domingo, 24 de enero de 2016

Hoy celebramos a San Francisco de Sales, patrono de la prensa católica

   “El amor es la perfección del espíritu y la caridad es la perfección del amor”, decía San Francisco de Sales. Conocido como el santo de la amabilidad, luchó varios años de su vida para dominar su ira y logró la conversión de muchos. La fiesta de este Doctor de la Iglesia y patrono de la prensa católica es cada 24 de enero.
San Francisco de Sales nació en el castillo de Sales, en Saboya, en 1567. De niño era muy inquieto y juguetón. Tanto así que su madre y su nodriza tenían que estar constantemente viendo qué era lo que hacía.
Su lucha contra la ira fue constante. Cierto día un calvinista visitó el castillo, el pequeño Francisco se enteró, tomó un palo y se fue a corretear a las gallinas gritando: “Fuera los herejes, no queremos herejes”.


Su padre le puso como profesor al P. Deage, sacerdote demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor le haría pasar ratos amargos, pero le ayudaría mucho en su formación.
A los 10 años hace su primera comunión y confirmación y desde ese día se propuso frecuentar la visita al Santísimo. Más adelante consiguió que su padre lo enviase al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia.
Acompañado por el P. Deage, Francisco se confesaba y comulgaba cada semana, era entregado en el estudio y dedicaba un par de horas diarias a ejercicios de equitación, esgrima y baile. Todo esto le permitió ser el invitado preferido en la reuniones de gente de la alta sociedad porque era sencillo y “la cultura personificada”.
No obstante, muchas veces la sangre se le subía a la cara por las burlas y humillaciones. Pero se lograba contener de tal manera que muchos ni se imaginaban de su mal genio. Pero el enemigo le hizo sentir que se iba a condenar al infierno para siempre. Este pensamiento lo atormentaba hasta el punto que perdió el apetito y ya no dormía.
Entonces le dijo a Dios: “No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre”. Luego, en la Iglesia de San Esteban en París, arrodillado ante la imagen de la Virgen pronunció la famosa oración de San Bernardo: “Acuérdate Oh piadosísima Virgen María…” De esta manera recuperó la paz.


Esta prueba le ayudó mucho a curarse del orgullo y a saber comprender a las personas en crisis para así tratarlas con bondad. Obedeciendo a su padre va a estudiar abogacía a Padua, tiempo que aprovechó para estudiar también teología por su gran deseo de ser sacerdote.
A los 24 años obtuvo su doctorado en leyes y luego, junto a su familia, mantuvo una vida ordinaria de joven de la nobleza. Su padre deseaba que se casara y que obtuviera puestos importantes, pero Francisco se mantenía en reserva por su inquietud de consagrarse al servicio de Dios.
A la muerte del deán del Capítulo de Ginebra, su primo, el canónico Luis de Sales, con unos conocidos hicieron que el Papa le otorgara este cargo. El joven santo por otro lado empezó a dialogar con su padre sobre su inquietud vocacional y poco a poco lo convenció.
Vistió la sotana el día que obtuvo la aprobación de su papá y recibió el orden del sacerdocio seis meses después. Ejercía los ministerios entre los más necesitados con mucho cariño y sus predilectos eran los de cuna humilde.


Entre los habitantes de Chablais, los protestantes habían hecho difícil la vida de los católicos y Francisco se ofreció para ir a allá con permiso del Obispo. El camino era muy peligroso. Una noche Francisco fue atacado por lobos y tuvo que subirse a un árbol para salvar la vida.
En la mañana unos campesinos protestantes lo encontraron y lo llevaron a su casa para darle de comer. Ellos eran calvinistas y con el tiempo se convirtieron al catolicismo.
Con el fin de tocar los corazones de la población, el santo empezó a escribir panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba a los calvinistas. Estos escritos más tarde formarían el volumen de las “Controversias”.
Lo que la gente más admiraba era la paciencia con que el santo vivía las dificultades y persecuciones. Alrededor de tres a cuatro años después el Obispo fue a visitar la misión, muchos católicos salieron a recibirlo y pudo administrar muchas confirmaciones.

