martes, 23 de diciembre de 2014

Esta Navidad es tu oportunidad para ser completamente feliz

Perder al ser amado, carecer de familia, haber sufrido privaciones o haber sido víctima de maltrato y abuso pueden ser razones para que cualquiera endurezca su corazón. Pero esta Navidad es tu oportunidad para ser completamente feliz.

       
 Charles Dickens existió y escribió durante la era victoriana, y tuvo acceso a la educación hasta después de cumplir los ocho años. Vivió en uno de los barrios más pobres de su tiempo, y trabajó durante toda su infancia durante largas jornadas mientras su padre estaba preso por deudas. Pero experimentó también la vida en la cárcel, pues por el tipo de delito que había cometido su padre su familia podía estar con él en prisión. Todas estas experiencias le dieron a este hombre una visión del sufrimiento de quienes lo rodeaban: personalmente vivió y padeció la pobreza, el rechazo, la marginación y la necesidad.
Cuando Dickens creó al personaje de Scrooge (Un cuento de Navidad, 1843), solo estaba describiendo a muchos hombres y mujeres que son duros, egoístas, enojones o avaros; a muchos que son así porque un día, por algún motivo, endurecieron y cerraron su corazón. ¿Conoces a alguien así? O tú mismo ¿has cerrado tu corazón?


El fantasma del pasado
Tal vez tu tristeza (o la de tu familiar o amiga) proviene del pasado, de malas experiencias, de algún suceso traumático o de vivir constantemente la carencia y la necesidad. Al hurgar en eso, con frecuencia se da uno cuenta que son los padres quienes causaron un gran dolor en nuestras vidas. ¡Hay tantas razones y motivos para ello! Pero, ¿sabes?, ninguna de ellas vale la pena: si el pasado fue malo, no permitas que arruine tu presente. Cuando éramos jóvenes o niños no teníamos el control ni el dominio de nuestras emociones, tampoco de los hechos que sucedían a nuestro alrededor; ahora que somos adultos tenemos el poder y el dominio sobre nosotros mismos. El pasado, tu pasado y los que en él te hirieron o lastimaron necesitan ser perdonados; y no porque ellos como tal "lo necesiten", sino porque el perdón es lo que a ti te ayudará a sanar. Y de eso, precisamente de eso se trata la Navidad.

El fantasma del presente
¿Te sucede que, aunque quieras, no puedes manifestar afecto, decir cosas amables o ser más generoso? ¿Has llegado a ese momento en el que todos te identifican como demasiado gruñón o egoísta? ¿Te invitan a salir pero al final te quedas solo en casa, cuando en el fondo te hubiera gustado ir? ¿Te sientes incómodo cuando alguien te abraza o te demuestra afecto? O simplemente, ¿no te gusta la vida que tienes en este momento? El pasado nos alcanza y afecta el presente, de eso no hay ninguna duda. El presente es el regalo de la vida que te permite entender el pasado, perdonarlo y aceptar el hoy para transformarlo. Comienza a aceptar la vida que tienes, a no pelear con lo que posees o con lo que eres, acéptalo simplemente. Sin trabas acepta el regalo de la Navidad.

El fantasma del futuro
Ebenezer Scrooge, en Un cuento de Navidad, tiene la oportunidad de ver su futuro y lo que aprecia es simplemente terrorífico: se encuentra totalmente solo y no existe una sola persona que sienta afecto por él. En medio de su sueño, Scrooge comprende que la felicidad en la vida consiste básicamente en tres cosas: en formar y amar a la familia, en servir y ser generosos con quienes nos rodean y en vivir los principios que enseñó Jesucristo, quien por cierto, aunque a menudo lo olvidemos, es la gran razón de la Navidad.

Perdonar el pasado, a quienes en él te lastimaron y los errores que cometiste; aceptar el presente y la dádiva que ofrece para transformar lo que hoy se tiene son dos de los grandes regalos que el nacimiento de Cristo trae a nuestras vidas y que, al igual que en el viejo cuento, pueden transformar nuestra existencia.

La Navidad es el pretexto perfecto para cambiar: comienza abrazando a los que están cerca de ti, escribe notas de afecto y sin razón alguna haz un regalo especial a alguien; invita a un amigo y acepta la invitación que te han hecho, rompe tu rutina, diviértete y verás que, poco a poco, un sentimiento especial y cálido se irá anidando en tu corazón y será tal que querrás que dure por siempre y tal vez, solo tal vez, tú también salgas gritando a la calle: "¡Feliz Navidad y que Dios nos bendiga a todos!".

Por: Emma Sánchez
Fuente: www.familias.com


domingo, 21 de diciembre de 2014

Mirar a María nos prepara para la Navidad

                                                                   Evangelio según san Lucas 1,26-38

En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El Ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El Ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la descendencia de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al Ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El Ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el Ángel.

En este último Domingo de Adviento la Liturgia nos propone el pasaje de la Anunciación-Encarnación para la meditación. Nunca podremos reflexionar suficientemente en este momento cumbre de la historia de la salvación. Escultores, pintores y poetas han intentado plasmar de alguna manera la belleza de lo que allí ocurre. Teólogos y autores espirituales han puesto sus mejores esfuerzos para profundizar en el misterio inefable que allí acontece. Este misterio irrumpe hoy nuevamente en nuestra vida y quizá debiéramos hacernos dos preguntas: ¿Qué es lo que sucede en ese momento? ¿Qué significa eso para cada uno de nosotros?

