sábado, 5 de marzo de 2011

Iniciamos el camino de la Cuaresma a la Resurrección.


El próximo miércoles 9 de marzo, celebramos el Miércoles de Ceniza; en la Iglesia Católica es el primer día de la Cuaresma, cuarenta días antes de la Pascua. En la Iglesia primitiva , variaba la duración de la Cuaresma, pero eventualmente comenzaba seis semanas (42 días) antes de la Pascua. Esto sólo daba por resultado 36 días de ayuno (ya que se excluyen los domingos). En el siglo VII se agregaron cuatro días antes del primer domingo de cuaresma estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto.

Hoy en día en la Iglesia, el Miércoles de Ceniza, el cristiano recibe una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos del año anterior.
 
Creo, que la mejor manera de decir qué es la Cuaresma es: “tiempo de volver al Padre”. Muchas veces en nuestra vida hemos descuidado la relación con nuestros amigos y no es que estemos enojados, simplemente, que nuestras actividades diarias, la rutina y nuestro egoísmo nos han alejado de tal manera que nos cuesta trabajo ser sinceros y abrir el corazón como solíamos hacerlo antes. Esto es lo que nos pasa con Dios, por eso El puso este tiempo especial en el que nos unimos a Cristo para prepararnos a vivir la Pascua: la Pasión, Muerte y Resurección de Cristo Nuestro Señor. El mismo Jesús antes de comenzar su vida pública, se retiró al desierto durante cuarenta días en los que no comió ni bebió y fué tentado por el demonio; pero gracias a su unión con el Padre tuvo la fortaleza de resistir y ser fiel a su misión en el mundo: morir por nosotros para darnos Vida Eterna.

La Cuaresma es el tiempo especial en el que reconocemos nuestra fragilidad y pequeñez delante de Dios con el signo de la ceniza, la abstinencia, la oración y los sacrificios como una manera de decirle a Cristo que nos arrepentimos de todos nuestros pecados y de que tenemos un deseo sincero de cambiar, de unirnos a Él en su preparación a la Pascua, acompañarlo en su dolor y con Él morir a nuestra vida de pecado para después resucitar con Él a una vida nueva en la que podamos ser como Él quiere, es entonces cuando verdaderamente seremos felices. Es también un tiempo especial en el que le ofrecemos el regalo de nuestras buenas obras como una muestra de gratitud por su infinita misericordia, en fin, Cuaresma es para reconciliarte con Dios y estrechar tu amistad con Él que nos espera siempre con brazos abiertos de una manera especial en la Confesión y la Eucaristía.

El tiempo de cuaresma nos invita al ayuno y la oración, al arrepentimiento de nuestros pecados y a la conversión sincera de nuestro corazón; aún cuando el sacramento de la confesión, es un acto penitencial insustituible, existen diversas formas de preparar nuestro corazón para el perdón de nuestro pecados, como el ayuno.


En la cuaresma se nos pide que ayunemos todos los viernes de este tiempo litúrgico y la abstinencia de comer carne el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Debemos poner especial cuidado en no hacer las cosas “por costumbre”, “por cumplir", “para calmar nuestra conciencia”, o “para quedar bien con los demás”.

El verdadero ayuno, sacrificio, penitencia o mortificación; es aquel que habiéndolo ofrecido a Nuestro Señor nos proponemos llevar a cabo conscientes de nuestros pecados, como una purificación. Hablamos de ayuno y oración de manera conjunta, porque al ofrecer de corazón, de manera consiente nuestro ayuno ya estamos orando.

No olvidemos pues la importancia que tiene para nuestras vidas el diálogo fiel y constante con Dios, es ahí, en esa comunicación íntima donde verdaderamente aprendemos a ser auténticos cristianos, en ese encuentro Jesucristo mismo nos moldea y conduce, nos enseña a ver como Él, a pensar como Él, a amar como Él. A nosotros tan sólo nos toca poner una pequeña parte, nos toca poner nuestras ganas de conocerle más, nuestra voluntad de servir a Dios y al prójimo.

Por ello se nos invita a ayunar, porque el ayuno es una forma de decir: "Señor, te entrego este pequeño sacrificio como muestra de mi arrepentimiento y de mis ganas de convertirme y acercarme más a Tí". El ayuno también contribuye a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad de corazón.

Jesús mismo, se privó de comida durante cuarenta días y durante ese lapso se dedicó a la oración como preparación para el servicio a los demás. Lo hizo poniéndose delante de Su Padre con actitud humilde para platicar y aprender de Él.

Aprendamos pues de Jesucristo nuestro Salvador, y hagamos el propósito de aprovechar este tiempo de reflexión para ayunar y orar con sinceridad de corazón y de intención.

El ayuno puede ser (a parte del que manda la Iglesia), cualquier sacrificio o privación de un gusto especial para nosotros, ofrecido a Dios.

Hoy más que nunca se nos invita a realizar ese acto de Fe con una actitud orante para que Nuestro Señor nos purifique y prepare para hacer siempre Su voluntad, ya que en eso está nuestra verdadera y plena realización de Cristianos.

Consultar: Mateo 6,16-18 e Isaías 58

Fuentes varias: Pbro. Baltasar López Bucio, Biblia Nueva Jerusalem y Beatriz Gil.

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