Francisco cae en una grave enfermedad y al recuperar la salud va a Roma donde el Papa. Ahí teólogos y sabios, que habían oído de sus cualidades, le hacen preguntas difíciles de teología. Todos se quedaron maravillados por la sencillez, modestia y ciencia de sus respuestas.
El Pontífice lo confirmó como coadjutor de Ginebra y el santo regresó a su diócesis a trabajar con más empeño. Cuando muere el Obispo, Francisco le sucedió en el gobierno y fijó su residencia en Annecy.  
Tuvo como discípula a Santa Juana de Chantal y del encuentro de estos dos santos surge la fundación de la Congregación de la Visitación en 1610. De las notas con que instruía a la santa surge el libro “Introducción a la vida devota”. Más adelante San Francisco de Sales lo publica  y fue traducido en muchos idiomas.


En 1622, el duque de Saboya invitó al santo a reunirse en Aviñón. El santo Obispo acepta, por la parte francesa de su diócesis, pero arriesgando mucho su salud debido al largo viaje en pleno invierno.
Dejó todo en orden, como si supiera que no volvería. Cuando llegó a Aviñón las multitudes se apiñaban para verlo y las congregaciones querían que les predicara.
De regreso, San Francisco se detuvo en Lyon y se hospedó en la casita del Jardinero del Convento de la Visitación. Atendió un mes entero a las religiosas y cuando una de ellas le pidió una virtud para practicar, el santo escribió “humildad”.
En el crudo invierno prosiguió su viaje predicando y administrando los sacramentos, pero su salud iba empeorando hasta que le tocó partir a la Casa del Padre. Su última palabra fue el nombre de “Jesús”. San Francisco de Sales expiró a los 56 años un 28 de diciembre de 1622, siendo Obispo por 21 años.
Al día siguiente la ciudad entera de Lyon desfiló por la humilde casa donde falleció. En 1632 abrieron su cajón para saber cómo estaba. Parecía que se encontraba en apacible sueño.
Santa Juana de Chantal fue a ver el cuerpo del santo junto a sus religiosas y cuando le dijeron que podía acercársele, la santa se arrodilló le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle bendición.
En eso, todas las hermanas vieron cómo la mano del santo parecía recobrar vida y, moviendo los dedos, acariciaba la humilde cabeza de su discípula. Hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que ese día llevaba la santa.
San Francisco de Sales fue canonizado en 1665. En 1878 el Papa Pío IX lo declaró Doctor de la Iglesia. San Juan Bosco tomaría al “santo de la amabilidad” como patrono de su congregación y como modelo para el servicio que los salesianos deben brindar a los jóvenes.

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domingo, 17 de enero de 2016

¿Te distraes cuando rezas? ¡No te agobies!


La distracción no voluntaria no aparta al alma de Dios


Hay una gran dificultad en la vida cotidiana de la oración: es la ligereza, la inconstancia natural del hombre.
Esa inconstancia tiene su origen en la inteligencia y engendra, cuando no se combate, la apatía de la voluntad, y termina infaliblemente en la tibieza.

El espíritu liviano es lo opuesto al espíritu reflexivo. La inteligencia superficial no permite a las idea penetrar en uno y echar raíces.
Además, como está completamente cubierta por los bosques de los pensamientos vanos, de las preocupaciones fútiles y de los apegos a las cosas creadas, la semilla de la gracia, apenas recibida, es ahogada.
Un alma liviana vive en la superficie de las cosas. Incluso durante la oración, no reflexiona, no penetra en la verdad propuesta, no toma en consideración las cosas del más allá. No se toma en serio ni su propia salvación.
Pero no hay que confundir un alma liviana con las almas sinceras que quieren rezar pero que se dejan llevar por las distracciones involuntarias. Estas frecuentemente sufren bastante y a veces se dejan llevar por el desánimo.