El anuncio del Ángel Gabriel a María da término a un largo camino de preparación. Dios, en efecto, escogió un pueblo y lo fue acompañando en un no siempre fácil camino pedagógico. El final de ese camino lo encontramos en ese momento sublime en el que el Creador invita a María, la más bella y pura creatura, a colaborar en su divino plan de salvación. En ese momento es como si el universo entero hubiese hecho silencio a la espera de la respuesta de María. San Bernardo, lleno de piedad filial por María, le dice: «En tus manos está el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados. Todos fuimos creados por la Palabra eterna de Dios, pero ahora nos vemos condenados a muerte; si tú das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida».
¿Qué responde esta humilde joven de un pueblo perdido en Palestina llamado Nazaret? Allí se juega todo pues de la respuesta de María «depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza» (San Bernardo). Y María responde «Hágase en mí según tu Palabra». El Señor tocó a la puerta de su corazón y la Virgen humilde y dócil abrió: «Hágase». Y entonces la Palabra Eterna se hizo carne en su vientre dando término a la espera de siglos. Se inicia un tiempo nuevo —tiempo de reconciliación— en el que el Hijo de Dios encarnado en el seno de María nos rescatará del pecado y de la muerte.

La Encarnación del Hijo de Dios tiene, pues, una íntima e indesligable relación con la Navidad; y ésta con la vida y predicación de Jesús y con su Muerte, su Resurrección y su Ascensión al Cielo. Como enseña el Papa Benedicto XVI, «a pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime». Hay una profunda unidad en ese plan divino tejido de amor que tiene un único objetivo: nuestra reconciliación.

¿Qué nos dice a nosotros todo esto hoy? Tal vez lo primero sea dejarnos maravillar y deslumbrar una vez más por el amor de Dios que sale a nuestro encuentro. Esa primera palabra del Ángel a María —«Alégrate»— también resuena hoy para nosotros. La salvación ha llegado; la noche ha terminado; hemos sido rescatados y reconciliados por el Señor Jesús.
A ello se debe sumar una renovada resolución por poner cuanto esté de nuestra parte por acoger ese don salvífico que nos trae el Niño Jesús. Así como a María, el Señor también toca la puerta de nuestro corazón: «Miren que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre entraré en casa y cenaremos juntos» (Ap 3,20). María respondió «Hágase» y su respuesta fue fecunda y coherente por toda su vida. ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Cómo vivimos nuestra vida cotidiana en relación con ella?

La Navidad es tiempo para escuchar la voz de Dios que nos habla en la fragilidad de un Niño en brazos de su Madre. Dejémonos tocar por la ternura que esa imagen desborda; hagamos el esfuerzo por “sintonizar” con el Misterio que estamos prontos a celebrar. Para ello miremos a María y dejémonos educar por su ejemplo de silencio, docilidad, humildad y generosidad.
 

Por: Ignacio Blanco
www.mividaenxto.com
 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador

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Evangelio según san Juan 1,6-8.19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanen el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; pero en medio de ustedes hay uno que no conocen, que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Hace varios años el hoy santo Papa Juan Pablo II decía que «el Adviento significa una actitud. Se expresa mediante una actitud». Celebramos el tercer Domingo de Adviento y estamos cada vez más cerca de las fiestas de Navidad. ¿Cómo va nuestro cultivo de esa actitud interior para celebrar la venida de Jesús? ¿Cómo nos estamos preparando? ¿Cuál es nuestra actitud?


Este Domingo rezamos un himno muy especial durante la liturgia de la Palabra: el Cántico de María. Estas palabras que nuestra Madre pronuncia en presencia de su prima Isabel están llenas de esa actitud del Adviento. María está alegre: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegre mi espíritu en Dios mi Salvador». El Adviento es un tiempo de alegría en el que procuramos acoger y vivir la exhortación de san Pablo: «Estén siempre alegres» (1Tes 5,16). La alegría de María se enraíza en Dios que se ha fijado en la humildad de su Sierva. Esa es la alegría a la que San Pablo también nos exhorta y ello lleva a preguntarnos: ¿Dónde está la fuente de nuestra alegría?


El corazón de María está alegre, desborda de la presencia de Jesús, Dios hecho hombre a quien lleva en sus entrañas. ¿Qué otra actitud descubrimos en María? María se sabe la Sierva humilde elegida por Dios. El Poderoso ha hecho obras grandes por Ella. El corazón alegre de María está en paz consigo misma; sabe quién es, cuál es su misión. Se sabe bendecida por Dios y reconoce que las generaciones futuras la llamarán «bienaventurada» porque Dios la eligió para ser la Madre de su Hijo. Las palabras de María infunden alegría, salud, armonía interior, unidad tejida de humildad y verdad.
De esta actitud también nos da testimonio Juan Bautista. «¿Eres tú Elías o el Profeta?» le preguntan. «No lo soy» responde. Juan sabe quién es —la Voz que grita en el desierto— porque conoce a Jesús; Juan es capaz de responder a esa pregunta que inquieta el corazón de todo hombre y mujer —¿Tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?— porque conoce al Señor a quien considera no ser digno de desatarle las sandalias. Dirigiéndose a los fariseos, Juan les dice: «En medio de ustedes hay uno que no conocen, que viene detrás de mí». Estas palabras deberían hacernos pensar mucho. Jesús caminaba en medio de la gente y no lo conocían; Juan, por el contrario, sabe quién es Jesús y —como María— sólo en relación con Él se conoce a sí mismo, sabe cuál es su misión, dónde está la fuente de su alegría.


El Señor Jesús está en medio de nosotros. En cada iglesia, en cada Tabernáculo está realmente presente. ¿Lo conocemos? ¿Lo adoramos en la hostia y el vino consagrados? ¿Reconocemos su Palabra cuando leemos o escuchamos proclamar la Escritura? ¿Lo reconocemos en el rostro de nuestros hermanos, especialmente de los que más sufren y nos necesitan? La preparación para la Navidad es una excelente ocasión para renovarnos en el encuentro con el Señor, acercándonos a Él con humildad y reverencia. No olvidemos que, como María y Juan nos lo testimonian, mientras más nos acerquemos a Jesús, mientras sea Él cada vez más el centro de nuestra vida, mejor nos conoceremos a nosotros mismos, estaremos alegres en el Señor y seremos más capaces de asumir con libertad y generosidad nuestra vida según el Plan de Dios.


Este tercer Domingo de Adviento se nos invita de manera especial a la alegría. En la tradición se conoce como el Domingo de Gaudete recordando la exhortación de San Pablo a alegrarnos. Junto con Santa María, nuestra Madre y educadora, alegrémonos en el Señor que viene a nosotros. Recordemos, especialmente en este tiempo, que «la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en Él» (Benedicto XVI).



