viernes, 24 de julio de 2009

Por qué es Emocionante ser Casto


Por Dawn Eden

La castidad, al igual que yo, ha sufrido de mala reputación – solo que en el caso de la castidad, no se la merece.

Para mí, empezó como un experimento. Tenía treinta y tantos años. Sabía que me quería casar. También sabía que tener relaciones sexuales tipo ciudad de Nueva York – cediendo ante las ganas y tentaciones, apurando las cosas con la esperanza de que el sexo luego se convirtiera en amor, o utilizándolo con la esperanza de conseguir un compromiso – no era suficiente. Me vi a mí misma llegando a la mitad de mi vida en una pendiente resbalosa de cinismo, resentimiento y soledad.

La ventaja inmediata de ser casta era el sentirse en control. Cierto, mi lado cínico – reprimido pero no fuera de combate – me hacía creer que lo que parecía auto control era en realidad que no podía conseguir alguien con quién salir. Pero en la vida real, sabía que muchas veces dejé pasar oportunidades sexuales que hubiera aprovechado en los días en que mi deseo principal era aliviar mi soledad.
Sin embargo, al pasar el tiempo, otra ventaja mucho más clara salió a la luz. Fue el darme cuenta de que todo el sexo que había tenido – estando de novia o no – nunca me hizo estar más cerca de casarme o siquiera capaz de mantener una relación comprometida.

¿Cómo iba yo a saber? Si había seguido devotamente la regla Cosmo, que es también la regla tipo Sexo en la Ciudad y en realidad la Regla Universal de los Solteros de nuestra era: “El sexo debe acelerar la relación”. Esta regla también se puede resumir como: “Lo platicamos en la cama”.

Pero es peor que eso. Al ver el sexo como un medio para conseguir un fin en vez del fruto de una relación amorosa, me volví incapaz de tener una relación amorosa.
El amor – el verdadero amor que viene de Dios – exige motivos puros.
No se cuestiona que a los ojos de Dios, el sexo es cosa buena – por decir lo mínimo. Lo que no es bueno es tenerlo por razones equivocadas – como considerar la mente, espíritu y cuerpo de otra persona como algo para poseer o disfrutar, en vez de la persona entera como alguien a quien amar en la práctica.

Este tratar a la persona como un objeto puede ser inconsciente. Sé que nunca tuve la intención de utilizar a nadie, pero somos juzgados por nuestro fruto. El fruto del sexo casual es el hábito persistente de considerar como un objeto a los compañeros sexuales, hasta el punto de ser incapaz de percibir a las personas de otra manera excepto en términos de cómo se relacionan con las propias necesidades y deseos.
Cuando empecé en este etapa de castidad hace 3 años – o todavía a la fecha, cuando estoy acostada en mi cama tratando de detener mis fantasías sobre alguien a quien me gustaría tratar como un objeto – me pregunto, en las mismas palabras de los discípulos de Jesús, “Quien entonces puede salvarse? “ (Marcos 10:26)

La respuesta de Jesús a esa pregunta permanece tan misteriosa y esquiva ahora como lo fue hace dos mil años: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque con Dios todas las cosas son posibles” (Marcos 10:27).

Cuando le pedimos ayuda a Dios, Él nos da más gracia, conocimiento, sabiduría y entendimiento espiritual. La mayor parte de las veces, nos da solamente un poco de luz para mostrarnos el paso siguiente. En momentos de prueba y tentación, eso puede ser todo lo que se necesita para pasar la oscuridad de manera segura.
No tengo un novio potencial en este momento, pero aunque lo tuviera, creo que justo ahora estoy más cerca que nunca no solamente a estar casada, sino felizmente casada.

Estoy segura que suena demasiado optimista, por no decir irracional, para alguien que cree que la única manera de casarse es estar sexualmente disponible. Aún así, puedo escribir con autoridad, porque he experimentado tanto sexo fuera del matrimonio como la castidad, y sé cual es la raíz de cada uno.

Las dos experiencias se centran en un tipo de fe. Uno de ellos, el sexo antes del matrimonio, pone su fe en convencer al hombre que no ha demostrado fe en ti – es decir, no la suficiente como para comprometerse contigo para toda la vida – por medio de la fuerza persuasiva de tu afecto físico. Te obliga a seguir una serie de reglas sociales Darwinianas – vestirte y actuar de cierta manera para superar a otras mujeres que compiten por un compañero. Un hombre que se siente atraído por ti a final de cuentas se dará cuenta de quién eres realmente – pero para entonces, si todo sale de acuerdo a las reglas, tu anzuelo estará enterrado lo suficientemente profundo como para que él se escape.

