jueves, 20 de noviembre de 2008

No más Cristiano Buena Onda


El autor Paul Coughlin rompió su estilo de vida pasivo y quiere ayudar a los hombres en tu vida a hacer lo mismo.

Camerin Courtney | publicado 5/01/2007

Paul Coughlin, autor, conductor de un programa de radio, casado y padre de tres hijos se describe a sí mismo como un “antiguo hombre Cristiano buena onda”.
Educado en una familia en la que había abuso y con una distorsionada figura de un Jesús debilucho, Paúl, de 39 años, contempló su vida hace 6 años y se dio cuenta de que era un hombre frustrado. “La pasividad de mi juventud basada en el temor combinada con la falsa idea de un Jesús manso creó una explosión”, explica Paul. “Sostener a mi familia era muy duro porque yo no estaba al nivel de mis compañeros de trabajo y jefes que sabían podían pasar por encima de mí. Y yo me preocupaba de pasar mi vacío emocional a mis hijos”.

Cuando Paúl compartió sus experiencias y observaciones sobre hombres pasivos, la gente respondió con entusiasmo, dándole las gracias por discutir la dinámica que afecta tan negativamente las relaciones con los demás. Paúl también encontró respaldo de parte de líderes cristianos, como Chuck Swindoll, que escribió: “Un esposo pasivo es una de las quejas más comunes que escucho en hogares con problemas”.

Paúl se dio cuenta que la pasividad estaba afectando a muchas familias también. Así que organizó su revolución de “No más Hombre Buena Onda”, llevando a cabo una lucha contra la pasividad en su sitio web www.ChristianNiceGuy.com y su libro No More Christian Nice Guy (Bethany House) el año pasado. La cadena TCW lo encontró recientemente para descubrir cómo las esposas, madres, abuelas, hermanas y amigas pueden ayudar a los hombres buena onda en sus vidas.

Así que, ¿qué hay de malo en ser “buena onda”?
Si cuando dices “buena onda” te refieres a una persona que es amable y paciente, entonces no tiene nada de malo. Esos atributos son frutos del Espíritu. Pero a veces cuando a alguien lo describen como un “hombre buena onda” no es así como aparenta. Las personas buena onda son comúnmente pasivas; se esconden detrás de esa actitud “buena onda”. Los buena onda piensan: Si vivo sin hacer mucho ruido, tendré pocos problemas. Comúnmente se dejan llevar por lo que pasa – no porque estén de acuerdo contigo, sino porque le tienen miedo a los conflictos.
Pero como seguidores de Cristo, se supone que debemos ser honestos con los demás. Se supone que debemos ser sal y luz de la tierra para los que no conocen a Jesús (Mateo 5:13-16). Es difícil ser sal y luz cuando piensas que tienes que ser buena onda todo el tiempo

Si ser buena onda es malo, ¿entonces cuál es la mejor opción?
Ser un buen hombre. Un buen hombre está dispuesto a entrar en conflicto con tal de ser una fuerza liberadora que traiga un bien. Tiene una voluntad firme. En ocasiones se arriesga. Protege a aquellos que están a su cuidado. Se enfrenta a las injusticias. Un hombre buena onda muestra poco sus emociones, mientras que un hombre bueno tiene pasión por la vida. Su manera de vivir se ve mucho más como la “vida abundante” de la que hablaba Jesús en Juan 10:10.

¿De dónde viene el fenómeno de un hombre cristiano buena onda?

Una gran parte viene de una imagen inadecuada de Jesús. Contrariamente a la
ficción que muchas iglesias promocionan de un Jesús “manso y suave”, Jesús era increíblemente compasivo y asertivo. En el evangelio de Marco, simplemente, podemos ver a Jesús confrontando a las personas, sanando, gritándole a la gente, llamándoles cosas no agradables. Tenemos la noción de que Jesús era totalmente paciente, y aún así el se dirigió a sus discípulos, aparentemente exasperado y les dijo: “Oh generación incrédula y perversa… ¿Cuánto tiempo tendré que soportarlos? “ (Mateo 17:17).
Cuando vemos cómo Jesús se comporta – más apasionado, mas firme, más voluntarioso que cualquiera que estaba con él – eso debería animar a sus seguidores a sacudirse la pasividad.