Por Ignacio Blanco
Fuente: www.mividaenxto.com

domingo, 7 de diciembre de 2014

¡Preparémos que Jesús Viene!

Evangelio según san Marcos 1,1-8
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”». Apareció Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con Espíritu Santo».
Bautista
Las primeras palabras del Evangelio de Marcos que este segundo Domingo de Adviento escuchamos contienen de alguna manera la totalidad del mensaje cristiano: Evangelio de Jesucristo. Evangelio es una palabra que viene del griego y significa literalmente “buena noticia”. Esta “buena noticia” es de Jesucristo o, para decirlo con mayor propiedad, “es” Jesucristo mismo. Él es la buena noticia y todo lo que ha hecho, desde su Encarnación hasta su Ascensión, es buena noticia para nosotros. O quizá habría que decir que es “la” buena noticia. La Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios del seno de María es “la noticia” —el acontecimiento— que cambió definitivamente la historia de la humanidad, y por lo tanto la de cada uno de nosotros. Esto es precisamente lo que celebramos en la Navidad y para lo que nos preparamos durante el Adviento.
En vistas a esa preparación son muy iluminadoras las palabras del profeta Isaías que san Marcos cita: “Preparen el camino del Señor; allanen sus senderos”. En el trasfondo está la imagen del Señor que viene y la necesaria preparación para recibirlo. ¿Qué significa “preparar el camino” y “allanar el sendero”?

Estas acciones tienen en primer lugar un significado relacionado con la historia de la salvación. Durante siglos Dios fue preparando la llegada del Mesías que vendría a liberar a su pueblo. Y en diversas ocasiones envió mensajeros para que proclamaran su Palabra y ayudasen al pueblo escogido a prepararse. En este sentido, san Juan Bautista es el último mensajero que Dios envió para preparar su llegada definitiva.

El Bautista, con su estilo de vida austero y sobrio, con su predicación encendida y exigente, intenta sacudir las conciencias y hacernos despertar del sueño que nos entumece espiritualmente. «La llamada de Juan —explica el Papa Benedicto XVI— va, por tanto, más allá y más en profundidad respecto a la sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión del propio pecado. Mientras nos preparamos a la Navidad, es importante que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida».
A partir de ello, vemos que la invocación a “preparar el camino” y “allanar el sendero” tiene también un sentido personal. Cada uno debe vivir una dimensión constante y permanente de preparación. El Adviento, en este sentido, es un tiempo privilegiado pues nos ofrece la oportunidad de poner una vez más en el centro de nuestra atención el hecho histórico de mayor trascendencia para la humanidad: Dios vino a nosotros, se hizo uno de nosotros. Para celebrar este acontecimiento tenemos que prepararnos.
Ahora bien, ¿cómo preparar el camino y allanar el sendero para que Dios venga a nuestra vida? San Jerónimo nos recomienda lo siguiente: «“Preparen el camino del Señor”, esto es, hagan penitencia y prediquen. “Allanen sus senderos”, para que, andando solemnemente el camino real, amemos a nuestros prójimos como a nosotros, y a nosotros mismos como a nuestros prójimos. Pues el que se ama a sí mismo y no ama al prójimo, se aparta del camino por la derecha, porque muchos obran bien y no corrigen bien (…). Y aquel que ama al prójimo pero tiene aversión de sí mismo, se sale del camino hacia la izquierda, pues muchos corrigen bien, pero no obran bien, como fueron los escribas y fariseos».

Sabias recomendaciones que invitan a ir a lo esencial. Preparar el camino y allanar el sendero es, en el fondo, un llamado a la conversión, a abrir nuestras mentes y corazones a Jesús y dejar que Él sea el centro de nuestra vida y que el amor sea la Ley bajo la cual todo se despliegue. ¿Cómo allanamos el sendero y preparamos el camino? Removiendo los obstáculos que dificultan que el Señor venga a nuestro corazón; limpiando el camino de las piedras que hieren a los que buscan acercarse a nosotros y nos aíslan.

Juan el Bautista predica la conversión en el desierto. El desierto evoca silencio y austeridad. Y esto no es necesariamente algo malo pues ofrece el espacio para que hagamos silencio (otra forma de entender ese “allanar el sendero”) y escuchemos la Palabra de Dios. Estamos a veces tan saturados de bulla (exterior e interior) que no somos capaces de escuchar. Silencio, reverencia, humildad, caridad: todas son disposiciones —entre otras tantas— que nos ayudarán a prepararnos para la venida del Señor y nos dispondrán a un renovado encuentro con Jesús que viene a nosotros.

Por: Jesús Blanco
www.mividaenxto.com

martes, 25 de noviembre de 2014

¿Qué es la Navidad?

Papa Francisco expresa:


"La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendria bien un poco de silencio, para oir la voz del Amor."
Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma. El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida. La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir. Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, alegría y la generosidad. Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor. La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien. La música de Navidad eres tú cuando conquistas la armonía dentro de ti. El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano. La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos. La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y reestableces la paz, aun cuando sufras. La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado. Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti. Una muy Feliz Navidad para todos los que se parecen a la Navidad.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Cristo Rey, el Amor y la Eternidad

Evangelio según san Mateo 25,31-46
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me dieron hospedaje, estuve desnudo y ustedes me vistieron, enfermo y me visitaron, estuve en la cárcel y vinieron a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apártense de mí, malditos, váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y ustedes no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron”. Entonces éstos también contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y él entonces les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».