La otra experiencia, la castidad, tiene fe en que Dios, mientras tú buscas caminar más cerca de Él, te guiará a un esposo amoroso. La castidad abre tu mundo, permitiéndote que logres tu potencial creativo y espiritual sin la presión de tener que participar en el juego de las citas. Tu esposo te amará por ser tú misma – tu corazón, tu mente, tu cuerpo y tu alma.

Cuando se me presenta escoger entre las dos actitudes – que requieren ver más allá de la realidad presente – yo escojo la que tiene un fundamento sólido. El fundamento de la castidad es la fe en Dios – ese tipo de fe que dice la Escritura “es la sustancia de las cosas que se esperan, la evidencia de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Tu fe actúa como una puerta a la gracia de Dios, que permite que te de una fortaleza y resistencia mucho mayor de lo que te imaginas podrías tener por ti mismo.

Quizás tú también, como yo, no tienes a un hombre especial en tu vida en este momento. Aun así, cuando vives en castidad descubres una vida mucho más llena de esperanza, más vibrante, más real que ninguna otra experiencia que hayas tenido en el sexo fuera del matrimonio. Y eso es lo emocionante de ser casto.

No la misma vieja canción
Una noche, ya tarde, al caminar hacia mi casa saliendo de mi trabajo en el periódico, pasé por un restaurante Johnny Rockets - una cadena de hamburguesas estilo 50’s – justo cuando estaba cerrando. Mientras las meseras aburridas en sus uniformes blancos almidonados y gorras a juego limpiaban las superficies cromadas, una última canción sonaba en las bocinas de la rockola que daban hacia la calles desiertas: la canción “ ¿Me amarás mañana?” de los Shirelles.

La canción me trajo recuerdos agridulces. Más agrios que dulces. Al igual que muchas canciones de esa época un poco más inocente, la canción “¿Me amarás mañana?” expresa sentimientos que la mayoría de la gente se moriría de la vergüenza si los dijera. Hay algo doloroso en la forma en que la vulnerable heroína abre totalmente su corazón. No busca tanto afirmación sino absolución. Todo lo que su hombre tiene que decir es que la ama – así una noche de pecado se transforma en algo hermoso.
¿Crees que tienes el derecho de tener una Uzi? Si eres un ferviente defensor de la Segunda Enmienda, probablemente lo crees, después de todo, el derecho a tener armas está en la constitución.
Pero el derecho a tener una no significa que necesariamente debes tener una – y probablemente no te guste vivir en un lugar donde la gente la cargue de un lugar a otro.

De la misma manera, el buscar la felicidad está en la constitución – y es seguro decir que la mayoría de las solteras en la ciudad de Nueva York donde yo vivo crea que parte de ese derecho es tener una vida sexual activa. Las revistas como Cosmopolitan, muchos programas de televisión empezando desde Oprah para abajo, al igual que muchas películas, libros y canciones de moda animan a las solteras a buscar el placer sexual que merecen. Aunque se celebra el amor, les dicen que una aventura sexual gratificante no necesita amor – solamente respeto. Si como la canción, el “R-E-S-P-E-T-O” fue suficiente para la diva de los 60’s Aretha Franklin, se supone que debe ser suficiente bueno para nosotros también.

Los frutos de este estilo de vida para las mujeres solteras se parece más a al hábito de un drogadicto que a un paradigma de salir. En un círculo vicioso, las solteras se sienten solas porque no las aman, así que tienen sexo casual con hombres que no las aman.

Esa era mi vida.

A los 20, cuando todavía era virgen, perdí a mi queridísimo novio debido a una amiga sexualmente experimentada que lo sedujo. El había sido mi novio a larga distancia durante dos años, y yo había soñado como sería si él viviera cerca. Cuando finalmente se mudó a Nueva York, justo al otro lado del Parque Central respecto a mi apartamento, celebramos juntos. Entonces, justo un mes después, me salió con la noticia de que quería terminar conmigo. En ese momento, negó que hubiera otra mujer, pero al final admitió que me había mentido, tratando de hacer las cosas más fáciles. Resultó que mi amiga se le ofreció – y él me dejó por ella.