¿Cuándo te diste cuenta de que eras demasiado pasivo?
No fue una revelación que se me dio una sola vez, sino una serie de eventos que me hicieron darme cuenta poco a poco. Uno fue leer el Evangelio de Marcos y darme cuenta que además de sus actos increíbles de amor, Jesús también tuvo reales confrontaciones. Me dí cuenta de que si se supone que debo ser como Jesús, entonces necesito ser más como el verdadero Jesús.
También observé a mis amigos que parecen ser más honestos con sus emociones. Ellos podían llorar y yo simplemente no podía. No demostré mis emociones ni siquiera cuando mis hijos nacieron. El versículo más corto de la biblia es uno de los más profundos: “Jesús lloró” (Juan 11:35). Como seguidores de Cristo, deberíamos ser las personas con más vida en el mundo. Pero yo no lo era, y lo sabía. Y me preocupaba de que estuviera inculcando esa falta de emoción a mis hijos.
Fui a ver un asesor para que me ayudara a lidiar con el abuso emocional y físico que sufrí por parte de mi madre, que había tenido un profundo efecto en mi deseo de vivir sin hacer mucho ruido y sin que nadie me notara. Es común en hombres buena onda el tener algún tipo de trauma en la manera como lo educaron que promueve la pasividad. El asesor me ayudó a ver lo que el miedo y la pasividad estaban haciendo en mi vida emocional, y me ayudó a enfrentar mi ansiedad.

¿De qué manera la pasividad afectó tu matrimonio?
Sandy, mi esposa, expresaba un profundo amor por mí y yo pensaba: Ah, qué bien, porque las emociones profundas me asustaban. A veces, cuando regresaba del trabajo, yo le daba un masaje en sus hombros como una manera de decirle: te voy a demostrar afecto ahora; tú me demuestras afecto más tarde cuando los niños se hayan dormido. Pero cuando ella no respondía a mis indirectas de la manera que yo quería, me enojaba. No me sentía seguro como para ser honesto con mis deseos y decepciones. Como resultado, mi esposa vivía tratándome con pincitas.
De manera conciente evita el contacto social, pero los grupos me hacían sentir incómodo. Con el tiempo, esto hacía que mi esposa se frustrara. Los hombres buena onda tienden a casarse con mujeres muy extrovertidas. Mi esposa Sandy, fácilmente podría dar un curso sobre asertividad. Aunque ella al principio le gustaba que yo fuera simpático y relajado, a los tres meses de que nos casamos nuestras cualidades opuestas crearon grandes problemas. Este es un patrón común de los hombres buena onda.

¿De qué manera tu pasividad afectó tu vida espiritual?
Yo creía que Dios siempre estaba ahí para cacharme haciendo algo malo. Como muchos cristianos buena onda, pensé que podría ganármelo con una “buena” conducta. Yo sabía del amor de Dios y su gracia, pero el miedo no me permitía experimentarlo completamente.
La pasividad también me orillaba a cierto tipo de pecados, como decir la verdad a medias, manipular a los demás, resentimiento y amargura. Los cristianos buena onda luchan con la amargura y el resentimiento más que otros porque han permitido que los demás pasen por encima de ellos.
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¿Qué puede hacer una mujer casada con un hombre buena onda?
Decirle qué se siente cuando la pasividad afecta su vida. Por ejemplo, cuando un contratista cobra de mas por el trabajo que hace en la casa y tu esposo no le habla por teléfono y lo confronta, probablemente tú no te sientes protegida ni segura. Sé honesta sobre eso. Pero en el proceso evita hacerlo sentir vergüenza o tratarlo como un niño. De esa manera solamente lograrás hundirlo más.
Ayúdale a que vea lo que el temor hace en su vida, y anímalo a que busque ayuda de algún asesor, si es necesario. Una vez que saque al temor de su vida, tu esposo se convertirá en una persona nueva. Su personalidad real finalmente saldrá a la luz.
Tal vez sería bueno que lo invitaras a estudiar el evangelio de Marcos o la vida de Jesús, poniendo un interés especial en señalar todas las cualidades de Jesús. Esto les ayudará a los dos a parecerse más a Cristo.

¿Qué es diferente en tu vida ahora como un hombre bueno?
Soy más proactivo. Ya no soy tan propenso a dejar llevar por lo que lo demás quieren que haga. Ahora sigo el camino de Dios para mi vida en vez de preocuparme por agradar a otros.
Soy más protector, también. Hace poco un niño estaba molestando a mi hija cuando caminaba a casa de regreso de la escuela. Así que al siguiente día les salí al encuentro, puse mi brazo sobre el hombro del niño y le dije: Hey, soy el papá de Abby. Mucho gusto. Oye, mi hija dice que la estás molestando, así que necesito que dejes de hacerlo. Ya.”. El niño dejó en paz a mi hija después de eso. Antes, nunca hubiera soñado que yo haría algo así. Ahora mis hijos están más seguros.
Mi esposa sabe que camina a la par de un líder imperfecto, y no tiene que tratarme con guantes de seda todo el tiempo. Sabe que ya no voy a ser tan frágil como antes. Ahora está más feliz y más relajada.
Jesús mostró amor cuando invitó a los niños para que estuvieran en su presencia y cuando sacó a los cambiadores de dinero del templo. Ya que Jesús modeló los dos tipos de conducta – ternura y dureza – eso me da a mí, como hombre y seguidor de Jesucristo, la libertad de hacer lo mismo.