Con la Solemnidad de Cristo Rey que celebramos este Domingo llegamos al final del año litúrgico. El Evangelio nos propone un pasaje que es a la vez estremecedor y decisivo. El Señor Jesús nos explica qué es lo que sucederá al final de los tiempos cuando Él vuelva “en su gloria” y reúna ante sí a todas las naciones de la tierra. El gran pintor italiano Giotto inmortalizó esta escena en un admirable fresco que se encuentra en la Capilla de los Scrovegni, en Padua. El fresco, terminado hacia el año 1306, representa a Cristo rodeado de los coros angélicos con la mano derecha abierta en signo de acogida y la mirada dirigida hacia aquellos benditos que han alcanzado la bienaventuranza. La mano izquierda está en postura de rechazo hacia aquellos que por sus obras se han hecho merecedores —como dice el Evangelio— del «castigo eterno».
Este pasaje del Evangelio puede hoy no ser muy popular. Afirma con claridad que el destino del ser humano es eterno. Tanto el premio como el castigo son para siempre. Luego de ese juicio final, no hay otra oportunidad, ya no hay lugar al arrepentimiento ni al “ahora sí”. Esto implica, como nos enseña la Iglesia, que lo que hagamos en esta vida, las decisiones que tomemos, el rumbo que elijamos desde nuestra libertad para nuestra existencia, tiene resonancias y consecuencias para la eternidad. No se trata de “meter miedo” sino de sopesar con madurez y libertad, a la luz del Evangelio, el sentido y las opciones que uno hace. En este pasaje «las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados» (Benedicto XVI). Hace varios siglos que el poeta Jorge Manrique expresó esta realidad en un verso que vale la pena recordar:
«Este mundo es el camino para el otro,
que es morada sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada sin errar».
Por otro lado, el Evangelio cuestiona fuertemente la difundida visión de un Jesús que, por ser bueno y misericordioso, al final todo lo perdonará. El acento quizá no esté tanto en proponer la imagen de un juez caprichoso e inmisericorde frente al cual más te vale llegar con los deberes bien hechos. Habrá un juicio donde ciertamente primará el amor y la justicia, pero en el que Cristo Rey juzgará en base a nuestros actos. Y justamente porque Jesús es todo amor y verdad, porque es un rey justo y misericordioso, dará a cada uno según sus obras.

Como se ve claramente en las palabras del Señor, el amor será la medida fundamental con la que seremos juzgados. En base a si hemos amado como Él nos enseña, juzgará a unos y les dirá «vengan, benditos de mi Padre»; y juzgará a otros y les dirá «apártense de mí, malditos, váyanse al fuego eterno». Hoy tampoco es muy popular hablar del infierno. Y, sin embargo, el Señor lo revela en este y otros pasajes del Evangelio y es saludable espiritualmente recordarlo y tenerlo presente. «Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”» nos enseña el Catecismo. Esa autoexclusión definitiva se da, una vez más, en relación a lo esencial: la comunión en el amor.
Considerar la eternidad nos impulsa a comprometernos con el aquí y ahora que vivimos. Y sobre todo nos impulsa a poner al Señor en el centro de nuestra vida y a hacer como Él nos dice, amando al prójimo como Él nos ha amado. El Reino de Cristo tiene su ley: Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo o visitar al enfermo; amar al hermano que pasa cualquiera de esas necesidades; descubrir y amar en ellos el Rostro de Cristo. ¡Cuánto dista de la ley del egoísmo, del individualismo, del poder, el placer y el tener! ¿Bajo cuál se rige nuestra vida?

Por: Ignacio Blanco.
www.mividaenxto.com

sábado, 22 de noviembre de 2014

Sobre la Misericordia de Dios

La misericordia parece ser un tema recurrente en mis oraciones. Pero, ¿qué es realmente la misericordia? ¿Qué queremos decir con la frase “Dios es misericordioso? ¿Cómo soy llamada/o a ser misericordiosa/o? Pienso que hay dos palabras que describen lo que la misericordia de Dios significa: perdón y transformación.

Perdón: Dios es un Dios que nos perdona. Su amor por nosotras/os es incondicional, y fundamenta el hecho que nos perdone. No importa lo que hemos hecho, ni por cuanto tiempo lo hemos abandonado, Dios nos dará la bienvenida con sus brazos abiertos y amorosamente. Al sentirnos mal por nuestros pecados y reconocer que somos pecadoras/es, volvemos a Dios una y otra vez. Y al hacerlo, decidimos permitir una transformación profunda en nuestra vida.

Transformación: el perdón de Dios y su amor por nosotras/os, no son para recibir una grata sensación de calor y una pizarra limpia de pecados. Dios nos invita a ser transformadas/os, a través de ser perdonadas/os. Luego, Dios nos da una tarea: no sólo evitar el mal, sino que trabajar para sobreponerse al mal por medio de obras de bien. 


Fuente: Becky Eldredge. www.espaciosagrado.com

Santa Cecilia

ROMA, 22 Nov. 14 / 12:04 am (ACI).- Santa Cecilia es una de las mártires de los primeros siglos más venerada por los cristianos. Se dice que el día de su matrimonio, mientras los músicos tocaban, ella cantaba a Dios en su corazón. Su fiesta se celebra el 22 de noviembre y es representada tocando un instrumento musical y cantando.
Las “actas” de la santa la presentan como integrante de una familia noble de Roma. Solía hacer penitencias y consagró su virginidad a Dios. Sin embargo, su padre la casó con un joven llamado Valeriano.
Cuando los recién casados se encontraban en la habitación, Cecilia le dijo a Valeriano: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí”.
El esposo le pidió que le mostrara al ángel y que haría lo que ella le pidiera por lo que Cecilia le dijo que si él creía en el Dios vivo y verdadero y recibía el bautismo, entonces vería al ángel. Valeriano fue a buscar al Obispo Urbano, quien lo instruyó en la fe y lo bautizó.
La Tradición señala que cuando el esposo regresó a ver a su amada, vio a un ángel de pie junto a Cecilia y el ser celestial puso una guirnalda de rosas y lirios sobre la cabeza de ambos. Más adelante, Valeriano y su hermano Tiburcio serían martirizados.
Cecilia fue llamada para que demostrara su fe en los dioses paganos, pero convirtió a sus detractores. El Papa Urbano la visitó en su casa y bautizó ahí a 400 personas. Posteriormente, la Santa fue llevada a juicio y condenada morir sofocada en el baño de su casa, pero a pesar de la gran cantidad de leña que pusieron los guardias en el horno, Cecilia no sufrió daño alguno.
Finalmente, la mandaron a decapitar y el verdugo descargó tres veces la espada sobre su cuello. Santa Cecilia pasó tres días agonizando y finalmente partió a la Casa del Padre.
Esta historia es de fines del siglo V, pero no está del todo fundada en documentos.
En marzo de este año el Papa Francisco se refirió a los mártires de los primeros tiempos cristianos, como Santa Cecilia, y dijo que “llevaban siempre con ellos el Evangelio: ellos llevaban el Evangelio; ella, Cecilia llevaba el Evangelio. Porque es precisamente nuestro primer alimento, es la Palabra de Jesús, lo que nutre nuestra fe”.
En Trastévere, Roma, se edificó la Basílica de Santa Cecilia en el siglo V. Allí actualmente se encuentra la famosa estatua de tamaño natural y del escultor Maderna, que muestra a la Santa como si estuviera dormida, recostada del lado derecho.
Etiquetas: Iglesia CatólicaSantos