El tremendo golpe me convenció que yo tenía que ganar experiencia si quería retener a un hombre. Terminé perdiendo mi virginidad con un hombre que consideraba atractivo pero que no amaba – solo para completar el trámite.

Una vez que adquirí experiencia, en lugar de ser super segura, me volví más insegura. Aprendí que si jugaba bien mis cartas, podría conseguir llevarme a la cama a casi cualquier hombre que yo quisiera – pero cuando se trataba de conseguir un novio, las cartas siempre estaban apiladas en mi contra.

No importaba qué tanto me esforzara, yo no podía transformar un encuentro sexual – o una serie de encuentros – en una relación de verdad. Lo más que podía esperar, al parecer, era un hombre que me tratara con “respeto”, pero que en realidad no se preocuparía por mí en lo más mínimo una vez que dividiéramos la cuenta del desayuno.

Esto no quiere decir que no haya conocido hombres buenos cuando salía de manera casual. Sí encontré, pero me parecían aburridos – como te pasa con los hombres buenos cuando estás acostumbrada a salir con hombres experimentados – o yo misma mataba la relación naciente tratando de apurar las cosas.
No me malinterpretes, no era insaciable. Era insegura.

Cuando eres insegura, te da miedo perder el control. En mi caso, la principal manera en que yo creía podía controlar una relación era incorporando un componente sexual o permitiendo que mi novio lo hiciera. De cualquier manera, yo terminaría sola e infeliz, pero no sabía de qué otra manera manejar una relación. Me sentía atrapada en un estilo de vida que no me daba nada de esas cosas que los medios y la sabiduría popular prometían.

Algunos amigos y familiares, queriendo ayudarme, me aconsejaran que simplemente dejara de buscar. Me las arreglé para dejar de buscar, algunas veces durante algunos meses. Pero luego, una vez que conocía a un posible novio, yo nuevamente llevaba la relación al más bajo común denominador.

No soportaba lo aparentemente inevitable de todo – cómo mis intentos de establecer una relación se venían abajo – y sin embargo, de una manera extraña, parecía cómodo. Al acelerar las cosas sexualmente, me protegía del rechazo – o peor, de la indiferencia – si permitía que las cosas sucedieran poco a poco. Y si, después de todo, al final me iban a rechazar de todas maneras, pensaba que al menos iba a conseguir algo de todo eso – aunque fuera solamente una noche de sexo.
Al recordarlo ahora, suena terriblemente cínico, y lo era. Estaba sola y deprimida, y me había encerrado en un rincón.

En octubre de 1999, a la edad de 31 años, mi vida cambió radicalmente cuando, después de ser una judía agnóstica durante toda mi vida adulta, tuve una experiencia de lo que los cristianos llaman nacer de nuevo. Yo había leído los evangelios, y por mucho tiempo había creído que Jesús era un buen hombre. Lo que me cambió fue darme cuenta por primera vez que El era más que un hombre - Él era realmente el Hijo de Dios.

Con mi fe recién descubierta vino una conciencia repentina de que necesitaba urgentemente ser congruente con el programa de vida – especialmente en el área de mi vida sexual. Aunque sabía lo que tenía que hacer, recorrí un largo camino antes de reconocer lo que estaba mal en mi conducta y cómo cambiarla.

Estoy agradecida de que, al tiempo, me di cuenta de que cuando me sentía tentada a regresar al círculo vicioso (conocer hombre interesante/sexo/dejar o ser dejada/repetir), un nuevo pensamiento emergería para darme una pausa – un antídoto al principio del placer. Lo llamo el principio del día de mañana.