¿Cómo podemos las mujeres evitar educar a un hombre como buena onda?
Los niños pasivos tienen miedo de darse su lugar y tener diferencias con sus compañeros. Así que una de las mejores cosas que una madre puede hacer es permitir que sus hijos tengan sus propias opiniones – aunque al principio estén equivocadas. No estoy diciendo que permitan ideas malas o pecadoras sin corregirlas. Pero hazlo de una manera que tu hijo sepa que tener una opinión propia no es malo. Si no se le permite expresar sus opiniones cuando es niño, será mucho más difícil que lo haga cuando sea mayor.
Sin avergonzarlo o tratarlo como menos, señala de que manera su conducta pasiva o sus actitudes afectan su vida. Ayuda a tu hijo a resolver sus temores, la motivación en el fondo de su pasividad. Considera un temor específico, y dos semanas más tarde habla sobre el hecho de que esa situación que teme nunca suceda. También dile que si sucediera realmente, no sería el fin del mundo. Hablen sobre cómo manejaría esa situación.

¿Existe algo así como una mujer Cristiana pasiva?
Sí. Desafortunadamente el temor y la pasividad son destructivas en ambos sexos. Probablemente se nota más en un hombre porque se supone que es más competitivo y duro, pero esta conducta también puede ser muy molesta para los esposos de las mujeres cristianas pasivas. La buena noticia es que comúnmente las mujeres están mas dispuestas a buscar ayuda y son más capaces de hablar sobre sus emociones y problemas.
Sin importar el género, es sorprendente lo que sucede cuando sacamos a la luz este debilitante temor y engaño. Pierden su poder sobre nosotros. Y, con la ayuda de Dios, somos más capaces de caminar a una vida mejor, más libre y abundante en él.


Para más información sobre Paul Coughlin y su ministerio, ir a www.ChristianNiceGuy.com, o lea su libro : Married But Not Engaged: Why Men Check Out and What You Can Do to Recapture Intimacy (Bethany House).

domingo, 9 de noviembre de 2008

En la Mente y el Corazón


Por qué nuestro afán por reglas infalibles está mal encauzado

por Patty Kirk

Como maestra de Inglés que regularmente enseña un curso llamado Gramática Inglesa Avanzada, colegas y amigos y hasta completos extraños se acercan a mí muy seguido para preguntarme cuál es la “gramática correcta” para algo que están escribiendo. Normalmente mi respuesta es que no hay una sola respuesta correcta. Se podría decir que, invariablemente, la duda que la persona tiene es un caso que desconcierta a casi todos los escritores – bueno, a todos menos a los super fanáticos de la gramática que heredan o inventan reglas para resolver cada problema.

Cuando les digo a las personas que no hay una sola respuesta correcta a su pregunta, comúnmente se molestan. Al igual que mis alumnos de Gramática, ellos no quieren tener que analizar el contexto gramatical para encontrar la opción que encaje de la mejor manera. Quieren una regla.

Lo más importante que los estudiantes aprenden en mi curso de Gramática es que el lenguaje cambia. Cambia con el tiempo. Cambia con la influencia de la gente que habla otros lenguajes. Cambia a la par que la tecnología y valores culturales evolucionan. Cambia a como nosotros cambiamos.
“El Lenguaje es maravilloso en ese campo” me encanto. “No es una bola apretada de leyes. Es flexible, dinámica, viva. Es humana, real. Es por eso que a Jesús lo llamamos “La Palabra”.

Sin embargo, los cambios asustan a muchos estudiantes. Las palabras que incluyen género en Inglés, por ejemplo. A algunos de mis estudiantes se les enseñó a utilizar “él” para una persona cuando no se especifica el género. Algunos utilizan el plural “ellos”, ignorando que hay una discrepancia de número. Tal vez porque doy clases una escuela cristiana medianamente conservadora, yo nunca me topo con estudiantes que siguen la misma regla sexista que me enseñaron en la universidad: reemplazar el él de la palabra antigua por ella. Solamente algunos estudiantes aprendieron, como mi hija durante su tercer año, que utilizar él es discriminatorio y ellos es gramaticalmente incorrecto. Los libros de texto de mi hija le enseñaron cómo hacer lo que todos los escritores de Inglés estándar deben hacer estos días: revisar la oración para resolver tanto el error de género como el de número. ¡Como sería mucho más fácil, se quejan mis estudiantes – después de quejarse también un poco sobre los males del feminismo – si simplemente tuviéramos una palabra, o una regla que resolviera el problema!