viernes, 21 de noviembre de 2014

Niño rapero canta a su hermana Down

 A sus 11 años, Matty B, un niño de Atlanta (Georgia, Estados Unidos) es un fenómeno musical que ya lleva cuatro años cantando y acumula dos millones y medio de suscriptores en YouTube y 6,7 millones de seguidores en Facebook y Twitter. Tiene cuatro hermanos, y la menor, Sarah Grace, nació con síndrome de Down. Matty B le ha dedicado esta versión de True colours de Cindy Lauper. La historia que acompaña la canción es toda una reivindicación de respeto a estos niños que están siendo abortados sin misericordia en proporciones asombrosas cuando existe diagnóstico prenatal.


sábado, 1 de noviembre de 2014

La muerte ilumina la vida


Difuntos
Este Domingo celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos. Esta fiesta está profundamente arraigada en la tradición religiosa de muchos países. Para muchísimos es costumbre visitar los cementerios donde están los restos de aquellos seres queridos que ya han dejado este mundo. Día de oración, de recuerdo y de esperanza.

Una fiesta como ésta nos pone frente a la muerte. Hablar de la muerte es incómodo. Es una de esas realidades de las que todos tenemos consciencia pero a veces parecería que no queremos asumir. Y sin embargo, que un día moriremos es de las pocas cosas que podemos afirmar con absoluta certeza. ¿Es esto motivo de angustia o de desasosiego? Considerar este hecho, ¿es “aguar la fiesta” desde una visión negativa de la vida?

Para el cristiano definitivamente no. Es más bien asumir la vida desde el realismo de la fe y de la esperanza que nos trae el Señor Jesús. Él nos ha enseñado, y ha dado ejemplo de ello con su propia vida, que esta vida es un peregrinaje hacia la otra vida. El carácter del peregrinaje es muy iluminador, pedagógico y nos llena de esperanza. Nos habla de un origen, de un camino y de una meta. Nos habla de que no estamos solos. Al inicio y al final está Dios, lleno de amor y misericordia, que nos abraza y nos invita a vivir eternamente en comunión con Él y con nuestros hermanos. A lo largo de todo el camino está siempre a nuestro lado. Es más, Él mismo se ha hecho camino para que recorriéndolo alcancemos la vida verdadera. Si nos desconcertamos y perdemos el rumbo, si —como el apóstol Tomás— nos preguntamos «¿cómo, pues, podemos saber el camino?, Jesús sale a nuestro encuentro y nos reitera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Ser peregrinos, el misterio de la muerte, también nos habla de algo más. Nos pone frente a la eternidad. Nuestra vida se devela frágil y pasajera frente a la muerte y, sin embargo, como personas nos experimentamos hechos para la eternidad. Y cuando hablamos de la eternidad algo “se mueve” en nuestro interior pues tocamos ese anhelo irreprimible de permanecer. En este sentido, el Concilio Vaticano II, que llama a la muerte «el máximo enigma de la vida humana», nos habla de que el hombre lleva en sí una «semilla de eternidad» que es «irreductible a la sola materia» (Gaudium et spes, 18). La muerte nos recuerda todo esto. Tal vez por ello se la ha llamado “buena consejera” y “señora de las respuestas”. Como vamos viendo, considerar la muerte desde la fe nos ayuda a entender mejor qué es la vida y cómo tenemos que vivirla.

Si nos enfrentamos a la muerte desde una perspectiva meramente horizontal veremos que tiene otro rostro. Plantea preguntas que no tienen respuesta. Es un final trágico e irremediable. Tal vez por eso muchas veces en una sociedad cada vez más alejada de Dios hablar de la muerte es tan incómodo y fuera de lugar. Es casi un tema tabú, que es mejor evitar o banalizar. Y es que pone en cuestión muchos de los presupuestos sobre los que se edifica una cultura donde todo gira en torno a “vivir el momento”, al placer, al poder, al tener.

Esta festividad, así como la de todos los santos, «nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza» (Benedicto XVI). Y eso sólo podemos hacerlo desde la fe. Reflexionar sobre la muerte, no es, pues, “aguar la fiesta”. Para quienes creemos en Cristo muerto y resucitado es parte del misterio de la vida que Él nos ha venido a iluminar. Desde Jesús, que es la Resurrección y la Vida, podemos comprender y asumir, sin temor, este umbral por el que todos vamos a pasar en algún momento. En Jesús y con Él aprendemos también a vivir la dolorosa e incluso trágica experiencia de que a alguien a quien queremos y conocemos le llegue el momento de dejar este mundo. Y con Jesús podemos vivir ya esa misteriosa comunión con todas las personas a las que amamos y recordamos en este día. Hoy experimentamos con fuerza esa hermosa y esperanzadora unidad entre la Iglesia que aún peregrina en esta tierra y la Iglesia celestial.