Toda mi vida adulta he tenido problemas con mi peso. Cuando camino de regreso a casa al final del día, no hay nada que quiera más que una bolsa de churritos o bolitas de chocolate. Si estoy intentando adelgazar – que es la mayor parte del tiempo – es muy duro, realmente duro, pensar en por qué no puedo comer lo que tengo ganas.
El diablito en mi hombro izquierdo dice: “¡Cómete los churritos! Te sentirás satisfecha y no vas a subir de peso. Si subes algo, va a ser como medio kilo – lo puedes perder al día siguiente”. ¿Y sabes qué? Tiene razón. Si lo veo como una experiencia aislada, una pequeña falta no va a causar ningún daño que no se pueda reparar.
Entonces el angelito en mi hombro derecho habla. “Es cierto. Si compras esos churritos, ya sabes qué es lo que va a pasar.”
“¿Se van a pintar dedos naranja en las páginas de la novela que voy a leer esta noche?” contesto.
El ángel hace como que no escuchó. “Los vas a comprar mañana en la noche, de nuevo”, me regaña. “Y al día siguiente”.
“¿Te acuerdas de lo que pasó durante el otoño de tu primer año en la prepa “ sigue el ángel, “cuando los estudiantes horneaban todos los días después de clase? ¿Te acuerdas que descubriste que si esperabas lo suficiente, todo lo que vendían tenía descuento hasta que podías comprar mucho por unos cuantos pesos?”
“Por favor”, gruño. Ya sé a donde va esto. El diablito en mi hombro izquierdo me jala el cabello hacia la dirección de las botanas en el super.
“Y te acuerdas” – sigue el ángel, dándose cuenta de que está a punto de ganar, “como te apretaban mas y mas los pantalones de mezclilla? Y tú tenías que- ”
“ Ya sé”, digo molesta.
“Tenías que acostarte para poder subir el cierre”, dice triunfante. “Finalmente, uno por uno, rompiste el cierre de cada uno de los pantalones que tenías”.
A ese punto, el diablito normalmente se va, y yo me quedo buscando un bollo seco, sin grasa, con alto contenido de fibra. Pero no estoy feliz. Al contrario – me siento restringida.

Así es como me sentía justo antes de entender el significado de la castidad- como cuando estaba siguiendo el consejo de mis amigos y parientes de “dejar de buscar”. Conocía algunas de las razones negativas para dejar pasar el salir con hombres que buscaban sexo casual – esos encuentros me hacían sentir usada y me dejaban más sola que antes – pero carecía de razones positivas.

Para bajar de peso sin sentirse restringido se necesita mucho más que solamente escuchar los consejos de un ángel en mi hombro. Se necesita una visión positiva. Me tengo qué imaginar cómo me voy a ver y sentir en el futuro – no solamente mañana, sino pasado, el día después y a la mañana siguiente. Tengo que ampliar mi perspectiva y ver el efecto acumulativo de la tentación: cada vez que caigo en ella, mi resistencia disminuye, pero cada vez que resisto, me vuelvo más fuerte.

El principio del día de mañana requiere esa visión para ser capaz de ver cómo la castidad me ayudará a convertirme en esa mujer fuerte, sensible y segura que tanto anhelo ser. Me molesta actuar por desesperación, sintiendo que tengo que dar de mí misma físicamente porque es la única manera de alcanzar a un hombre emocionalmente. Y me molesta sentirme tan sola que tengo que recibir caricias y besos de un hombre que básicamente me ve como un pedazo de carne – un pedazo raro y atractivo, que merece el mayor de los respetos, pero carne al fin. Anhelo con todo mi corazón ser capaz de ver más allá de mis deseos inmediatos, conducirme con la gracia y la sabiduría que al final me traerá plenitud no solamente por una noche, sino por toda una vida.

Descubrí el valor del principio del mañana por primera vez una noche ya tarde en la primavera del 2002, mientras me alistaba par irme de una fiesta en un departamento de Brooklyn. Steve, el anfitrión – un músico peculiar con ojos de perrito tipo David Schwimmer del programa Friends – era un conocido de muchos años atrás, pero que en realidad nunca traté de cerca. Desde hacía mucho había cierto coqueteo entre nosotros, pero nunca había llegado a nada porque en realidad no tenían mucho en común además de la pura atracción física. Así que me agarró fuera de base cuando me preguntó si quería quedarme a pasar la noche.

Mi primer pensamiento fue la imagen del largo y atemorizador viaje de regreso a casa en metro que tenía que realizar ya tarde en la noche, en contraste con el atractivo de compartir la cama con Steve. Me imaginé cómo me besaría y cómo nos reiríamos y haríamos bromas mientras experimentábamos la novedad de estar desnudos juntos. En mi mente, yo podía ver la silueta de sus hombros contra la luz grisácea que se filtraría por las cortinas de la ventana a esa hora del día cuando su ruidoso vecindario estuviera totalmente callado.

Eran esas cosas – la camaradería fácil, el romper las barreras, los momentos románticos fugaces – lo que realmente buscaba en los encuentros de sexo casual. El sexo en sí, yo sabía, podía ser dar en el blanco o fallar.