Los más grandes santos tenían distracciones del espíritu y de la imaginación, pero, como dijo Casiano, no le daban más importancia que a las moscas que volaban a su alrededor.
Muchas veces, las almas inexpertas creen que rezan mal porque su espíritu se distrae. No saben que las distracciones son una consecuencia de nuestra inestabilidad natural.
Recibimos de Dios una voluntad libre. Es la soberana de las demás facultades, pero su imperio es imperfecto. Tiene poco poder sobre la imaginación, no puede evitar evocar las imágenes, los recuerdos del pasado, no puede tampoco imponer siempre un objetivo a la inteligencia.
Nuestra inteligencia, por otro lado, también es limitada. Cuando está totalmente absorbida por una tarea, no la deja fácilmente para acometer otra. Sin duda, nuestra inteligencia es una facultad espiritual, pero toma su objetivo de los sentidos, de la imaginación.
A esto hay que añadir que un gran número de distracciones proceden de la enfermedad, de la indisposición, de la fatiga del cuerpo. Cuando se ablanda, o está cansado, o simplemente de mal humor, el alma no se puede servir de él a su voluntad. Entonces comienzan las distracciones.

¿Cómo hacer?
Ante todo, de nada sirve exasperarse contra uno mismo, impacientarse o afligirse. Ni el cuerpo ni el alma son responsables de las distracciones.
Es necesario transformar la necesidad en virtud, aceptar el propio estado de impotencia y convertirlo en una ocasión para la humildad.
Aparte de eso, hay que luchar contra las distracciones. Cuando nos damos cuenta de que la inteligencia o la imaginación huyen, hay que reconducirlas con mansedumbre, pero con decisión. Si es necesario, volvamos a empezar cien veces una meditación, sin quejarnos ni lamentarnos.
Debemos ser conscientes de que lo único que desagrada a Dios es la voluntad que se aparta voluntariamente de Él.
La distracción no voluntaria no aparta al alma de Dios. No son las ideas las que agradan a Dios, sino la conformidad de nuestra voluntad con la suya.
Ante Dios sólo la voluntad vale, para bien y para mal. Quien no llega a comprender ese principio, nunca tendrá paz.
Si fuese voluntad de Dios ser servido sin distracciones, nos habría dado una naturaleza semejante a la de los ángeles, una naturaleza espiritual libre de las necesidades del cuerpo y libre de toda impresión sensible. No lo ha querido así, sino que quiso ser amado por una criatura hecha de barro.
Quejarse, afligirse, significaría un deseo de ser diferente, y una cierta vergüenza de estar sujeto a las
debilidades humanas, que en el fondo ofende a Dios, que nos hizo como somos.


(Tomado del libro: Almas Confiantes, José Schrijvers. Ed. Cultor de Livros. Traducción y adaptación de Aleteia)
   

lunes, 4 de enero de 2016

Tomando decisiones de la mano de Dios

Algunos Principios Ignacianos para Hacer Decisiones Orando

Warren Sazama, S.J.
san-ignatius-prayer¿Cómo sabemos qué quiere Dios que hagamos en la vida? ¿Ese es la pegunta para personas en discernimiento, verdad? Sabemos que Dios quiere que todo los Cristianos bautizados estemos unidos con El, sirviendo a Él, y compartiendo nuestros dones en servicio. ¿Pero cómo? Para cada uno la respuesta es diferente.
“Discernir” significa tratar de descubrir qué es lo que Dios quiera que hagamos. ¿Cómo sabremos? ¿Cómo lo descubramos? No es fácil. Afortunadamente, San Ignacio de Loyola ofrece lineamientos probados por el tiempo para el discernimiento de espíritus para ayudarnos descubrir a que nos llama a hacer en las decisiones grandes y pequeñas de nuestras vidas—incluyendo discernimiento vocacional—que he encontrado extremamente prácticos y útiles tanto en mi propio discernimiento como ayudando a otros discernir su vocación.

