sábado, 1 de noviembre de 2014

La muerte ilumina la vida


Difuntos
Este Domingo celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos. Esta fiesta está profundamente arraigada en la tradición religiosa de muchos países. Para muchísimos es costumbre visitar los cementerios donde están los restos de aquellos seres queridos que ya han dejado este mundo. Día de oración, de recuerdo y de esperanza.

Una fiesta como ésta nos pone frente a la muerte. Hablar de la muerte es incómodo. Es una de esas realidades de las que todos tenemos consciencia pero a veces parecería que no queremos asumir. Y sin embargo, que un día moriremos es de las pocas cosas que podemos afirmar con absoluta certeza. ¿Es esto motivo de angustia o de desasosiego? Considerar este hecho, ¿es “aguar la fiesta” desde una visión negativa de la vida?

Para el cristiano definitivamente no. Es más bien asumir la vida desde el realismo de la fe y de la esperanza que nos trae el Señor Jesús. Él nos ha enseñado, y ha dado ejemplo de ello con su propia vida, que esta vida es un peregrinaje hacia la otra vida. El carácter del peregrinaje es muy iluminador, pedagógico y nos llena de esperanza. Nos habla de un origen, de un camino y de una meta. Nos habla de que no estamos solos. Al inicio y al final está Dios, lleno de amor y misericordia, que nos abraza y nos invita a vivir eternamente en comunión con Él y con nuestros hermanos. A lo largo de todo el camino está siempre a nuestro lado. Es más, Él mismo se ha hecho camino para que recorriéndolo alcancemos la vida verdadera. Si nos desconcertamos y perdemos el rumbo, si —como el apóstol Tomás— nos preguntamos «¿cómo, pues, podemos saber el camino?, Jesús sale a nuestro encuentro y nos reitera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Ser peregrinos, el misterio de la muerte, también nos habla de algo más. Nos pone frente a la eternidad. Nuestra vida se devela frágil y pasajera frente a la muerte y, sin embargo, como personas nos experimentamos hechos para la eternidad. Y cuando hablamos de la eternidad algo “se mueve” en nuestro interior pues tocamos ese anhelo irreprimible de permanecer. En este sentido, el Concilio Vaticano II, que llama a la muerte «el máximo enigma de la vida humana», nos habla de que el hombre lleva en sí una «semilla de eternidad» que es «irreductible a la sola materia» (Gaudium et spes, 18). La muerte nos recuerda todo esto. Tal vez por ello se la ha llamado “buena consejera” y “señora de las respuestas”. Como vamos viendo, considerar la muerte desde la fe nos ayuda a entender mejor qué es la vida y cómo tenemos que vivirla.

Si nos enfrentamos a la muerte desde una perspectiva meramente horizontal veremos que tiene otro rostro. Plantea preguntas que no tienen respuesta. Es un final trágico e irremediable. Tal vez por eso muchas veces en una sociedad cada vez más alejada de Dios hablar de la muerte es tan incómodo y fuera de lugar. Es casi un tema tabú, que es mejor evitar o banalizar. Y es que pone en cuestión muchos de los presupuestos sobre los que se edifica una cultura donde todo gira en torno a “vivir el momento”, al placer, al poder, al tener.

Esta festividad, así como la de todos los santos, «nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza» (Benedicto XVI). Y eso sólo podemos hacerlo desde la fe. Reflexionar sobre la muerte, no es, pues, “aguar la fiesta”. Para quienes creemos en Cristo muerto y resucitado es parte del misterio de la vida que Él nos ha venido a iluminar. Desde Jesús, que es la Resurrección y la Vida, podemos comprender y asumir, sin temor, este umbral por el que todos vamos a pasar en algún momento. En Jesús y con Él aprendemos también a vivir la dolorosa e incluso trágica experiencia de que a alguien a quien queremos y conocemos le llegue el momento de dejar este mundo. Y con Jesús podemos vivir ya esa misteriosa comunión con todas las personas a las que amamos y recordamos en este día. Hoy experimentamos con fuerza esa hermosa y esperanzadora unidad entre la Iglesia que aún peregrina en esta tierra y la Iglesia celestial.

Por Ignacio Blanco
Fuente: www.mividaenxto,com

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