viernes, 21 de agosto de 2015

5 Características de Enamorarse que cambian tu Vida Cristiana



"Nada es más práctico al encontrar a Dios, que enamorarte de una manera tranquila, final. De quien estás enamorado, lo que captura tu imaginación, afectará todo. Hará que decidas lo que te mueva a levantarte en la mañana, lo que harás con tus tardes, cómo pasarás los fines de semana, lo que lees, a quiénes conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sorprende con gozo y gratitud. Enamorarse, seguir enamorado, y eso decidirá todo.”  Pedro Arrupe

Veamos, entonces, estas 5 características que normalmente descubrimos cuando dos personas se enamoran y considerar cómo se pueden aplicar también a nuestra relación diaria con Dios.

 1. No cualquiera, solamente Uno… pero uno es suficiente.

Recuerda a alguna de las personas que te gustaban cuando estabas en preparatoria. Aunque naturalmente todos buscamos agradar a todos, es diferente cuando nos gusta alguien… de repente la atención de esa persona importa más que la de cualquier otra. Recuerdo estar en el salón, haciendo mi mayor esfuerzo por decir algo inteligente o gracioso. No me importaba mucho lo que el otro 99% de la clase pensara, solamente me importaba ella, no porque los demás no fueran importantes sino porque descubrí en ella algo especial.

 

No se trata de la cantidad de relaciones que uno tenga, sino de la calidad: No recuerdo haberme sentido más solo que cuando estuve en un vagón del metro atestado de gente o un aeropuerto.  No se trata del número de “likes” o “vistos”, sino de quién le da “me gusta” y lo ve. De la misma manera, a medida que uno se acerca más a Dios empieza a descubrir un amor único que responde a nuestros deseos internos de una manera particular y el vivir de acuerdo a Su mirada se convierte en algo más y más natural. Mientras mayor es nuestra conciencia de Su mirada, menos necesitamos impresionar o sujetarnos al mundo a nuestro alrededor.

 ¿Has escuchado alguna vez la historia del periodista que se encontró a la Madre Teresa? Mientras la pequeña religiosa albanesa estaba hincada limpiando las heridas de una persona muy enferma y físicamente repugnante, el periodista comentó: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares”. A lo que ella respondió conmovida: “ni yo tampoco”.

 A ella no le importaba el premio que el mundo podría darle; estaba completamente feliz sabiendo que El que la amaba la veía y estaba complacido con lo que ella estaba haciendo.

Una vez que he descubierto esta mirada, ¿qué otra necesidad tengo de actuar por cualquier otra razón que su amor? ¿Qué necesidad tengo de usar “Instagram” para cualquier cosa buena e interesante que hago? ¿Qué necesidad tengo de un flujo constante de “me gusta” que frecuentemente recibo de aquellos que apenas me conocen o les importo muy poco?

2. Me libera del miedo de ser yo mismo.

 

La idea de los libros de “auto-ayuda” y seminarios “para construir autoestima” siempre me ha dado un poco de desconfianza. En mi opinión, una autoestima sana es un don, no un premio o un objetivo.  Para bien o para mal, nos vemos a nosotros mismos de muchas maneras de acuerdo a cómo a otros nos ven.

El descubrir a una muchacha hermosa por primera vez sucede de manera espontánea, muchas veces por casualidad. Nadie, sin embargo, busca una segunda mirada sin la esperanza de que ella también devuelva la mirada. Si lo hace, la experiencia es maravillosa: con esa mirada, uno se ve a uno mismo diferente en el espejo al siguiente día. Incluso si uno no se considera extraordinariamente atractivo, la mirada de otros nos anima a mirar de nuevo, afirma que en realidad hay algo valioso allí. El día que uno pronuncia sus votos matrimoniales, el que me ama dice: “Yo quiero estar contigo, verte, porque eres maravilloso y digno de ser amado, exclusivamente, por el resto de mi vida”. ¡Aquí es donde encuentro la confianza para ser yo mismo!

De manera similar, nuestro tiempo en oración con Dios debe convertirse en momentos en los que Dios nos  enseña a amarnos a nosotros mismos. Él, más que nadie, desea ardientemente que nos transformemos precisamente en lo que se supone debemos ser.  Envueltos en su mirada, nos encontramos con una fuente de confianza, de “orgullo humilde”. Bajo esta esta mirada, el temor a ser rechazado, de ser abandonado o dominado, desaparece.