Antecedentes históricos

¿Cómo descubrió San Ignacio sus famosos lineamientos para discernir los espíritus? Claramente, San Ignacio no inventó lo de los discernimiento de espíritus. Hubo una larga tradición de discernimiento de la voluntad de Dios que empezó en las escrituras hebreas, continuó en las escrituras cristianos y están desarrollados aún más por las escuelas varias de espiritualidad dentro de la cristiandad, tales como las tradiciones Benedictinas y Franciscanas. Un confesor y maestro crucial para Ignacio muy temprano en su trayecto espiritual fue el monje francés, P. Jean Chanon, quien fue un mentor para Ignacio en métodos de orar en el monasterio benedictino en Montserrat. P. Chanon dio a Ignacio el libro Ejercicios para la Vida Espiritual escrito por el reformador benedictino, P. Garcia Jiménez de Cesneros en 1500.
Aunque Ignacio no inventó el discernimiento de espíritus, construyendo sobre esa gran tradición como un observador maestro de los movimientos interiores en la vida espiritual propio y de otros, articuló lineamientos muy útiles para el discernimiento de espíritus que muchos han encontrado extremamente útiles en los últimos cuatro siglos y medio.
San Ignacio nació en 1491 – el año anterior a la introducción de los europeos al Nuevo Mundo—en una época cuando la Edad Media Tardía se transitaba hacia la época del Renacimiento temprano. Ese fue en muchas maneras el comienzo de la era moderno –un tiempo de exploración global y consecuentemente su fermento y confusión intelectual. Ese contexto histórico de la vida de Ignacio es sin duda una razón porque la espiritualidad ignaciana parece tan apropiada a tanta gente hoy.
Ignacio nació a una familia de la nobleza mediana y llegó a ser un cortesano y malcriado antes de su conversión. Hay informes judiciales en su pueblo de origen de Azpetizia en el País Vasco de España que dice que fue arrestado por participar en una pelea por el cual podría haber sido encarcelado si no fuera por sus conexiones familiares.
Un momento clave que lo condujo a su conversión ocurrió cuando defendía una castilla contra una invasión francesa y fue golpeado por una bala de canon entre las piernas. Mientras recuperaba de la operación para reponer su pierna destruida—que ordenó fracturar y arreglar de nuevo para poder aparecer mejor en sus leotardos de cortesano—pidió algunas novelas románticas para leer. Sin embargo los únicos dos libros en la casa fueron un Vida de los Santos y la Vida de Cristo.
Pasó su tiempo acostado en cama soñando abierto sobre aventuras de cortesano futuras y el servicio a alguna dama no identificada de sus sueños. Cuando fantaseaba sobre esa aventuras de galante al principio sentía muy excitado, pero luego sentía vacío y mediamente deprimido. Sin embargo cuando sonaba despierto sobre servir a Dios como San Francisco, Santo Domingo, y los otros santos de quienes leía, también sentía excitado al principio. Y, luego, sentía consolación—felicidad y alegría más que la depresión que sentía después de leer las novelas caballarescas. El notó esa diferencia y concluyó con el tiempo que Dios le llamaba no a continuar como cortesano sino a hacer cosas grandes en el servicio de Dios como los santos de los cuales había leído.
Ignacio continuó a reflexionar sobre los diferentes “espíritus” o movimientos interiores que experimentaba y eventualmente lo incluyó en su manual de retiro llamado “Los Ejercicios Espirituales” (nombre sin duda inspirado por el título del manual de oración del reformador benedictino del siglo decimaseis que usaba.)

Suposiciones Ignacianos que Apoyaban sus Lineamientos

Ignacio supone en su discernimiento de espíritus que Dios comunica directamente con cada uno de nosotros en nuestros corazones, mentes y almas por medio de movimientos interiores varios—nuestros sentimientos, pensamientos, y deseos. Sin embargo, Ignacio no era tan ingenuo como para pensar que todos sus pensamientos, sentimientos y deseos venían del Espíritu Santo. Algunos, pues, son deseos santos que vienen de Dios, mientras otros llegan de otras fuentes—por fin espíritus negativos que llamaba “El Enemigo de la Naturaleza Humana.” El truco fue descubrir cuáles de esos deseos, pensamientos y sentimientos interiores, venían de Dios y cuáles no. Para ayudarnos con esto, Ignacio con el tiempo desarrolló sus reglas y lineamientos para el discernimiento de espíritus.