Por Ignacio Blanco
Fuente: www.mividaenxto,com

viernes, 31 de octubre de 2014

Todos llamados a ser Santos



Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad


La fiesta de todos los santos nos recuerda la multitud de los que han conseguido de un modo definitivo la santidad, y viven eternamente con Dios en cielo, con un amor que sacia sin saciar. Es también la fiesta de todos os que estamos llamados a unirnos a los que forman la Iglesia triunfante: nos anima a desear esa felicidad eterna, que solo en Dios podemos encontrar. Vivimos en esperanza, somos varones de deseos (como el profeta Daniel), de que Dios saciará todo el afán de felicidad que anida en nuestro corazón, como decía San Agustín: “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. San Pablo dice que nadie puede imaginar las maravillas que Dios nos tiene reservadas. Saciarán sin saciar, y este pensamiento de plenitud nos ha de ayudar a llevar la cruz de cada día sin caer en conformarnos con premios de consolación, con pequeñas compensaciones efímeras, que a la hora de la verdad son engaños, cartones repintados que defraudan las ansias de cosas grandes de nuestro corazón.

San Juan Apóstol, que en sus años mozos siguió al Señor, nos dice ya en su madurez que vale la pena: “El que existía desde el principio, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su hijo Jesucristo. Esto os lo escribimos para que vuestra alegría sea completa” (1 Juan, 1). Estamos llamados a pertenecer a la familia de Cristo, desde toda la eternidad hemos sido pensados, amados, para este fin, y para ello hemos sido creados: predestinados como hijos queridísimos, por puro amor (como comienza diciendo la carta a los Efesios. Esta gratuidad de la llamada a la amistad con Dios está desarrollado en muchos otros lugares como 1Tes. 4,3).

"La meta que os propongo -mejor, la que nos señala Dios a todos- no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que ha encontrado a Jesús que pasa ‘quasi in occulto’ por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día. En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y de anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción...: estas crisis mundiales son crisis de santos” (san J. Escrivá).

Para ello tenemos los medios de siempre, que hay que adaptar a las circunstancias de cada vida: oración y sacramentos, que son medios y no fines, el fin es al que se va avanzando como el que va hacia una luz, paso a paso: con la gracia de Dios, y la lucha alegre, vamos hacia Jesús, a corresponder a su amor con nuestra correspondencia que se manifiesta en la sensibilidad para hacer la voluntad de Dios. Con estos medios tenemos experiencia de Dios, como la tuvo Moisés en el Monte Sinaí ante la zarza ardiendo sin consumirse, cuando se le manifestó el Señor diciéndole: “descálzate porque este lugar es santo”, y cuando bajó del monte, cuando su faz reflejaba la luz divina. Es también la experiencia de San Pablo camino de Damasco: ciego ante la luz, para penetrar en la luz interior. Eso es la santidad: sentir a Dios en nosotros, sentirse mirados por Dios que tira de nosotros con suavidad y fuerza hacia arriba, si le tomamos la mano que nos ofrece para que allá donde está Él también vayamos nosotros. Esa determinación de seguir a Cristo se va desplegando en una serie de virtudes que al procurar vivir con alegría y constancia, se va haciendo heroísmo.

Ha dicho Jesús: “Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad. La gran solución para todo, es la santidad: ese encuentro personal con Dios, que ponemos –ante el ofrecimiento de su gracia- buena voluntad, es decir correspondencia: lucha, esfuerzo personal por ser mejores y hacer el bien, pues la fe, si no va unida a las obras, está muerta.
 
En esta vocación que es la vida, escucha y correspondencia, diálogo abierto del hombre con Dios, parece que lo más importante es lo que hacemos nosotros sin embargo luego vemos que en realidad lo fundamental es lo que hace Dios, de ahí la vida como “dejar hacer” a Dios, como ofrenda agradecida, de acción de gracias. Decía P. Urbano que “un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí... un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza… un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle... El quid de la santidad es una cuestión de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el ‘yo hago’, como el ‘hágase en mí’... El santo ni ama, ni cree, ni espera a solas: él siempre cuenta con el Otro. Por eso el santo confía... uno de esos que se fía de Dios. Pero hay que decir que, antes, Dios se ha fiado de él”. Y la meta es inabarcable, siempre en construcción: “¿La cima? Para un alma entregada, todo se convierte en cima que alcanzar: cada día descubre nuevas metas, porque ni sabe ni quiere poner límites al Amor de Dios”.

Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net

Fiesta de todos los Santos

Celebramos a las personas que han llegado al cielo, conocidas y desconocidas.
1 de noviembre                                                                                                                   


Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Comunión de los santos

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿Como alcanzar la santidad?

- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su Santo Obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están  San Antonio (356) en Egipto y    San Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:

Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).

Categorías de culto católico

Los católicos distinguimos tres categorías de culto:
- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.

- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.

- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.


Por: Tere Fernández | Fuente: Catholic.

domingo, 26 de octubre de 2014

Enojados con Dios

En nuestros días es frecuente encontrar personas –demasiadas– enojadas con Dios… El motivo concreto puede ser muy variado: porque se ha muerto un ser querido, se tiene una enfermedad, las finanzas tocan fondo, no se tiene el trabajo que se desearía… Es decir, culpan a Dios por lo que les hace sufrir.


Esto los lleva a mirarlo con desconfianza y recelo, apartarse de Él, sentirse ofendidos porque se sienten maltratados por Dios. Por tanto, no se sienten obligados a rendirle culto, ni amarlo: es como si pensaran que Dios los ha odiado primero…


No niegan su existencia, sino que la rechazan de su vida; saben que existe, pero no quieren saber nada con Él. Es como si pusieran a Dios en penitencia… Le exigen explicaciones y que los trate mejor.


