jueves, 4 de julio de 2013

La paz como plenitud de bienes mesiánicos

Para comprender la Palabra

DOMINGO XIV Lc 10,1-12.17.20

En continuación con el domingo anterior donde “Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. El contenido doctrinal coherente, del presente texto, es la presentación de la misión cristiana como “evangelio de la paz”. La paz como plenitud de bienes mesiánicos. La paz en el trasfondo bíblico no consiste en la ausencia de guerra abierta sino en la irrupción y la presencia de los bienes mesiánicos, entre los que se incluye fundamentalmente la abertura a Dios y la justicia interhumana.
A través de esos discípulos (72: número de plenitud y signo de misioneros posteriores que anunciarán el mensaje del Reino), la misión de Jesús alcanza todas las fronteras de la historia llegando a su plenitud en la gran meta de la siega escatológica. Desde aquí, en el principio de la subida hacia Jerusalén, advertimos que el maestro no está solo. Camina con los suyos a la siega y con ellos se encamina todo hacia el reino. De esta forma, la misión de los discípulos se integra en el camino de Jesús hacia su Padre.
No es la misión la que origina el Reino, sino todo lo contrario; es el Reino el que suscita misioneros que lo anuncien y dispongan. Y el mensajero dedicado enteramente a la tarea del reino ofrece gratuitamente la palabra; aquellos que le escuchan tienen que ofrecerle su hogar y comida. Cada uno entrega lo que tiene y todos comparten fraternalmente sus haberes. Pero también se contempla el enfrentamiento. Los discípulos se encuentran como ovejas en manos de los lobos; carecen de la posibilidad de defensa y no tienen más salida que el camino de Jesús, que le dirige hacia la muerte. Los perseguidores, por su parte, corren el riesgo de un fracaso escatológico.
Al regreso de los discípulos, Jesús revela toda la hondura de su obra: la caída de Satán (en la apocalíptica judía Satán tenía un trono en las esferas superiores y dominaba desde allí toda la marcha de los hombres sobre el mundo), esto es, la pérdida de su poder sobre los hombres. Sin embargo, su auténtica grandeza está en el hecho de su encuentro personal con Dios: sus nombres pertenecen al Reino de los cielos. La misión, por tanto, se estructura como expansión del amor en que se unen Dios y el Cristo (Hijo). En ese amor, revelado a los pequeños y escondido para todos los grandes de este mundo, se fundamenta la derrota de las fuerzas destructoras de la historia (lo satánico).

Para escuchar la Palabra
Acuciado por la urgencia del Reino y queriendo multiplicar su predicación Jesús se decidió compartir su misión personal con un grupo escogido de discípulos. Jesús convierte a sus seguidores en misioneros. ¿Me sé enviado del Señor a comunicar el evangelio del reino que es mensaje de paz? Y si los apóstoles son sólo los que le han sido íntimos ¿Cómo cultivo mi ser discípulo y apóstol?
La misión, lo advierte el mismo Jesús, no es fácil. Los enviados se sentirán acosados como ovejas entre lobos. ¿Lo he experimentado o mejor dicho he sido tan fiel a lo que me ha confiado y como ha querido que lo realice que me he sentido como oveja amenazada? Jesús impone pobreza al evangelizador ya que el Reino ha de llenar su vida entera. Quien sirve a Dios ha de hacerlo renunciando a proyectos personales y desprovisto de seguridades.
La alegría la gana el discípulo tras regresar de la misión cumplida: satisfacer el propio deber satisface al mandado. ¿Cuáles son mis alegrías como enviado? El apóstol es obrador de portentos, porque es súbdito de Dios y sólo en el caso de que lo sea. Súbdito del reino será mañana quien hoy lo sabe proclamar cercano. El apóstol de Cristo, su lugarteniente en la tierra, tiene ya su nombre inscrito en el cielo.

Para orar con la Palabra.

Señor, como enviado tuyo, me diste el poder de vencer la fuerza del enemigo y hasta me dijiste que nada podrá hacerme daño. ¿Por qué viviré amedrentado y sin audacia tu misión? ¿No estaré dudando de tu Palabra o estaré viviendo con poca conciencia mi ser enviado en tu nombre y con tu fuerza? Voy adelante creyéndome apóstol pero lleno de seguridades y glorias que yo mismo me he buscado. He rehusado a quien me rechaza y en aquello que me has confiado me he buscado a mí mismo. Con tan poca obediencia he vivido mi vida de apóstol que creándome refugios y rechazando a los que quiero constato que ya no sé quién soy. ¿Cómo me podré hoy recobrar la alegría de vivir en comunión contigo sabiendo que mi nombre está escrito en el cielo? Vuélveme a designar discípulo tuyo y envíame con tu poder. Compárteme tu alegría de saber que Satanás es vencido y que mi nombre en el cielo escrito está. Amén.


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