Mientras mi mente contemplaba las posibilidades, recordé que mi situación espiritual había cambiado desde la última vez que había recibido una oferta similar. Ahora era una nueva cristiana, todavía novata, y sabía que quería que mi vida reflejara mi fe. Pero que hizo que le dijera que no a Steve no fue la fuerza de la convicción. Fue otra visión que apareció por un instante en mi cerebro, más aguda que la primera- como si realmente hubiera sucedido.

En esa visión, me vi a mí misma y a Steve a la mañana siguiente, en una cafetería. No era un restaurante Johnny Rockets, sino una cafetería ordinaria en su vecindario. Yo llevaba puesto el mismo pantalón y la blusa morada de terciopelo que había usado en la fiesta del día anterior. Mi cabello estaba un poco mojado después de haberme bañado y se me paraba para todos lados – no se me acomoda bien cuando no uso acondicionador.

Acabábamos de desayunar e intentábamos hablar de algo superficial, como si nos hubiéramos encontrado allí un domingo a las 10 de la mañana. Yo tenía enfrente el mismo desayuno que siempre ordeno en las cafeterías de Nueva York: huevos hervidos con pan tostado, sin papas, y café con leche light.

La imagen era patética.

Solo la idea de otro desayuno incómodo más en la mañana siguiente, mi pareja que no me ama transpirando “respeto” – es decir, lo que se califica como respeto en el mundo de los encuentros casuales (“Claro que todavía te respeto”) – era mucho más de lo que podía soportar.

Pero la visión tenía también algo aún más escondido, que solamente puedo describir como grotesco. Allí estaba yo, tan exigente que había insistido en cuatro diferentes especificaciones para mi desayuno, y sin embargo, no podía reservarme para el hombre con el que podría compartir cada desayuno por el resto de mi vida?

La canción “¿Me amarás mañana?” de los Shirelles sugiere que una noche de sexo se redime si la pareja declara después del hecho que se aman el uno al otro. Este concepto es también un tema popular en novelas románticas, programas de televisión y películas – como Mujer Bonita. La gente se cree esa fantasía porque quiere creer que el tratar a alguien como un objeto se puede disculpar.

Sin embargo, en mi visión con Steve, aunque él de repente profesara su amor eterno mientras yo le diera una mordida a mi huevo con pan tostado, no cambiaría la decisión tomada la noche anterior – dormir con él no porque lo amara, sino solamente porque hubo oportunidad. Y entonces me dí cuenta de que aun si terminara correspondiendo a su amor, eso no cambiaría el hecho de que doce horas antes yo hubiera intentado utilizarlo y permitiera que me utilizara.

Si algún día nos casáramos, esa sería nuestra historia – éramos conocidos sin ser buenos amigos, que una noche se enredaron después de unas cuantas copas y se enamoraron.

De alguna manera, sé que no es una buena receta para un matrimonio duradero. Si tener sexo conmigo fuera suficiente para hacer que mi esposo se enamorara de mí, él podría tener sexo con otra mujer y enamorarse de ella también.

De la misma manera, si yo fuera influenciada tan fácilmente por dormir con alguien, podría huir con el proverbial repartidor de pizzas. Pero eso es una tontería- yo no soy así, y sé que no va a ser más probable que me enamore de Steve después de acostarme con él de lo que es en este momento. Lo que sí pasaría es que me iba a sentir más apegada a él, aunque no fuera amor. El sexo hace que me sienta así lo quiera o no; es parte de cómo estoy diseñada por ser mujer. El sentido de apego haría mucho más difícil la separación después del desayuno.

Una vez que la imagen entró en mi mente, la opción fue clara.
Le di las gracias a Steve por una maravillosa fiesta y me fui. En algún lugar durante el camino a la medianoche entre las calles de Brooklyn y mi apartamento en Nueva Jersey, creo que lloré. Decir no a la intimidad – aun del tipo equivocado – puede ser muy duro cuando regresas a una casa vacía.

Pero no me arrepiento. Y he vivido bajo el principio del día de mañana desde entonces.

Si tienes que preguntarle a alguien si todavía te amará mañana, entonces quiere decir que no te ama hoy.


Adaptado de The Thrill of the Chaste, por Dawn Eden (Thomas Nelson Inc., Copyright 2006).
Artículo publicado originalmente en ingles en Christianity Today.
Copyright © 2007 ChristianityToday.com