martes, 23 de diciembre de 2014

Esta Navidad es tu oportunidad para ser completamente feliz

Perder al ser amado, carecer de familia, haber sufrido privaciones o haber sido víctima de maltrato y abuso pueden ser razones para que cualquiera endurezca su corazón. Pero esta Navidad es tu oportunidad para ser completamente feliz.

       
 Charles Dickens existió y escribió durante la era victoriana, y tuvo acceso a la educación hasta después de cumplir los ocho años. Vivió en uno de los barrios más pobres de su tiempo, y trabajó durante toda su infancia durante largas jornadas mientras su padre estaba preso por deudas. Pero experimentó también la vida en la cárcel, pues por el tipo de delito que había cometido su padre su familia podía estar con él en prisión. Todas estas experiencias le dieron a este hombre una visión del sufrimiento de quienes lo rodeaban: personalmente vivió y padeció la pobreza, el rechazo, la marginación y la necesidad.
Cuando Dickens creó al personaje de Scrooge (Un cuento de Navidad, 1843), solo estaba describiendo a muchos hombres y mujeres que son duros, egoístas, enojones o avaros; a muchos que son así porque un día, por algún motivo, endurecieron y cerraron su corazón. ¿Conoces a alguien así? O tú mismo ¿has cerrado tu corazón?


El fantasma del pasado
Tal vez tu tristeza (o la de tu familiar o amiga) proviene del pasado, de malas experiencias, de algún suceso traumático o de vivir constantemente la carencia y la necesidad. Al hurgar en eso, con frecuencia se da uno cuenta que son los padres quienes causaron un gran dolor en nuestras vidas. ¡Hay tantas razones y motivos para ello! Pero, ¿sabes?, ninguna de ellas vale la pena: si el pasado fue malo, no permitas que arruine tu presente. Cuando éramos jóvenes o niños no teníamos el control ni el dominio de nuestras emociones, tampoco de los hechos que sucedían a nuestro alrededor; ahora que somos adultos tenemos el poder y el dominio sobre nosotros mismos. El pasado, tu pasado y los que en él te hirieron o lastimaron necesitan ser perdonados; y no porque ellos como tal "lo necesiten", sino porque el perdón es lo que a ti te ayudará a sanar. Y de eso, precisamente de eso se trata la Navidad.

El fantasma del presente
¿Te sucede que, aunque quieras, no puedes manifestar afecto, decir cosas amables o ser más generoso? ¿Has llegado a ese momento en el que todos te identifican como demasiado gruñón o egoísta? ¿Te invitan a salir pero al final te quedas solo en casa, cuando en el fondo te hubiera gustado ir? ¿Te sientes incómodo cuando alguien te abraza o te demuestra afecto? O simplemente, ¿no te gusta la vida que tienes en este momento? El pasado nos alcanza y afecta el presente, de eso no hay ninguna duda. El presente es el regalo de la vida que te permite entender el pasado, perdonarlo y aceptar el hoy para transformarlo. Comienza a aceptar la vida que tienes, a no pelear con lo que posees o con lo que eres, acéptalo simplemente. Sin trabas acepta el regalo de la Navidad.

El fantasma del futuro
Ebenezer Scrooge, en Un cuento de Navidad, tiene la oportunidad de ver su futuro y lo que aprecia es simplemente terrorífico: se encuentra totalmente solo y no existe una sola persona que sienta afecto por él. En medio de su sueño, Scrooge comprende que la felicidad en la vida consiste básicamente en tres cosas: en formar y amar a la familia, en servir y ser generosos con quienes nos rodean y en vivir los principios que enseñó Jesucristo, quien por cierto, aunque a menudo lo olvidemos, es la gran razón de la Navidad.

Perdonar el pasado, a quienes en él te lastimaron y los errores que cometiste; aceptar el presente y la dádiva que ofrece para transformar lo que hoy se tiene son dos de los grandes regalos que el nacimiento de Cristo trae a nuestras vidas y que, al igual que en el viejo cuento, pueden transformar nuestra existencia.

