domingo, 26 de mayo de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Jn 16,12-15

La fiesta de hoy nos ayuda a mirar el misterio del Dios en quien creemos y que celebramos: La maravilla de Dios Padre, como fuente y origen de la salvación; el amor admirable de Jesucristo, revelado en su Pascua; y, la obra permanente del Espíritu, conduciendo a su Iglesia, a través de los tiempos, hacia la verdad  entera de Cristo. Este domingo, por tanto, dentro del tiempo ordinario es como una especie de visión sintética y  retrospectiva de la Cincuentena pascual.
Nuestro texto pertenece al testamento o despedida de Jesús, se alude cuatro veces a vocablos como  “decir, “anunciar”, “comunicar”. El elemento básico de esta perícopa es la comunicación entre Dios (Trino) y los hombres. Es comunicación centrada en la persona de Jesucristo. En él, en efecto, Dios se ha comunicado personalmente con el hombre. Porque él mismo es comunicación. El origen está en el Padre, que se vale del Hijo hecho hombre, pero ahora que ha regresado al lugar desde donde había salido, se vale del Espíritu para continuar su obra de amor. Del Padre arranca la revelación, que la da toda entera al Hijo hecho hombre y perdura por la acción del Espíritu en quienes han acogido y continúan acogiendo, ahora y aquí, a la Palabra de verdad de Jesucristo. Es más, hoy, en el Espíritu y por Él, la Iglesia conoce la revelación que Jesucristo ha traído del Padre, penetra en ella y profundiza en ella (Cf. 14,26; 15,26)
¿Cuándo estuvieron los discípulos más cerca del maestro, cuando escuchando directamente su palabra no la comprendía o cuando ya no estando Jesús entre ellos comprendieron lo que su Maestro les había comunicado?. Es el Espíritu el que conduce a la verdad “completa” no se refiere cuantitativamente sino cualitativamente, o sea, que el Espíritu nos conduce a una comprensión en profundidad, a una penetración del misterio de la persona de Cristo y de su obra, del sentido de la muerte, del sentido universalista de su misión salvadora... Todo esto no podía ser comprendido por los discípulos. Es el Espíritu Santo que engendra en el creyente una nueva inteligencia; es la inteligencia de la fe, que es capaz de percibir el misterio de Dios y descubrir el sentido que tienen el mundo y los acontecimientos de la historia. Quien descubre a Dios en la historia propia y en la de la humanidad se ve guiado por el Espíritu, porque Dios se ha manifestado en el acontecimiento principal de la historia, el de Jesús.
El Espíritu será quien glorifique a Jesús, porque gracias a la luz del Espíritu, los discípulos podrán comprender que la humillación de Cristo, su muerte, fue el principio de la exaltación, de la “elevación” hacia el Padre. Les llevaría a la comprensión total de lo que, durante el ministerio terreno de Jesús permaneció oculto.
El Espíritu les recordará lo que Jesús ha enseñado. Pero no se trata el Espíritu de la memoria literal. Les hará comprender el anuncio de Jesús de forma nueva a la luz de los nuevos acontecimientos y situaciones. Les ayudará a sacar de aquel anuncio nuevas riquezas y significados. Y esto, con el fin de que el Evangelio sea no un texto venerable y arqueológico, sino una luz para el presente. No será sólo Espíritu del recuerdo y de la nueva comprensión, sino también el Espíritu de la intervención. Él nos sugiere lo que debemos decir y vivir. Los discípulos no hemos recibido el Evangelio como si fuese una cualidad estática cual joya o regalo de cumpleaños. Poseemos, en cambio, una especie de código genético según el cual él va creciendo en nosotros de forma que seamos espirituales, esto es, creyentes que asumen y ordenan todo en la caridad hasta alcanzar la estatura de Cristo.

Para escuchar la Palabra
Jesús dice que el Espíritu vendrá a continuar la labor y la enseñanza suya. Ha de continuar hablando donde Jesús optó callar y abriéndoles a la verdad, les guiará hacia ella. El Espíritu es viático y guía, compañero de camino y líder de la Iglesia hasta que el Señor vuelva. ¿Cómo es mi atención y reconocimiento a la presencia del Espíritu?, ¿Crezco en el conocimiento de Jesús en mi vida por mi docilidad a su acción en mí? Jesús ha puesto a nuestra disposición la prueba de ese amor de Dios, su Espíritu que es todo lo que de Dios nos ha dejado, para que, dejándonos conducir por él, nos guíe hacia Dios. De nada nos vale creer en Dios, Padre, Hijo y Espíritu, si no nos reconocemos hijos, hermanos y templos de ese Dios Trino por la fuerza del Espíritu.
Conoceremos mejor a nuestro Dios, cuanto más nos reconozcamos amados por Él: quien sabe que su entraña es el Amor, quien se siente entrañablemente querido por Dios, desentraña el ser de Dios. No hay otra forma honrada de situarse ante el misterio más que respetarlo y admirarlo en el silencio y la adoración. ¿Con cuál Dios me dirijo cuando realizo mi oración?, ¿En qué Dios me confío? ¿Qué tipo de familia o comunidad me invita a construir la fe en la Trinidad? ¿He quedado admirado y agradecido de la naturaleza tripersonal de Dios?


Para orar con la Palabra
¡Qué gran regalo nos comunicaste Señor!, ¡Qué magnífico forma de invitarnos y posibilitarnos vivir en comunión por siempre contigo y tu Padre Dios! Nuestras palabras estarán pobres ante la grandeza de tu don. Tú fuiste quien, ante nuestra limitación en la comprensión de la verdad que nos revelaste, pensaste en que fuéramos introducidos mejor en ella, siendo guiados a la verdad plena; tú fuiste quien quisiste que conozcamos tus íntimos secretos; tú, que previste que se nos anunciará las cosas que van a suceder; tú, que deseabas ser glorificado (manifestado); tú, quien posibilitaste la comunión al compartirnos lo tuyo y lo del Padre.

¡De verás, qué amor tan grande manifestado! ¡Y qué compromiso tan especial! Señor, que no abuse de tu amor; que no lo relativice y desaproveche, que no sea indiferente o duro contra de él. Que sabiéndome agraciado viva agradeciéndote; que sabiéndome guiado sepa guiar; habiéndome dado lo más propio tuyo, me apropie viviendo en comunión contigo y tu Padre.

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