El ejercicio diario de examen de conciencia no es nada más sino el colocarse bajo la mirada de Dios, observando la propia vida como Él lo hace, lamentando esos momentos en los que permitimos que nuestro temor obscureciera la gloria que Dios nos da; alegrándonos en esos momentos en los que reflejamos la luz del Hijo. La oración no es otra cosa que la constante caricia de misericordia que suaviza todos los temores de ser rechazado y el descubrimiento  de la propia valía y belleza incalculable a los ojos de Dios.

 3. Me vuelve realmente único y me capacita para amarme a mí mismo.

 Nada “ordinario” es digno  de ser amado, solamente lo que es único. Aún sí, ¿qué es lo que nos hace únicos? ¿Nuestros talentos? ¿Nuestra creatividad? ¿Nuestra voluntad? ¿Nuestro apellido? ¿Nuestra riqueza? ¿Nuestro cuerpo? ¿Nuestra ropa?

Cuando uno se enamora, todo toma un nuevo significado, no tanto por el objeto en sí mismo, sino por lo que representa para el otro. Lo que define su valor es la capacidad que tiene para dirigirnos hacia el amado. Una canción, una fotografía, una pulsera, un árbol, un sueño… todo se vuelve valioso porque nos recuerda a aquel que amamos, porque enriqueció nuestro tiempo juntos. Incluso el lugar más feo, el sueño más simple se vuelve fantástico cuando se inserta en una relación de amor.

A un nivel más profundo, también descubrimos un nuevo “ser único” en nosotros mismos. Seamos talentosos o no, lo que más nos importa es el gozo que podemos darle a la persona que amamos. Aunque nuestra manera de cantar inspire admiración o carcajadas, importa muy poco.  

 

Lo que importa, lo que nos hace únicos es, de nuevo, esa mirada, esa relación con el amado.

Lo importante es por qué canto: canto para ella. En verdad, al final, los actos de amor son los auténticamente únicos. Todo lo demás es meramente ordinario.

En una forma similar, los encuentros diarios con Dios nos enseñan y revelan lo que nos hace únicos. Lo que frecuentemente luchamos por exhibir ante el mundo es, en realidad, un don: Dios es un experto y amante de lo que nos hace únicos. Él es la fuente de todo eso. Bajo Su mirada, descubro que por El yo soy realmente único, que Él moriría y en realidad ha muerto no solamente por todos nosotros, sino solamente por mí. Él conoce el número de cabellos en mi cabeza y ama cada uno de ellos. ¿Por qué, entonces, presumir? Los medios sociales son excelentes, pero si yo busco lo que me hace único en el número de “me gusta” que recibo, ciertamente obtendré como heredad nada más que frustración.

¿Cuál es punto de resaltar en la multitud si nadie me está viendo? Nadie al que realmente le importes, de todos modos. Aquí no estoy prescribiendo conformidad, sino más bien interioridad. Lo que nos hace únicos se descubre bajo la mirada de Dios.

4. Una presencia interior constante.

La mayoría de las personas que encontramos en nuestro camino están presentes mientras nuestros ojos los puedan ver. Incluso cuando alguien nos agrada, él o ella son comúnmente uno “mas” de los que atrapan nuestra atención mientras se encuentren a nuestro alrededor.

Cuando una relación se vuelve más profunda y empieza a surgir el amor, sucede algo interesante: uno parece percibir una presencia interior más anhelante. Incluso cuando la presencia pareciera ir desapareciendo, muchas personas llevan consigo una fotografía de su amado en todo momento, usualmente en un ángulo facial que les recuerda su mirada. Cuando uno se encuentra tentado a traicionar o coquetear con alguien más, este tipo de presencia interior ofrece una fortaleza sorprendente. O incluso en situaciones extremas, tales como irse lejos por una misión militar, largas separaciones o incluso el desaparecer totalmente – como en la película “Náufrago” de Tom Hanks – un simple pensamiento o recuerdo de la persona amada nos da esperanza, fortaleza y hasta el coraje para actuar virtuosamente. Incluso a un océano de distancia, esa presencia amorosa tiene su efecto: “No puedo hacer eso, ella no querría que yo lo hiciera”.