La Navidad es el pretexto perfecto para cambiar: comienza abrazando a los que están cerca de ti, escribe notas de afecto y sin razón alguna haz un regalo especial a alguien; invita a un amigo y acepta la invitación que te han hecho, rompe tu rutina, diviértete y verás que, poco a poco, un sentimiento especial y cálido se irá anidando en tu corazón y será tal que querrás que dure por siempre y tal vez, solo tal vez, tú también salgas gritando a la calle: "¡Feliz Navidad y que Dios nos bendiga a todos!".

Por: Emma Sánchez
Fuente: www.familias.com


domingo, 21 de diciembre de 2014

Mirar a María nos prepara para la Navidad

                                                                   Evangelio según san Lucas 1,26-38

En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El Ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El Ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la descendencia de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al Ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El Ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el Ángel.

En este último Domingo de Adviento la Liturgia nos propone el pasaje de la Anunciación-Encarnación para la meditación. Nunca podremos reflexionar suficientemente en este momento cumbre de la historia de la salvación. Escultores, pintores y poetas han intentado plasmar de alguna manera la belleza de lo que allí ocurre. Teólogos y autores espirituales han puesto sus mejores esfuerzos para profundizar en el misterio inefable que allí acontece. Este misterio irrumpe hoy nuevamente en nuestra vida y quizá debiéramos hacernos dos preguntas: ¿Qué es lo que sucede en ese momento? ¿Qué significa eso para cada uno de nosotros?

El anuncio del Ángel Gabriel a María da término a un largo camino de preparación. Dios, en efecto, escogió un pueblo y lo fue acompañando en un no siempre fácil camino pedagógico. El final de ese camino lo encontramos en ese momento sublime en el que el Creador invita a María, la más bella y pura creatura, a colaborar en su divino plan de salvación. En ese momento es como si el universo entero hubiese hecho silencio a la espera de la respuesta de María. San Bernardo, lleno de piedad filial por María, le dice: «En tus manos está el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados. Todos fuimos creados por la Palabra eterna de Dios, pero ahora nos vemos condenados a muerte; si tú das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida».
¿Qué responde esta humilde joven de un pueblo perdido en Palestina llamado Nazaret? Allí se juega todo pues de la respuesta de María «depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza» (San Bernardo). Y María responde «Hágase en mí según tu Palabra». El Señor tocó a la puerta de su corazón y la Virgen humilde y dócil abrió: «Hágase». Y entonces la Palabra Eterna se hizo carne en su vientre dando término a la espera de siglos. Se inicia un tiempo nuevo —tiempo de reconciliación— en el que el Hijo de Dios encarnado en el seno de María nos rescatará del pecado y de la muerte.

La Encarnación del Hijo de Dios tiene, pues, una íntima e indesligable relación con la Navidad; y ésta con la vida y predicación de Jesús y con su Muerte, su Resurrección y su Ascensión al Cielo. Como enseña el Papa Benedicto XVI, «a pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime». Hay una profunda unidad en ese plan divino tejido de amor que tiene un único objetivo: nuestra reconciliación.

¿Qué nos dice a nosotros todo esto hoy? Tal vez lo primero sea dejarnos maravillar y deslumbrar una vez más por el amor de Dios que sale a nuestro encuentro. Esa primera palabra del Ángel a María —«Alégrate»— también resuena hoy para nosotros. La salvación ha llegado; la noche ha terminado; hemos sido rescatados y reconciliados por el Señor Jesús.
A ello se debe sumar una renovada resolución por poner cuanto esté de nuestra parte por acoger ese don salvífico que nos trae el Niño Jesús. Así como a María, el Señor también toca la puerta de nuestro corazón: «Miren que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre entraré en casa y cenaremos juntos» (Ap 3,20). María respondió «Hágase» y su respuesta fue fecunda y coherente por toda su vida. ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Cómo vivimos nuestra vida cotidiana en relación con ella?

La Navidad es tiempo para escuchar la voz de Dios que nos habla en la fragilidad de un Niño en brazos de su Madre. Dejémonos tocar por la ternura que esa imagen desborda; hagamos el esfuerzo por “sintonizar” con el Misterio que estamos prontos a celebrar. Para ello miremos a María y dejémonos educar por su ejemplo de silencio, docilidad, humildad y generosidad.
 