Observaciones Preliminares

Antes de compartir una síntesis de las percepciones de Ignacio sobre discernimiento, me gustaría compartir tres observaciones preliminares.
Primero, discernimiento de espíritus siempre implica una elección entre “bienes” (como entre la vida religiosa y el matrimonio) y no entre bien y mal. Si nuestra decisión es entre algo bueno y algo malo (como ser tramposo en un examen), aquello no es cosa para discernimiento. Solo necesitamos hacer lo que es correcto.
Segundo, discernimiento de espíritus solo tiene sentido en el contexto de una relación de amor personal con Dios. Ignacio dice que el amor se manifiesta más en actos que en palabras. Si amamos a una persona, queremos agradarla. Si amamos a Dios y queremos tener una buena relación con Dios y acercarnos más a Dios, vamos a querer agradar a Dios, servir a Dios y hacer su voluntad. Es solo en ese contexto de relación amorosa con Dios que la pregunta de cómo conocemos la voluntad de Dios tiene sentido.
Tercero, discernimiento de espíritus brota de la guerra espiritual y lucha descrito por los padres y las madres del desierto y en la Biblia misma. Si no hubiera lucha interior, si la voluntad de Dios para nosotros fue perfectamente claro, no habría necesidad de discernimiento de espíritus. Sin embargo, todos tenemos que luchar con nuestro ser falso, compulsiones interiores, egoísmo, lado narcisito, soberbia, ira, avaricia, miedos, dudas de si mismo, falta de confianza, y ser inscritos a los valores no cristianos de la cultura que nos arrodea. En términos bíblicos la lucha cósmica entre el bien y el mal se juega en el escenario de nuestros corazones. Tenemos que optar. ¿Para quién y contra quién estamos?

Lineamientos Ignacianos para el Discernimiento de Espíritus.

Se puede clasificar los lineamientos Ignacianos para el discernimiento de espíritus en cuatro categorías principales: (1) siete actitudes o cualidades personales necesarios para un auténtico discernimiento de espíritus, (2) tres “tiempos” o condiciones en las cuales se hace decisiones, (3) siete técnicas prácticas que pueden ayudar en el proceso de discernimiento, y (4) unos lineamientos para determinar si un movimiento interior dado o un deseo viene del espíritu bueno o el espíritu malo.

Siete Actitudes o Cualidades Requerida para un Proceso de Discernimiento Autentico.