Me llama muchísimo la atención, este deseo por una regla. Algo para no tener que pensar. Un sistema artificial de medición que reemplace las escalas que Dios nos puso en nuestro cerebro y nuestro corazón. Este amor por las leyes lo descubro en mí misma cada vez que tengo un problema.

Educar a los hijos, por ejemplo. Si sólo hubiera una regla que pudiera seguir para lograr hijos perfectos, me imagino. Los hijos nunca me fallarían, ni se fallarían a sí mismos. Hijos que nunca le fallarían a Dios. Compro libros y trato de seguir sus consejos. Pero mis hijos, ni modo, resultan ser tan pecadores como el resto de nosotros. Hasta lo poco que la Biblia tiene que decir sobre la materia de la educación de los hijos no parece resolver el problema. Todos conocemos a muchos hijos que sus padres los regañaban o que realmente parecen haber sido educados muy bien, pero que resultan ser peor que otros que fueron abandonados a sus propios recursos.

Una historia muy curiosa en el Libro de los Jueces ilustra muy bien esta manía por las reglas. Un ángel visita a una mujer sin nombre – solamente la conocemos como la mujer de Manoa y mamá de Sansón- y le dice que finalmente va a tener un hijo. El ángel le da instrucciones sobre no tomar vino o comer cualquier cosa impura durante su embarazo y, una vez que nazca su hijo, no cortar su cabello porque él está destinado “a ser un Nazoreo, dedicado a Dios desde el seno de su madre” (Jueces 13:5). Un muy largo intercambio sigue –que involucra varias conversaciones entre la mujer y su esposo y una segunda visita del ángel – en que la pareja trata de convencer al ángel de que les diga “la regla que gobierna la vida y el trabajo de ese niño” (Jueces 13:12). Pero es en vano. El ángel solamente repite los requerimientos dietéticos, que a la pareja le debió parecer totalmente independiente de lo que ellos querían saber: Cómo lidiar con el asunto de educar a su hijo. ¡Danos una regla! Le rogaron.

Toda la escritura, uno podría alegar, está llena de reglas. Está La Ley – la fuente de tales requerimientos dietéticos como el ángel decía- que gobernaban todo desde los sacrificios y la conducta sexual hasta control de moho y cuándo tirar las especias. Están también incluso las reglas que Jesús ofreció – poner la otra mejilla, no orar como un hipócrita, ni siquiera pensar sobre el adulterio - y resumidas en dos reglas más: Amar a Dios y amar a los demás como a uno mismo. Y entonces también están las reglas que Pablo y otros líderes de la iglesia temprana agregaron: Seguir turnos para profetizar en la iglesia, no permitir que alguien con más de una esposa sea un elder de la iglesia, no usar el cabello en trenza si una es mujer y cosas así.

Sin embargo, ninguna de esas reglas – ni una sola, o todas juntas, ni siquiera el resumen de todas en las dos reglas de Jesús – satisfacen mi más profundo deseo cuando me enfrento a una situación difícil. Yo quiero una regla especial que gobierne mi vida y mi trabajo en cada situación, una que se salte el tener que pensar y sentir y que elimine riesgos. Una regla que me convierta en un robot feliz que siempre hace lo que es correcto.

La respuesta de Dios a mi deseo de esa regla, como mi respuesta a las personas que me preguntan sobre gramática, es que esa regla no existe.

Por otro lado, Dios nos dio reglas de conducta que seguramente harían que nuestra vida estuviera libre de problemas si fuéramos capaces de seguirlas todo el tiempo. Pero no lo somos. Si Dios hubiera querido robots, capaces de hacer solo el bien, nos hubiera hecho así, por supuesto. Pero Él quiso algo mejor. Nos amó y quiso que nosotros también lo amáramos. Y el amor involucra inevitablemente pensar, sentir y estar dispuesto a arriesgarlo todo.

Jesús dijo, también, que cuando creemos en Él, ya estamos haciendo la “obra de Dios” (Juan 6:29). En verdad, por medio de Jesús, de alguna manera nos convertimos en las reglas que buscamos. Dios dijo de su nueva alianza: “Yo pondré mi ley en sus mentes y la escribiré en sus corazones” (Jeremías 32:33). En otras palabras, a través del sacrificio de Jesús, Dios nos da la capacidad para pensar y sentir cómo debemos actuar en cada predicamento en el que nos encontremos con la guía de su Espíritu Santo.

Las reglas son buenas, me gusta decirle a mis estudiantes. Pero la vida real es mejor. Mucho mejor.


Este artículo se publicó originalmente en Christianitytoday.com