Por: Ignacio Blanco
www.mividaenxto.com
 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador

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Evangelio según san Juan 1,6-8.19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanen el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; pero en medio de ustedes hay uno que no conocen, que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Hace varios años el hoy santo Papa Juan Pablo II decía que «el Adviento significa una actitud. Se expresa mediante una actitud». Celebramos el tercer Domingo de Adviento y estamos cada vez más cerca de las fiestas de Navidad. ¿Cómo va nuestro cultivo de esa actitud interior para celebrar la venida de Jesús? ¿Cómo nos estamos preparando? ¿Cuál es nuestra actitud?


Este Domingo rezamos un himno muy especial durante la liturgia de la Palabra: el Cántico de María. Estas palabras que nuestra Madre pronuncia en presencia de su prima Isabel están llenas de esa actitud del Adviento. María está alegre: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegre mi espíritu en Dios mi Salvador». El Adviento es un tiempo de alegría en el que procuramos acoger y vivir la exhortación de san Pablo: «Estén siempre alegres» (1Tes 5,16). La alegría de María se enraíza en Dios que se ha fijado en la humildad de su Sierva. Esa es la alegría a la que San Pablo también nos exhorta y ello lleva a preguntarnos: ¿Dónde está la fuente de nuestra alegría?


El corazón de María está alegre, desborda de la presencia de Jesús, Dios hecho hombre a quien lleva en sus entrañas. ¿Qué otra actitud descubrimos en María? María se sabe la Sierva humilde elegida por Dios. El Poderoso ha hecho obras grandes por Ella. El corazón alegre de María está en paz consigo misma; sabe quién es, cuál es su misión. Se sabe bendecida por Dios y reconoce que las generaciones futuras la llamarán «bienaventurada» porque Dios la eligió para ser la Madre de su Hijo. Las palabras de María infunden alegría, salud, armonía interior, unidad tejida de humildad y verdad.
De esta actitud también nos da testimonio Juan Bautista. «¿Eres tú Elías o el Profeta?» le preguntan. «No lo soy» responde. Juan sabe quién es —la Voz que grita en el desierto— porque conoce a Jesús; Juan es capaz de responder a esa pregunta que inquieta el corazón de todo hombre y mujer —¿Tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?— porque conoce al Señor a quien considera no ser digno de desatarle las sandalias. Dirigiéndose a los fariseos, Juan les dice: «En medio de ustedes hay uno que no conocen, que viene detrás de mí». Estas palabras deberían hacernos pensar mucho. Jesús caminaba en medio de la gente y no lo conocían; Juan, por el contrario, sabe quién es Jesús y —como María— sólo en relación con Él se conoce a sí mismo, sabe cuál es su misión, dónde está la fuente de su alegría.


El Señor Jesús está en medio de nosotros. En cada iglesia, en cada Tabernáculo está realmente presente. ¿Lo conocemos? ¿Lo adoramos en la hostia y el vino consagrados? ¿Reconocemos su Palabra cuando leemos o escuchamos proclamar la Escritura? ¿Lo reconocemos en el rostro de nuestros hermanos, especialmente de los que más sufren y nos necesitan? La preparación para la Navidad es una excelente ocasión para renovarnos en el encuentro con el Señor, acercándonos a Él con humildad y reverencia. No olvidemos que, como María y Juan nos lo testimonian, mientras más nos acerquemos a Jesús, mientras sea Él cada vez más el centro de nuestra vida, mejor nos conoceremos a nosotros mismos, estaremos alegres en el Señor y seremos más capaces de asumir con libertad y generosidad nuestra vida según el Plan de Dios.


Este tercer Domingo de Adviento se nos invita de manera especial a la alegría. En la tradición se conoce como el Domingo de Gaudete recordando la exhortación de San Pablo a alegrarnos. Junto con Santa María, nuestra Madre y educadora, alegrémonos en el Señor que viene a nosotros. Recordemos, especialmente en este tiempo, que «la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en Él» (Benedicto XVI).



Por Ignacio Blanco
Fuente: www.mividaenxto.com

domingo, 7 de diciembre de 2014

¡Preparémos que Jesús Viene!