(Draw Me Into Your Friendship: The Spiritual Exercises, A Literal Translation and a Contemporary Reading by David Fleming, SJ, [5, 16, 24-26, 149-55, 169]. Los números hacen referencia a los números del párrafo del texto ignaciana. Todas las citas de los Ejercicios Espirituales en este folleto se toman del libro Lecturas contemporáneas de los Ejercicios Espirituales por Fleming.
Al principio de los Ejercicios Espirituales, Ignacio presenta siete actitudes básicas o cualidades que una persona tiene que tener como prerrequisito para entrar a un proceso autentico de discernimiento buscando la voluntad de Dios. Son como sigue:
1. Apertura: Tenemos que confrontar la decisión de hacer con un Mente abierto y un Corazón abierto. No podremos encontrar la voluntad de Dios para nosotros si entramos en el proceso de hacer decisiones con un resultado preconcebido basado en nuestra propia voluntad, prejuicios y lo que Ignacio llama “apegos”, es decir, una actitud de “¡Ya he decidido, así que no me confunde con los hechos!” Un ejemplo podría ser: “Iré a cualquiera universidad con tal que esté no más que un día de viaje de la casa de mis padres.”
2. Generosidad: Para entrar en el proceso de discernimiento con una apertura así requiere un espíritu generoso con el cual con un corazón grande no ponemos condiciones a lo que Dios nos llame. Esto es como dar a Dios un cheque en blanco permitiendo a Dios llenar la cantidad y contenido en el cheque. Solo una persona generosa haría esto.
3. Coraje: Tanta apertura y generosidad requiere coraje, porque Dios a lo mejor pida algo difícil, un reto, o algo peligroso para nosotros. Uno necesita coraje para dejar el control y poner la decisión en las manos de Dios con toda confianza buscando la voluntad de Dios sobre la nuestra. No hay forma de saber a dónde Dios nos llame—quizás a ser hermana o hermano religioso, un sacerdote, un ministro laico trabajando por la Iglesia, un misionero laico o el padre/madre de una familia grande. Ser tan abierto y generoso implica tener coraje.
4. Libertad interior: Hacer una decisión generosa con valor en oración tal requiere libertad interior. Ignacio describe tres tipos de personas y sus diferentes formas de abordar la decisión. (Ejercicios Espirituales, [149-155]:
a. El primer tipo es “todo hablar y nada de acción.” Este tipo de persona está llena de intenciones sin embargo se queda tan distraído por sus actividades en tantas cosas inconsecuentes que nunca llega a la única cosa necesaria: La voluntad de Dios para ella. No decidir llega a ser su decisión. Por ejemplo, he experimentado personas “discerniendo” una posible vocación a la vida religiosa o sacerdocio durante un tiempo tan largo sin llegar jamás a una decisión que pasen la edad límite para entrar.
b. El Segundo tipo de persona hace todo menos la cosa más necesaria. Esta gente puedan hacer todo tipo de cosas buenas en sus vidas sin embargo no confrontan el asunto central de que Dios les está llamando. Ponen condiciones dentro de las cuales Dios puede llamarles. Harán cosas buenas con tal que no se pida demasiado de ellos—especialmente pedir un compromiso total que implicaría ajustar sus prioridades a lo que Dios pida de ellos y así poner la voluntad de Dios en primer lugar en sus vidas. Un ejemplo podría ser: “Entraré en cualquiera carrera con tal que me sostiene en una clase de vida de alta media.” ¡Este excluiría un montón de opciones a las cuales Dios podría llamarnos!
c. El tercer tipo de persona es la única que está verdaderamente libre. Su deseo entero y más profundo es hacer lo que sea que Dios quiera para ella sin condiciones algunas. Este es la actitud necesaria para encontrar auténticamente y seguir la voluntad de Dios.
5. Un hábito de reflexionar en oración sobre su experiencia: ¿Cómo podemos oír la llamada de Dios si no lo escuchamos? ¿Cómo podemos escuchar si no oramos? Para hacer una decisión orando, tenemos que orar primero, apartando un tiempo significante (veinte minutos o más) diariamente para tranquilizarnos, ponernos en la presencia de Dios, y escuchar lo que Dios nos dice en el interior de nuestros corazones.
El “Examen”: Un método clave de orar que Ignacio recomienda para ayudarnos con esto se llama “El Examen de Conciencia” o simplemente el “Examen.”
— Empezamos el Examen dando cuenta de la Presencia de Dios con nosotros y pidiendo la Dirección del Espíritu Santo en nuestra reflexión sobre nuestro día.
