicio y condenada morir sofocada en el baño de su casa, pero a pesar de la gran cantidad de leña que pusieron los guardias en el horno, Cecilia no sufrió daño alguno.
Finalmente, la mandaron a decapitar y el verdugo descargó tres veces la espada sobre su cuello. Santa Cecilia pasó tres días agonizando y finalmente partió a la Casa del Padre.
Esta historia es de fines del siglo V, pero no está del todo fundada en documentos.
En marzo de este año el Papa Francisco se refirió a los mártires de los primeros tiempos cristianos, como Santa Cecilia, y dijo que “llevaban siempre con ellos el Evangelio: ellos llevaban el Evangelio; ella, Cecilia llevaba el Evangelio. Porque es precisamente nuestro primer alimento, es la Palabra de Jesús, lo que nutre nuestra fe”.
En Trastévere, Roma, se edificó la Basílica de Santa Cecilia en el siglo V. Allí actualmente se encuentra la famosa estatua de tamaño natural y del escultor Maderna, que muestra a la Santa como si estuviera dormida, recostada del lado derecho.
Etiquetas: Iglesia CatólicaSantos

viernes, 21 de noviembre de 2014

Niño rapero canta a su hermana Down

 A sus 11 años, Matty B, un niño de Atlanta (Georgia, Estados Unidos) es un fenómeno musical que ya lleva cuatro años cantando y acumula dos millones y medio de suscriptores en YouTube y 6,7 millones de seguidores en Facebook y Twitter. Tiene cuatro hermanos, y la menor, Sarah Grace, nació con síndrome de Down. Matty B le ha dedicado esta versión de True colours de Cindy Lauper. La historia que acompaña la canción es toda una reivindicación de respeto a estos niños que están siendo abortados sin misericordia en proporciones asombrosas cuando existe diagnóstico prenatal.


sábado, 1 de noviembre de 2014

La muerte ilumina la vida


Difuntos
Este Domingo celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos. Esta fiesta está profundamente arraigada en la tradición religiosa de muchos países. Para muchísimos es costumbre visitar los cementerios donde están los restos de aquellos seres queridos que ya han dejado este mundo. Día de oración, de recuerdo y de esperanza.

Una fiesta como ésta nos pone frente a la muerte. Hablar de la muerte es incómodo. Es una de esas realidades de las que todos tenemos consciencia pero a veces parecería que no queremos asumir. Y sin embargo, que un día moriremos es de las pocas cosas que podemos afirmar con absoluta certeza. ¿Es esto motivo de angustia o de desasosiego? Considerar este hecho, ¿es “aguar la fiesta” desde una visión negativa de la vida?

Para el cristiano definitivamente no. Es más bien asumir la vida desde el realismo de la fe y de la esperanza que nos trae el Señor Jesús. Él nos ha enseñado, y ha dado ejemplo de ello con su propia vida, que esta vida es un peregrinaje hacia la otra vida. El carácter del peregrinaje es muy iluminador, pedagógico y nos llena de esperanza. Nos habla de un origen, de un camino y de una meta. Nos habla de que no estamos solos. Al inicio y al final está Dios, lleno de amor y misericordia, que nos abraza y nos invita a vivir eternamente en comunión con Él y con nuestros hermanos. A lo largo de todo el camino está siempre a nuestro lado. Es más, Él mismo se ha hecho camino para que recorriéndolo alcancemos la vida verdadera. Si nos desconcertamos y perdemos el rumbo, si —como el apóstol Tomás— nos preguntamos «¿cómo, pues, podemos saber el camino?, Jesús sale a nuestro encuentro y nos reitera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Ser peregrinos, el misterio de la muerte, también nos habla de algo más. Nos pone frente a la eternidad. Nuestra vida se devela frágil y pasajera frente a la muerte y, sin embargo, como personas nos experimentamos hechos para la eternidad. Y cuando hablamos de la eternidad algo “se mueve” en nuestro interior pues tocamos ese anhelo irreprimible de permanecer. En este sentido, el Concilio Vaticano II, que llama a la muerte «el máximo enigma de la vida humana», nos habla de que el hombre lleva en sí una «semilla de eternidad» que es «irreductible a la sola materia» (Gaudium et spes, 18). La muerte nos recuerda todo esto. Tal vez por ello se la ha llamado “buena consejera” y “señora de las respuestas”. Como vamos viendo, considerar la muerte desde la fe nos ayuda a entender mejor qué es la vida y cómo tenemos que vivirla.

Si nos enfrentamos a la muerte desde una perspectiva meramente horizontal veremos que tiene otro rostro. Plantea preguntas que no tienen respuesta. Es un final trágico e irremediable. Tal vez por eso muchas veces en una sociedad cada vez más alejada de Dios hablar de la muerte es tan incómodo y fuera de lugar. Es casi un tema tabú, que es mejor evitar o banalizar. Y es que pone en cuestión muchos de los presupuestos sobre los que se edifica una cultura donde todo gira en torno a “vivir el momento”, al placer, al poder, al tener.

Esta festividad, así como la de todos los santos, «nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza» (Benedicto XVI). Y eso sólo podemos hacerlo desde la fe. Reflexionar sobre la muerte, no es, pues, “aguar la fiesta”. Para quienes creemos en Cristo muerto y resucitado es parte del misterio de la vida que Él nos ha venido a iluminar. Desde Jesús, que es la Resurrección y la Vida, podemos comprender y asumir, sin temor, este umbral por el que todos vamos a pasar en algún momento. En Jesús y con Él aprendemos también a vivir la dolorosa e incluso trágica experiencia de que a alguien a quien queremos y conocemos le llegue el momento de dejar este mundo. Y con Jesús podemos vivir ya esa misteriosa comunión con todas las personas a las que amamos y recordamos en este día. Hoy experimentamos con fuerza esa hermosa y esperanzadora unidad entre la Iglesia que aún peregrina en esta tierra y la Iglesia celestial.

Por Ignacio Blanco
Fuente: www.mividaenxto,com