domingo, 24 de octubre de 2010

Yo voy a Misa el Domingo



Cada domingo nos congregamos para celebrar juntos como hermanos nuestra fe. Nos reunimos en torno al altar de Cristo para dar gracias, bendecir, pedir a Dios y colocar sobre la mesa eucarística todos nuestros trabajos y anhelos. Es por ello que la misa dominical no es una imposición es, ante todo, una forma de expresar el amor que sentimos hacia Dios, hacia nuestro Padre, por los innumerables beneficios y gracias que obtenemos de Él.
La misa dominical más que una obligación es un llamado. Yo debo ir a misa porque he sido invitado, porque puedo, porque necesito a Dios en mi corazón y en mi vida, porque se me concede la oportunidad de poder dar gracias a Dios por Cristo, con Cristo y en Cristo.
¿A dónde voy? Voy a misa a participar en la celebración de la comunidad, a encontrarme con mis hermanos en la fe, voy a vivir una experiencia religiosa en la que el protagonista no soy yo, sino Jesucristo en mí.
Sin embargo, cuando me acerco a la misa no me presento solo, no voy con las manos vacías, puesto que voy a llevarle a Dios, y a poner sobre el altar, mi vida, mis trabajos, mis proyectos, mis sueños, mis luchas, mis triunfos y mis fracasos. Pero en esta dinámica no sólo presento lo mío; cuando me doy cuenta que formo parte de la comunidad ahí reunida, percibo que todos somos hermanos y que caminamos juntos hacia Dios en los senderos del mundo. Es entonces que también me animo a presentar la vida de las personas, todo lo bello y valioso que he experimentado a lo largo de la semana, a mi alrededor, en el mundo entero, y entonces llevo esto conmigo para que pueda ser iluminado por la Palabra de Dios, en donde Cristo toma de lo mío y lo presenta al Padre.
La misa dominical es una experiencia viva con Cristo. Es donde compartimos una fe viva y en donde verdaderamente experimento a Dios como un Padre amoroso, que me espera en su casa para compartir conmigo y con los hermanos sus gracias, su fortaleza, todos sus dones. Es donde somos iluminados por su Palabra que nos guía en nuestros senderos, donde compartimos el alimento que nos prepara para el banquete celestial.
Al terminar la celebración, iluminado y con nuevas fuerzas, vuelvo a mi familia y a mi trabajo, dispuesto a ser luz y vida en Cristo. El domingo, el día del Señor, es un espacio que no debemos dejar pasar de largo. No es un día cualquiera, sino que es el día en que el Señor nos llama para revitalizar nuestra vida cansada, el Él el más interesado en que renovemos nuestros ánimos decaídos y nuestros sueños frustrados. Y así, alimentados con la Palabra y el Pan de vida, todos los días de la semana se convierten en días del Señor.
Por eso, vengo a misa el domingo, porque creo firmemente que Dios me llama por mi nombre, que me espera en la puerta de la iglesia como esperó a su "hijo pródigo", para cubrirme de su amor, renovar mi dignidad como persona e invitarme a la más grande de las celebraciones, la de la Eucaristía, donde yo soy el invitado de honor.

Ezequiel Rodríguez, ssp
El Domingo, Semanario de Instrucción Religiosa
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