—Reflexionamos sobre nuestro día y nos preguntamos como Dios ha estado presente en los acontecimientos y encuentros durante el día y en los sentimientos que hemos experimentado durante el día.
— Luego vemos como Cristo nos ha llamado por medio de estas experiencias y como lo hemos respondido.
— Otro método para el Examen es considerar a las cosas para que estamos agradecidos y las cosas que nos dieron vida durante el día. Luego considerar las cosas que al contario no nos ha hecho sentir tan agradecidos y las cosas que nos han quitado algo de vida durante el día. La reflexión sobre estas cosas con el tiempo nos indicará hacia la cosa a que Dios nos llama.
— Una forma simple del Examen que uso frecuentemente es simplemente peguntarme donde he experimentado Dios durante el día (cuales fueron los principales momentos-Dios) y como he respondido a ellos.
—Agradecemos a Dios por sus bendiciones durante el día.
— Pedimos a Dios su perdón por las fallas que tuvimos en responder a las llamadas de Cristo hoy.
— Terminamos pidiendo la ayuda de Dios para responder generosamente a las llamadas de Cristo durante el día siguiente.
6. Tener las nuestras prioridades en orden: Hay una lógica inflexible en la espiritualidad ignaciana. Si servir a Dios, nuestro Creador y Señor, es el último fin de nuestras vidas, entonces todo lo demás en nuestras vidas ha de estar subordinado a ser un medio hacia ese fin. Esto significa que cosas como oportunidades, experiencias y relaciones estén valorados y elegidos solo en cuanto contribuyan al fin último de nuestras vidas y rechazados en cuanto nos desvían de ese fin. “Lo que queremos más que nada es la habilidad de responder libremente a Dios y todos los demas amores de gente, lugares, y cosas se mantienen en su propia prospectivo con la luz y fuerza de la gracia de Dios. …Al llegar a una decisión, sola una cosa es realmente importante – buscar y encontrar cómo me llama Dios en este momento de mi vida. …Dios me ha creado desde el amor y mi salvación se encuentra en la forma en que respondo a este amor con mi vida. Todas mis decisiones, entonces, tienen que ser consistentes con esta dirección dada en mi vida.” (Ejercicios Espirituales, [16, 169,23]). Por ejemplo, estados de vida como matrimonio, la vida de soltero, la vida religiosa o el sacerdocio son medios para servir a Dios. Luego, si el servicio de Dios es primero, tenemos que elegir el estado de vida que sea la mejor forma de servir a Dios.
7. No confundir fines con medios: Ignacio comenta: “Llega a ser obvio tan fácil es para mí olvidar una verdad tan simple como es el fin y la meta de toda mi existencia cuando considero la forma de hacer decisiones. Mucha gente, por ejemplo, elige matrimonio, que es un medio. Luego considera solo en segundo lugar el servicio y la alabanza de Dios nuestro Señor en su matrimonio, aunque seguir a Dios en mi vida es siempre nuestro proyecto humano. Mucha gente eligen primero ganar mucho dinero o tener éxito y solo después la forma de servir a Dios con ello. Y así también en su búsqueda de poder, popularidad, etc. Toda esa gente manifiesta una actitud de poner Dios en el segundo lugar y quieren que Dios entre en sus vidas solo después de acomodar sus propios apegos desordenados. En otras palabras, ellos confunden o mesclan el orden de un fin y un medio a ese fin. Lo que deben buscar primero y sobre todo, frecuentemente lo ponen al final.” (Ejercicios Espirituales, [169].
Un ejemplo de confundir los fines con los medios es una persona quien elige primero ganar mucho dinero y tener éxito y solo después buscar como servir a Dios con lo ganado (tal como donaciones de caridad o voluntariado). Ese persona efectivamente pone Dios en segundo lugar, queriendo que Dios entre en sus vidas solo después de elegir lo ella quiere. Ella confunde el orden de un “fin” con un “medio hacia aquella fin”, y no pone lo que es primero en primer lugar.
Con la posesión de estas siete actitudes de apertura, generosidad, libertad interior, la experiencia de reflejar orando, orden en sus prioridades, y no confundir los fines con los medios, la persona en discernimiento tiene su disco del satélite dirigido en la dirección correcta para recibir las señales de Dios. Tener estas cualidades es la precondición para oír la llamada de Dios por medio de un proceso auténtico de discernimiento.