Pero… hay más de un problema… Con esta actitud inmadura –caprichosa– se perjudican a sí mismos. Es como el chiquito que enojado con sus padres, les dice ofendido “y ahora no como”, como si el no cenar causara un daño a sus progenitores… Así se impiden a sí mismo encontrar el sentido del sufrimiento que los agobia y conseguir la paz; y se alejan de quien puede hacerlos felices.
Analicemos en cuatro pasos la respuesta a estos enojos:
  1. Dios no tiene la culpa… de las enfermedades,  de la maldad de los hombres, de los desastres naturales…
Si crees en Dios y lo que Dios ha revelado en el cristianismo, entonces deberías saber que Dios creó el hombre para ser feliz, y que el pecado original introdujo en el mundo la muerte, el dolor, el error y el desorden interior en la persona humana. Ese mundo feliz creado por Dios ha sido ensuciado y arruinado por el pecado del hombre (el de todos, incluyendo los tuyos y los míos). La culpa no es de Dios, es de Adán, de Eva y de todos los que pecamos…
Dios ha hecho al hombre libre. Y eso es bueno, ya que sólo así podemos amar y alcanzar la plenitud, aunque suponga un riesgo… El mal uso que el hombre haga de su libertad no es culpa de Dios.
  1. Dios no es ajeno a nuestro dolor: quiso asumir el sufrimiento.
Lejos de desentenderse de los hombres después de su pecado,  Dios se propuso repararlo.  Para eso lo asumió, se hizo hombre para sufrir con nosotros y para nosotros. No tenemos un Dios que no sabe lo que es sufrir… sino un Dios que experimentó el sufrimiento en su naturaleza humana.  Por eso nos entiende, sabe lo que es sufrir. Pero además, ese sufrimiento suyo no fue estéril,  sino redentor: lo convirtió en un acto de amor (Dios es amor, por eso todo lo que “toca” lo convierte en amor). Y así lo hizo valioso: a partir de Jesús,  quien sufre, puede unir su dolor al suyo, y así -convirtiéndolo en un acto de entrega personal por amor- salvar a los hombres con su dolor.
En el problema del dolor más que el por qué, lo que interesa, lo esencial, es el para qué…
Quien sufre no está solo, Dios está cerca de él. Su cercanía supone un gran consuelo y llena de paz. El enojo con Él, sólo nos priva de esta liberación.
  1. El sufrimiento tiene sentido y valor.
El dolor angustia y aplasta cuando no tiene salida… cuando un queda encerrado en su propio sufrimiento.
Mucho depende de cómo se viva el dolor: si se lo vive con bronca y resentimiento, resulta destructivo. Si se lo vive con sentido y amor, es liberador.
La esperanza hace una gran diferencia: un dolor cerrado en mí mismo, sin salida, se hace insoportable; un dolor con sentido, lleva más allá de nosotros mismos, se sabe fecundo; entonces, es posible sufrirlo serenamente, llenos de paz.
En el Calvario había tres cruces. En el medio, la de Jesús, que fue a ella voluntariamente: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo” (Jn 10,18). A su lado, dos condenados. A la derecha, uno alcanza el paraíso (gracias a la cruz resultó ser un condenado muy poco condenado…, allí encontró la liberación definitiva). A la izquierda, otro se muere de asco y odio… Dos cruces junto a Jesús, el mismo sufrimiento físico, dos actitudes distintas, dos modos de vivir el dolor, dos resultados diametralmente opuestos. Cada uno elige qué actitud tomar…
El sufrimiento tiene sentido: hay que encontrarlo. Cuesta… ya que el dolor obnubila la mente y oscurece la visión. No es fácil, pero Dios está más cerca del que sufre: quien lo busca, lo encuentra.
Como enseña el Papa Francisco:
“La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”. (Enc. Lumen Fidei, n. 57).
  1. Enojarse con Dios no solo carece de sentido sino que es muy contraproducente…
Solo en Dios podemos encontrar la felicidad, de manera que enojarse con Dios es enojarse con la fuente de nuestra propia felicidad… y esto no parece una cosa muy inteligente para hacer…
Es entendible que una persona que sufre esté shockeada, y que sienta una gran rebeldía.  Pero debería serenarse y procurar manejar razonablemente esa rebeldía. Y buscar en la luz de la fe, la luz para encontrar su sentido.
¿Cómo superar estos enojos…?
Buscar en la luz de la fe, la luz para encontrar su sentido. Por ese camino –marcado por la humildad– encontrará primero resignación (paso fundamental); entonces la esperanza despertará la aceptación, que llevará a ofrecer el dolor y ofrecerse a uno mismo en él. Y entonces, brillará el amor: encontrará el amor de Dios, que siempre estuvo a tu lado, también cuando nosotros procurábamos espantarlo con nuestro enojo…
No parece que nos convenga enfrentarnos con quien puede dar sentido y valor a nuestro sufrimiento, con quien puede darnos la fortaleza para llevarlo y con quien nos promete la felicidad absoluta si lo vivimos con amor.
 
P. Eduardo María Volpacchio
Buenos Aires, 24 de agosto de 2014

Algunos se cansaron

Es un poco triste reconocerlo pero hay que ser honestos: algunos se cansaron de batallar contra la corriente. Un día se sintieron sin fuerzas, y casi sin darse cuenta, empezaron a dejarse llevar por el fluido suave y el ritmo arrullador de las aguas que iban corriente abajo.

Poco importó en un primer momento que fueran aguas venenosas. Poco importó que hubiera un penetrante hedor que se pegaba a todo: sus palabras, sus ropas, sus casas. La comodidad de dejarse llevar parecía buena razón, y al fin y al cabo, a los malos olores uno termina por acostumbrarse.
Se cansaron de decir que la paga del pecado es la muerte; su discurso cambió, y empezaron a decir que ante todo hay que ser humanos, y que Dios es tan misericordioso que en realidad no importa que pequemos, porque–ya revolcados bien abajo en esas aguas inmundas–les parecía imposible que hubiera condenación. Admitir que puede haber infierno y condenación Cansado?eterna es admitir que uno puede llegar allá si enseña lo que es falso aunque sea seductor. Así que cerraron los ojos y dijeron mirando a las cámaras que Dios no podía ser tan terrible.

