martes, 14 de mayo de 2013

DOMINGO DE PENTECOSTÉS: Jn 20, 19-23


Para comprender la Palabra

Juan coloca la comunicación del Espíritu en la tarde del mismo día de la Resurrección. 

“Estando cerradas las puertas” indica el poder del Resucitado para vencer todo impedimento y, al ponerse en medio de ellos, los discípulos quedan libres del miedo y de la tristeza. El reconocimiento de Jesús es para la Iglesia primitiva un medio expresivo del hecho profundo y trascendente de que el Resucitado se encuentra con los discípulos y es el mismo Jesús con quien habían convivido antes de su pasión. El saludo de paz de Jesús y la certeza de que es él, el crucificado y traspasado, hacen que el miedo deje paso a la alegría. Y el saludo pascual es el ofrecimiento de la “Paz”, que es un bien espiritual, un don interior que se deja sentir externamente. La paz que el Señor resucitado trae a los discípulos de parte de Dios debe acompañarlos en su misión y demostrar al mundo lo que es la verdadera paz.
Y tras el envío sigue la donación del Espíritu. La señal externa es el acto de insuflar unido a las palabras “Recibid el Espíritu Santo”. Dicho gesto alude a la creación del hombre (Gn 2,7) o la profecía de Ez 37,7-14. El soplo, viento, aliento, pueden ser sinónimos de Espíritu tanto en la lengua hebrea como en la griega. El don del Espíritu por Jesús a sus discípulos es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes. Y es que ahora estamos en el origen de una nueva humanidad, ante una nueva creación.
Para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. El don del Espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a sus discípulos. La absolución de los pecados es un don y encargo del Señor resucitado. Así los signos de la presencia permanente de Jesús en la Iglesia son el don de la paz y la recepción del Espíritu. Y así como Jesús ha sido consagrado para traer la salvación del Padre, ahora los discípulos con la Paz y el Espíritu son consagrados para que la lleven a todo el mundo. Existe una relación entre recibir el Espíritu y ser enviados por el Hijo. La misión actual tiene el modelo y fundamento en la misión del Hijo por el Padre.

Para escuchar la Palabra
El nuevo Hombre da la misión a sus discípulos de ser nuevos hombres y de hacer nueva a la humanidad, dándoles su Espíritu. Se los impone y lo posibilita. Los discípulos reciben el aliento del Resucitado y el mandato de perdonar en su nombre y con su poder. Vivir para el perdón es vivir de la resurrección, es vivir con su mismo Espíritu; vivir perdonando es ser nuevo hombre, que ha muerto al pecado y vive para ofrecer vida a los demás. ¿Por qué mis durezas para el perdón al hermano?
Los discípulos pasaron del miedo a la alegría al ver al resucitado en medio de ellos. Él eligió a unos discípulos asustadizos como apóstoles. No hay miedos, ni cobardías o traiciones que nos libren de la tarea de ser sus enviados al mundo. Jesús sacó a sus discípulos de su casa y de sus miedos, de su encierro y de su pusilanimidad y los lanzó al mundo. ¿Experimento su presencia, acojo su paz y me sé enviado como ministro de paz y perdón? Jesús resucitado quiere hacernos hombres nuevos, testigos fehacientes de la fuerza de su resurrección, resucitando en nosotros la alegría del testimonio y la tarea de representarlo.
El resucitado “sopló” sobre los discípulos su aliento personal, su fuerza interior, su Espíritu, haciendo posible su renacimiento. Encerrados en nosotros y alimentando miedos, poco testimonio damos de la acción del Espíritu. Empequeñecemos el Espíritu de Jesús a base de no atrevernos a ser audaces en la vivencia diaria de nuestra fe Más de algún destinatario al verlo se ha de cuestionar: “¿Por qué iba a ser entusiasmante una vida de fe, que no logra entusiasmar a cuantos dicen vivirla?” El mejor argumento que tenemos para convencer al mundo de que Cristo ha resucitado y que es posible vivir de una nueva forma es viviendo dóciles al Espíritu que hemos recibido en el perdón sincero. Quien puede perdonar a quien le ha ofendido, ha recuperado la paz interior y tiene el Espíritu de Jesús. La alegría de vivir pertenece a quien sabe ser tan generoso como para echar en olvido las ofensas.



Para orar con la Palabra
No es la hora del miedo y la soledad. No es el tiempo de la dispersión. No es el momento de hacer los caminos en solitario. No es la época de la uniformidad. No es el instante de la pregunta sin salida. No son los días de desesperar. Es la hora del Espíritu. Es la hora de la comunión. Es el tiempo de la verdad. Es la llegada de la libertad. Es la hora de quienes tienen oídos para oír. Es la hora de quienes tienen corazón de carne y no de piedra. Es el tiempo de los que adoran en Espíritu y Verdad. Es el tiempo de los que creen y esperan. Es el tiempo para los que se quieran hacer nuevos. Es el tiempo para los que quieran hacer lo nuevo. Es ahora cuando todo es posible. Es ahora cuando el Reino está en marcha. Es ahora cuando merece la pena no volverse atrás. Es ahora cuando podemos darnos la mano. Es ahora cuando la voz grita. Es ahora cuando los profetas tienen que gritar. Es ahora cuando los miedosos no tienen nada que hacer. Es ahora cuando nuestra fuerza es el Señor. Es ahora cuando el Espíritu del Señor está sobre nosotros. Es ahora el tiempo del Espíritu. Es ahora cuando los creyentes podemos proclamar: "Me ha enviado a proclamar la paz y la alegría". Hoy, Señor, es mi hora.

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