De manera similar, a medida que uno crece en su vida spiritual, este anhelo y presencia interior de Dios también crece y florece.  No hay mejor remedio para el moralismo, para ese ejercicio legalista de la ley moral cristiana, que vivir la propia vida en la presencia de Dios. Ya no vivimos de acuerdo a lo que está “bien” o “mal”, sino de acuerdo a lo que haría a nuestro amado feliz o triste. El cristianismo empieza, crece y depende en un encuentro día a día. La ética es como un epílogo de una historia de amor, y no al contrario.

Cada parte de nuestras vidas, incluso nuestros fracasos y pecados – especialmente nuestros pecados – deben insertarse en la presencia de Dios. Hasta que descubrimos que Él está con nosotros, nunca podremos cambiar y vivir como Él quiere que vivamos. Nunca subestimes esta presencia mística. Frecuentemente tendemos a enfocarnos más en lo que hacemos, en nuestras virtudes y vicios, lo que lleva un gran peligro: olvidarnos de Cristo. Olvidamos que Él está con nosotros, amándonos, enseñándonos, abrazándonos en nuestra vida diaria… ¿Cómo podemos ignorar un amor así?

5. Nos da una misión

¿Cuál es la diferencia entre una actividad cotidiana y una misión o vocación? En el primer caso, lo más importante es lo que se necesita que se haga. En el segundo, lo más importante es quién te llama o te envía. Imagina si antes de cada acción recibiéramos una llamada de esa persona a la que tanto amamos, pidiéndonos que hagamos este favor para ellas.

Cuando uno hace algo por amor, todas las actividades diarias se transforman de meras obligaciones o necesidades rutinarias en oportunidades de expresar mi amor por el otro y estar más cerca de él o de ella. La pregunta central ya no es: “¿Qué hacer?”, sino que se convierte en “¿Cómo amar?” (Y no “cómo amar” en general, sino en cómo amar a esta persona en particular).

Cuando nos enamoramos, un trabajo que me ofrece prestigio y seguridad financiera se convierte en un medio que me permite sostener (comprar necesidades diarias), proteger (por ejemplo, con un seguro de vida), y patrocinar (sueños) a aquel que amo. Hasta el más grande de los sacrificios se convierte en un regalo hermosamente  envuelto que puedo ofrecerle. No hay anda como esa experiencia de gratitud cuando la persona que amas se da cuenta de lo que has hecho por ella.

  Mientras más profundamente se enamora uno, más importante se vuelve la razón de por qué uno trabaja, más que el trabajo en sí.

El esposo que innecesariamente pasa todo su tiempo en el trabajo y solo una pequeña parte del tiempo no ha entendido el punto, y probablemente ha perdido la experiencia de una misión asignada por amor. Trabajamos para amar y estar con los que amamos; si nuestro trabajo no nos lleva a una mayor comunión, entonces necesitamos encontrar un nuevo trabajo.

De manera similar, a medida que le permitimos al amor de Dios abrazar nuestras vidas cada vez más, empezamos a percibir cada tarea, incluso los sacrificios o actos de caridad más insignificantes, como una misión dada a nosotros por aquél que nos ama.

  Éstos son unos signos de que estás viviendo esta dinámica de la misión:

·        Siempre pones en primer lugar al que dio la misión: esto significa darle prioridad a la oración en tu vida y evitar caer en un flujo ininterrumpido de actividades apostólicas que no dejan espacio para pasar tiempo a solas.

·        Aquél que define la misión es Dios, no tú. Vivir la propia vida de manera vocacional significa dejar que Dios tome el control y poner todo tu esfuerzo para seguir su voz y colaborar con Él.

·        No consideras tu proyecto como simplemente “tuyo”. Siempre hay un llamado de Dios y una parte del llamado general de Dios por medio de la iglesia. Esto significa que estás abierto a la crítica y no te consideras “el superapóstol” de la parroquia.

·        No basas tu valor de acuerdo a los resultados. Cuando las cosas van bien, le das gracias a Dios por permitirme colaborar en tal proyecto. Cuando van mal, te sientes decepcionado pero sigues adelante, mejorando lo que puedas porque estás seguro que es lo que Dios te está pidiendo que hagas.

 

Foto:

@ Roberto Trombetta/Flickr

Autor: Garrett Johnson

Image:  Kim Seng

Fuente: www.catholic-link.com

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