Algunos se cansaron de pelear. Entregaron sus armas. Ya no soportaron más que la sociedad los excluyera, que la opinión pública los lastimara, que los medios de comunicación los ignoraran, que los parlamentos aprobaran leyes en contra de lo que siempre se enseñó. Se cansaron de ser sal que fastidia y dejaron de salar. Insípidos, con una sonrisa inocua, con un discurso debidamente censurado y autorizado por el “Nuevo Desorden Mundial” salieron a los púlpitos y a las cámaras y proclamaron que la Iglesia había cambiado. En realidad sólo ellos habían cambiado pero usurparon el nombre de la Esposa de Cristo.

Se cansaron de ser vituperados y maltratados. Cambiaron entonces su enseñanza y la acomodaron a los oídos adúlteros del mundo. Un aplauso sonoro fue la respuesta de parte de ese mundo, que de tiempo atrás esperaba tal cansancio. Los de las tinieblas se miraron y sonrieron con gesto de victoria. El rostro de los enemigos de la Iglesia brillaba con entusiasmo: “¡La hemos derribado!,” se dijeron al ver caer algunas de las altas torres de la Esposa, la Casa de Dios, la Católica.

Y los que se cansaron, y ahora enseñan otra cosa, al oír el estrépito de semejante derrumbe, creyeron que los estaban aplaudiendo. Ya sabes: un derrumbe suena como un aplauso.
Algunos se cansaron. Pero no todos. Hay quien siente dolor y celo. Hay quien hace penitencia y reza. Hay quien predica, así parezca que su voz se pierde en el desierto. Hay quien llora y ora. Y esa oración atraviesa las nubes.

Fuente: Fray Nelson, el 24.10.14 a las 8:06 PM

miércoles, 15 de octubre de 2014

Santa Teresa de Avila y el Espíritu Santo

La magnanimidad es una hermosa virtud, que nos lleva a desear cosas grandes, a gastar nuestra vida para regalarle algo grande a este mundo. Porque ser humildes no quiere decir que escondamos nuestras capacidades o que enterremos nuestros talentos. El Espíritu Santo no se goza en nuestra destrucción ni espera que renunciemos a nuestros sueños. Al contrario, él nos lanza a la aventura de vivir cosas grandes.

Eso está claro en la vida de Santa Teresa de Ávila, que hoy recordamos. Ella desde pequeña soñaba con hacer cosas grandes por Cristo. Pero en esa época, hace quinientos años, las mujeres no podían destacarse en la sociedad ni en la Iglesia.

A ella la estimulaba mucho la lectura de las vidas de santos y de los libros de caballería. Por eso un día, siendo niña, quiso escapar con su hermano con el deseo de dar la vida por Cristo en tierras paganas.

En 1535 entró al convento de la Encarnación en Ávila. Pero se puede decir que sólo veinte años después ocurrió su gran conversión, la acción más poderosa del Espíritu Santo. Al poco tiempo sintió el llamado de Dios a reformar la vida de los conventos carmelitas, devolviéndoles su espíritu de austeridad y fervor evangélico, donde no debería faltar la alegría. A esta reforma se le unió San Juan de la Cruz. Ambos sufrieron burlas y persecuciones, pero nada podía frenar a esta mujer decidida y segura. A su intensa actividad unió una altísima experiencia mística que quedó plasmada en sus escritos espirituales, por los cuales se la declaró doctora de la Iglesia. Fundó muchos conventos reformados, lo cual le significó numerosos viajes que deterioraron su salud. A causa de esos viajes la llamaban despectivamente "mujer inquieta y andariega".

Pero a pesar de las persecuciones que soportó de parte de las mismas autoridades de la Iglesia, expiró diciendo: "Muero hija de la Iglesia". Porque el Espíritu Santo, que nos invita a vivir cosas grandes, nos lleva también a vivirlas en humildad y en fraternidad, nunca en la vanidad y la división.

Teresa es un hermoso estímulo que nos invita a dejarnos llevar por el Espíritu Santo sin cobardías ni mezquindades, sabiendo que, unidos al Señor, y más allá de lo que nosotros podamos ver, nuestra vida dará mucho fruto.

martes, 7 de octubre de 2014

Nuestra Señora del Rosario.


¿Sabías que rezar el Rosario previene el Alzheimer?
Miguel A. Espino, profesor de la Universidad de Panamá.

Además de acercarnos al Señor por medio de la Virgen María, el rezo del rosario nos regala grandes beneficios de salud para el cerebro.

Esto, por el resultado de investigaciones científicas en el campo de la neurociencia, utilizados aquellos por los doctores Lawrence Katz y Manning Robin, quienes, en el año 2000, idearon un conjunto de ejercicios dirigidos a fortalecer el cerebro de las personas con síntomas de Alzheimer, un mal que afecta a millares de personas, sobre todo entre los adultos mayores.

La meditación del Rosario es verdadero ejercicio de concentración mental, y pueden acompañarse con oraciones voceadas o silenciosas, mientras se camina o se está sentado; solo o en grupos.

La oración bien hecha siempre ha tenido los beneficios mencionados; pero la investigación científica, una vez más, confirma la presencia de nuevos beneficios no buscados. Además de los méritos espirituales propios, la oración del rosario, tan completa, beneficiará a las víctimas del incurable Alzheimer con una retardación de sus situaciones. Y a los libres de ese mal, les evita caer en la rutina que aparta de la concentración y daña el espíritu y la mente. Una vez más, la Fe y la razón, se dan la mano.

Que Santa María, la Virgen del Rosario, la que nos da la fuerza necesaria para salir victoriosos de tantas batallas y pruebas, nos ayude a valorar el rezo del rosario como un ejercicio de piedad sincera, de meditación profunda y como vehículo para guardar el precioso depósito de la fe que, en este día, nos recuerda San Pablo.

Que ella nos ayude a valorar, recuperar o incluso aprender –aquellos que no lo conocen- las excelencias de este ejercicio de piedad que ha jalonado la vida de piedad de tantas generaciones de cristianos.

¿No sabes rezar el rosario? ¿A qué esperas? Tienes, por si no lo sabes, una gran medicina en tus manos: para el cuerpo y para el alma.