Tres distintos “Tiempos” o Situaciones para hacer decisiones.

(Spiritual Exercises, [175])
Ignacio observa que cuando hacemos decisiones importantes tendemos a encontrarnos en uno de tres situaciones básicas. Tendemos o (1) a sentir claridad interno o seguridad sobre lo que vamos a hacer, o (2) sentir un conflicto interno sobre lo que vamos a hacer, sintiendo jalado en diferentes direcciones (por ejemplo, sentir atraído a ambos estados: la vida religiosa y tener una familia), o (3) no pasa casi nada en mi interior y no tenemos idea. Si nos encontramos en la primera situación donde sentimos claridad interior, tenemos suerte. Entonces ya sabemos que debemos hacer y solo es cuestión de hacerlo. Si no tenemos tanta suerte de tener esta claridad interior, y frecuentemente así es, entonces Ignacio nos da las sugerencias siguientes para ayudarnos hacer una buena decisión orando cuando sentimos conflicto e incertitud.

Siete Técnicas para un Discernimiento Practico

(Ejercicios Espirituales, [178-187])
1. Ignacio sugiere que empezamos el proceso trayendo a la mente el asunto sobre el cual queremos decidir. Por ejemplo, decidir entrar o no a una comunidad religiosa especifica.
2. Luego nos pide orar para la gracia de “ser como una balanza en equilibrio, sin inclinar a cualquier lado.” (Ejercicios Espirituales, [179]. En otras palabras, debemos tratar en cuanto sea posible, no preferir una opción sobre la otra sino solo la voluntad de Dios. Para ayudarnos mantenernos enfocados y con perspectivo, nos pide mantener el último fin y la meta de nuestra existencia claramente en frente.
3. Luego rogamos a Dios iluminarnos y movernos a buscar solo lo que sea más conductivo al servicio y alabanza de Dios.
4. Una sugerencia que hace Ignacio es imaginar una persona que nunca hemos conocido que busca nuestra ayuda a responder a la llamada de Dios en la misma decisión que estamos considerando. Observamos que consejo daríamos a esa persona y seguimos a nuestro consejo nosotros mismos. Este ayuda porque la mayoría de nosotros tenemos más éxito dando consejos a otros que descubriendo lo que debemos hacer nosotros.
5. Otra sugerencia es que nos imaginemos que estamos al final de nuestras vidas o en el lecho de la muerte o después de nuestra muerte parados ante Cristo nuestro Juez. ¿Cómo nos haría sentir nuestra decisión entonces? ¿Qué diríamos a Cristo sobre la decisión que acabamos de hacer? Ahora elegimos el curso de acción que nos dé más felicidad y gozo mirando atrás desde el lecho de la muerte o presentándola a Cristo el día del juicio.
6. Cuando no experimentamos claridad interior sobre una decisión, Ignacio sugiere que usamos nuestra razón para balancear el asunto cuidadosamente para llegar a una decisión de acuerdo con la voluntad de Dios en nuestras vidas. Para hacer esto debemos, teniendo en mente nuestro último fin, hacer una lista y medir las ventajas y desventajas para nosotros de la decisión a mano, por ejemplo las razones en favor y en contra entrar a la vida religiosa o a una comunidad religiosa especifica. Debemos considerar cuales alternativos parecen más razonables y decidir según los motivos que llevan más peso—y no según nuestras inclinaciones egoístas. Examinando la lista de “pro” y “contra”, debemos notar si alguna de las razones listadas llamen la atención más que otras y porqué y ver qué esto nos dice. Esta técnica puede ayudarnos a salir de una confusión interior hacia una claridad mayor por lo menos en cuanto los asuntos que necesitan ser atendidos y ayudar a separar los que son más significantes.
7. Habiendo decidido, volvemos a Dios de nuevo y pedimos señales de su confirmación de que la decisión nos conduce hacia su mayor servicio y alabanza. La señal usual de esta confirmación de Dios es una experiencia de paz respecto a la decisión. La decisión confirmada tiene un sentimiento de “lo correcto” y tenemos un sentimiento de la presencia de Dios, de su bendición y amor. Este es un paso muy importante, dado que el sentimiento de paz, de lo correcto y gozo sobre una decisión es un indicador positivo que hemos hecho la decisión correcta, mientras sentimientos de inquietud, pesadez, tristeza y oscuridad frecuentemente indica lo contrario.

Sumario

En resumen, para hacer una buena decisión en oración….
— Necesitamos considerar la decisión orando de todos los ángulos.
— Tenemos que darle tiempo para hacer la decisión, ser paciente, confiar en el proceso, y últimamente confiar que Dios nos conducirá al lugar correcto si hacemos nuestra parte lo mejor posible.
— En últimos términos, tenemos que seguir nuestro Corazón e instinto sobre lo que parece correcto para nosotros. Con decisiones sobre la vida y asuntos del corazón raramente sentimos seguridad y certidumbre completas. Este es más que un proceso racional. Sin embargo, una vez que hemos considerado la decisión en oración, que hemos consultado otros en quienes confiamos y hemos conseguido todos los datos que razonablemente podamos, tenemos que hace un salto de fe y hacer una decisión.

Pensamientos finales

Discernimiento de espíritus nos lleva por una aventura estimulante. Cuando cedemos el control y tomaos riesgos para seguirle a Dios, sin saber a dónde, con actitudes de apertura, generosidad y libertad interior recomendados por Ignacio, la vida se hace más gozoso y estimulante que cuando tratamos de controlar todo nosotros mismos.
Necesitamos confiar que Dios no nos conduce a un abismo. Es importante que recordemos que Dios es un Dios que ama, que quiere que estemos felices y que nos conduzca a un buen lugar donde encontraremos el gozo, la realización y la felicidad.
Esto no significa que donde Dios nos conduce será fácil y no involucrará sacrificio y aun algo de sufrimiento. Sin embargo significa que sí nos llevará a una vida que vale la pena, que hace una diferencia, que tiene gran significancia e involucra más gozo de lo que podríamos imaginar o encontrar en una vida donde hemos tratado de controlar todo y solo hemos seguido nuestros planes auto-determinados. Cualquier vida que valga la pena, involucra sacrificio y sufrimiento. Sin embargo si estamos siguiendo la llamada de Dios—sean en matrimonio, vida religiosa, vida de soltero, o el sacerdocio—traerá también grandes satisfacciones y gozo.