Evangelio según san Marcos 1,1-8
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”». Apareció Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con Espíritu Santo».
Bautista
Las primeras palabras del Evangelio de Marcos que este segundo Domingo de Adviento escuchamos contienen de alguna manera la totalidad del mensaje cristiano: Evangelio de Jesucristo. Evangelio es una palabra que viene del griego y significa literalmente “buena noticia”. Esta “buena noticia” es de Jesucristo o, para decirlo con mayor propiedad, “es” Jesucristo mismo. Él es la buena noticia y todo lo que ha hecho, desde su Encarnación hasta su Ascensión, es buena noticia para nosotros. O quizá habría que decir que es “la” buena noticia. La Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios del seno de María es “la noticia” —el acontecimiento— que cambió definitivamente la historia de la humanidad, y por lo tanto la de cada uno de nosotros. Esto es precisamente lo que celebramos en la Navidad y para lo que nos preparamos durante el Adviento.
En vistas a esa preparación son muy iluminadoras las palabras del profeta Isaías que san Marcos cita: “Preparen el camino del Señor; allanen sus senderos”. En el trasfondo está la imagen del Señor que viene y la necesaria preparación para recibirlo. ¿Qué significa “preparar el camino” y “allanar el sendero”?

Estas acciones tienen en primer lugar un significado relacionado con la historia de la salvación. Durante siglos Dios fue preparando la llegada del Mesías que vendría a liberar a su pueblo. Y en diversas ocasiones envió mensajeros para que proclamaran su Palabra y ayudasen al pueblo escogido a prepararse. En este sentido, san Juan Bautista es el último mensajero que Dios envió para preparar su llegada definitiva.

El Bautista, con su estilo de vida austero y sobrio, con su predicación encendida y exigente, intenta sacudir las conciencias y hacernos despertar del sueño que nos entumece espiritualmente. «La llamada de Juan —explica el Papa Benedicto XVI— va, por tanto, más allá y más en profundidad respecto a la sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión del propio pecado. Mientras nos preparamos a la Navidad, es importante que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida».
A partir de ello, vemos que la invocación a “preparar el camino” y “allanar el sendero” tiene también un sentido personal. Cada uno debe vivir una dimensión constante y permanente de preparación. El Adviento, en este sentido, es un tiempo privilegiado pues nos ofrece la oportunidad de poner una vez más en el centro de nuestra atención el hecho histórico de mayor trascendencia para la humanidad: Dios vino a nosotros, se hizo uno de nosotros. Para celebrar este acontecimiento tenemos que prepararnos.
Ahora bien, ¿cómo preparar el camino y allanar el sendero para que Dios venga a nuestra vida? San Jerónimo nos recomienda lo siguiente: «“Preparen el camino del Señor”, esto es, hagan penitencia y prediquen. “Allanen sus senderos”, para que, andando solemnemente el camino real, amemos a nuestros prójimos como a nosotros, y a nosotros mismos como a nuestros prójimos. Pues el que se ama a sí mismo y no ama al prójimo, se aparta del camino por la derecha, porque muchos obran bien y no corrigen bien (…). Y aquel que ama al prójimo pero tiene aversión de sí mismo, se sale del camino hacia la izquierda, pues muchos corrigen bien, pero no obran bien, como fueron los escribas y fariseos».

Sabias recomendaciones que invitan a ir a lo esencial. Preparar el camino y allanar el sendero es, en el fondo, un llamado a la conversión, a abrir nuestras mentes y corazones a Jesús y dejar que Él sea el centro de nuestra vida y que el amor sea la Ley bajo la cual todo se despliegue. ¿Cómo allanamos el sendero y preparamos el camino? Removiendo los obstáculos que dificultan que el Señor venga a nuestro corazón; limpiando el camino de las piedras que hieren a los que buscan acercarse a nosotros y nos aíslan.

Juan el Bautista predica la conversión en el desierto. El desierto evoca silencio y austeridad. Y esto no es necesariamente algo malo pues ofrece el espacio para que hagamos silencio (otra forma de entender ese “allanar el sendero”) y escuchemos la Palabra de Dios. Estamos a veces tan saturados de bulla (exterior e interior) que no somos capaces de escuchar. Silencio, reverencia, humildad, caridad: todas son disposiciones —entre otras tantas— que nos ayudarán a prepararnos para la venida del Señor y nos dispondrán a un renovado encuentro con Jesús que viene a nosotros.

Por: Jesús Blanco
www.mividaenxto.com